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Un año sin la Loba: mujer trans, poeta y militante

Lucía Torres Mansilla La Loba 01
Un año atrás, el crimen de Lucía Barrera -o Lucía Torres Mansilla el alias que había elegido para mostrar su arte al mundo-, trans de 37 años, artista y activista del colectivo LGBTIQ+, conmocionaba a Paraná y la región. Aún no hay respuestas en torno a lo ocurrido y el sistema judicial se niega a tratar el asesinato como un transfemicidio. Jesuana Aizcorbe, Paola Robles Duarte y Sandra Miguez repasan el caso en esta nota de Reporte 2820.

 

“Pero tengo el alma rota y dos alas recosidas, voy a volar, un poco más”. Lucía Torres Mansilla.

La Loba se aferraba a la vida a través de las letras, a través del trabajo comunitario, soñaba con un mundo distinto. Esa tarea hoy es un legado para toda la comunidad LGTBIQ+ que busca mejorar sus condiciones de vida, un poco de dignidad, ansias de superación, derechos por conquistar.

Hace un año se conocía la noticia del transfemicidio de Lucía Barrera y todo fue oscuridad. El 18 de julio de 2019 un amigo de “La Loba” -como la nombraban quienes la conocieron-, preocupado porque no le contestaba los mensajes ni las llamadas desde hacía algunos días, se acercó a su casa de calle Ameghino, en la ciudad de Paraná. Allí encontró su cuerpo en la habitación, junto a la cama, asesinada de forma violenta, apuñalada con ferocidad. Por el hecho fue detenido un joven de 16 años, único acusado de su asesinato, quien actualmente se encuentra en libertad a la espera del juicio.

Lucía Barrera, Lucía Torres Mansilla o la Loba, era mujer trans, militante, poeta. Conocía el límite de la vulnerabilidad, esa línea delgada de compartir desgracias con gente que queda al margen del sistema y su propia fragilidad. Esa zona donde la comida escasea, los servicios no llegan, los derechos son vulnerados por acción u omisión de un Estado que no brinda respuestas integrales a problemas verdaderamente complejos.

En ese mismo barrio donde vivía a escasas cuadras del Cementerio Municipal, dos meses antes del transfemicidio, desconocidos habían entrado a su casa por la medianera del fondo y la habían maniatado y amenazado para robarle dos garrafas. Las amenazas la hicieron desistir de denunciar el hecho, frente a su vulnerabilidad en el un territorio hostil, donde se enfrentan las miserias de los vecinos.

Se había quedado sola en la casa que había sido de sus padres y donde se crió junto a sus tres hermanos. Y allí también empezó su transición; decidió mostrarse tal cual era: una luchadora; se había inscripto en el programa Hacemos Futuro de Anses, donde pensaba capacitarse en peluquería; estaba por iniciar los trámites de cambio de identidad en su DNI.

Compartía su vida con amigues y compañeres del colectivo LGTBIQ+, por eso su asesinato conmocionó a quienes la recuerdan solidaria y siempre dispuesta a ayudar, lanzando carcajadas y regalando abrazos en las marchas. Su militancia la ubicó varios años al frente de la comisión directiva de la Comunidad Homosexual Lésbica Entre Ríos (CHLER) y fue parte de la Secretaría de Diversidad del Partido Justicialista provincial.

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Fue una de las primeras en impulsar el proyecto de cupo laboral trans en 2017, colaboraba en comedores populares varias veces por semana, como parte del Movimiento Evita, pero si había algo que le permitía soñar eran sus poemas. La Loba era también poeta. Participaba por las tardes en un taller de poesía en el barrio el Sol a cargo de Marita Balla, quien la ayudó a publicar su primer libro de poemas, llamado Rota, donde se presentó como Lucía Torres Mansilla. Su segundo libro ya estaba en camino, se llamaría Descosida, tal vez para poner más en evidencia a la manera en que se arman los estigmas en torno a las personas y sus elecciones de identidad, tal vez como un preludio de lo que fueran los acontecimientos de su asesinato: el jefe de Investigaciones de la provincia, al hacer las primeras declaraciones a la prensa se refirió a Lucía con su nombre en masculino, argumentando que “viste de mujer y tiene nombre de varón”, un desconocimiento absoluto de la Ley de Identidad de Género. Incluso personas amigas y familiares de Lucía tuvieron que asesorar al personal a cargo de la investigación y realizar una presentación frente al INADI, con la expresa solicitud de rectificación de notas periodísticas en las cuales no se respetaba su identidad autopercibida.

Las varas de la vulnerabilidad

El 8 de agosto de 2019, fue detenido un joven de 16 años, sospechoso de haber participado en el asesinato, luego de la declaración de una persona que lo vinculaba con el hecho. El menor fue derivado al Centro del Diagnóstico del Consejo Provincial del Niño, el Adolescente y la Familia (CoPNAF) en Paraná y luego de un período en arresto domiciliario, fue liberado, con algunas restricciones, entre ellas que no se acercara a la casa de Lucía - donde ahora vive el hermano de La Loba- ni a nadie de su entorno, que asistiera a la escuela y que concurriera a las reuniones y citas requeridas por el personal del CoPNAF.

Al igual que para La Loba, el contexto que habita el menor es de gran vulnerabilidad: vivió mucho tiempo entre la casa de su madre y la de su padre, hay antecedentes de violencia en el entorno familiar y cuentan con pocos recursos. Es el menor de 5 hermanos y su madre trabaja como empleada doméstica. El joven admitió conocer a Lucía, aunque negó tener relación con ella y haber participado del hecho. Sin embargo, algunos testimonios sostienen que se conocían y existía un vínculo entre elles; el resultado de las muestras levantadas en el lugar del crimen, revelaron sus huellas dactilares y una huella de zapatilla que coincidieron con las suyas.

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La vida y la muerte de Lucía Barrera nos muestran el camino que es necesario recorrer aún para hablar del reconocimiento del derecho de todas las personas a vivir, como diría Judith Buttler, “vidas vivibles”.

A Lucía posiblemente la haya matado ese joven, un menor de edad, tan excluido y estigmatizado como ella. La vida de este joven también está atravesada por la vulnerabilidad, igual que la vida de la Loba. Eran contextos semejantes: discriminación, pobreza, exclusión, violencia. Es necesario mirar con detenimiento para poder distinguir esas tensiones y segregaciones en las vidas de las personas: Lucía era pobre, era prostituta, era trans, era poeta; el presunto transfemicida no tenía recursos, ni contención y estaba atravesado por un contexto de violencia.

La Loba es símbolo y lucha. Hablamos de ella para encender la luz de aquello que no puede permanecer a oscuras. Su asesinato, su transfemicidio, es un signo que nos obliga a pensar en las condiciones de vida, en las posibilidades de reparación, justicia y castigo. Pero fundamentalmente nos pone otra vez como observadores del rol del Estado, que debe ser garante para que no haya impunidad, para que las políticas públicas contribuyan a erradicar no solo las formas extremas de las violencias, sino también las condiciones estructurales que las sostienen.

Un transfemicidio que nos obliga a pensar

Un trabajo publicado en el Boletín del Observatorio de Género en 2016, escrito por Blas Radi y Alejandra Sardá-Chandiramani, da cuenta de algunos de los elementos comunes que aparecen en la mayoría de los transfemicidios y que permitiría pensarlos como tales. En el caso del asesinato de Lucía Mansilla, aparecen varios de estos elementos: sus condiciones de vida y su situación de vulnerabilidad la exponía a la violencia; la gravedad de su muerte se explicó mayormente por su identidad de género, con lo cual se le termina atribuyendo, de alguna manera, la responsabilidad por su propia muerte; su cuerpo presentaba marcas de brutalidad y ensañamiento; en varios momentos desde que fue asesinada no fue respetada su identidad autopercibida. Esta enumeración deja en evidencia - y denuncia - la trama de relaciones que hicieron posibles las violencias perpetradas en el cuerpo y la vida de Lucía. Su transfemicidio es el eslabón final en esa cadena de violencias estructurales sostenida por la división binaria entre los géneros, y que condensa todas las violencias y exclusiones.

Abrazarse pese a las diferencias

El transfemicidio de Lucía Barrera golpeó muy fuerte a la comunidad LGBTIQ+ de la provincia. Keili Gonzalez forma parte de ese colectivo, y recordó a Lucía, con quien compartió manifestaciones y actividades como parte de la lucha por sus derechos: “Nos conocíamos poco, pero la lucha tiene eso: poder encontrarnos y abrazarnos en esas diferencias, plantear los consensos y proponer acciones que apunten a conquistar nuestros derechos”. De la Loba recuerda que “era muy alegre, muy buena tipa. Eso se podía ver. No tenía maldad. Pensábamos diferente, podíamos tener disidencias políticas pero nos encontrábamos ahí y podíamos darnos cuenta de que no nos unía un puente sino el abismo. Nos unía la necesidad, la pobreza, el hartazgo. La violencia. De eso nos dábamos cuenta con Lucía y con las demás compañeras”.

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El transfemicidio de Lucía obligó a la comunidad LGBTIQ+ a profundizar la organización y a unificar criterios, a buscar caminos nuevos para hacer política y reclamarle al Estado el acceso a los derechos de las personas del colectivo: “Quienes crecimos en los márgenes, aún en el movimiento feminista fuimos rezagadas. Las travas y las trans empezamos a generar nuestros espacios y a rediscutir los roles de la organización y quiénes eran las que tomaban las decisiones”, cierra Keili.

Sin perspectiva de género no hay justicia

Un año después y, pese al reclamo de sus familiares, amigues y compañeres del colectivo LGTBIQ+ del que la Loba formaba parte activamente, la carátula de la investigación que busca esclarecer su crimen la revictimiza, la invisibiliza. La Justicia ni siquiera utiliza eufemismos. El Ministerio Público Fiscal denominó la causa como “homicidio simple”. A un año del transfemicidio de Lucía, el sistema judicial sigue resistiéndose a incorporar las calificaciones referidas a la alevosía y al ensañamiento producidos en ese contexto: el cadáver apuñalado de una mujer trans de 37 años. Pero más allá de la carátula técnica -la cual no es definitiva y puede ser modificada por el juez interviniente llegado el caso- el hecho de no mencionar, no enunciar la identidad -asumida y defendida- por Lucía es un claro acto de discriminación, es contribuir a la impunidad de un crimen político y simbólico que trasciende su cuerpo, que se expande abriendo una profunda herida en el cuerpo de un colectivo permanentemente vulnerado por una profunda violencia estructural.

Autoras: Jesuana Aizcorbe, Paola Robles Duarte, 
Sandra Miguez. Nota publicada originalmente en www.r2820.com