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Cuando lo trava tapa lo torta

¿Cuántas travas lesbianas conocés? En el Día de la Visibilidad Lésbica, una reflexión sobre mandatos, estereotipos y deconstrucciones. Federica comparte el arduo camino recorrido hasta encontrar su propia identidad.
Federica Kesseler
Autora: Titi Nicola | CC-BY-SA-4.0

Todos los años alrededor del 7 de marzo me acuerdo de una piba que hace mucho me decía, “boluda, te gustan las minas, estas de novia con una mina, no te gustan los pibes hace mil, ¿por qué no decís que sos lesbiana?” y mi respuesta siempre fue la misma “no hace falta, por que antes de ser torta, soy trava”.

En mi cabeza, la cual todavía no asimilaba mucho la carga identitaria que el lesbianismo tiene, nunca era relevante el ser torta. Para mí no era necesario decir, “soy lesbiana”, porque cúando la gente me ve, automáticamente soy etiquetada. Cuando la sociedad ve a una trava, ve sólo eso, una trava, con todos los estereotipos que cargamos. No les interesa cómo estamos, cómo nos sentimos, si amamos o a quienes amamos. 

Nunca sentí que hubiese una opresión o una pérdida de privilegios por el hecho de ser lesbiana, porque sencillamente, las travas no tenemos privilegios. Pero con el tiempo me dí cuenta de que ser travesti y ser lesbiana configuraba una opresión por partida doble.

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La mirada, todo

La ficha me cayó con algo muy sencillo, la mirada. ¿Existe acaso alguna otra herramienta de control social más eficaz y certera que la mirada de un otre? En mi experiencia, no.

Como puto y, después de la transición, como trava, yo conocía muy bien esas miradas. Sabía qué conductas iban a acentuarlas y qué cosas podían hacer que la mirada se transforme en un grito, en un insulto, o en un chiflido. Pero nunca, nunca, sentí las miradas tan clavadas en la nuca como cuando caminé por primera vez de la mano con quien entonces era mi novia, un sábado a las 5 de la tarde, por la peatonal San Martín.

Autora: Gise Curioni

Tengo que confesar que no entendía muy bien lo que estaba pasando. Las caras eran un poco confusas, era difícil discernir si se trataba de odio o de confusión. Honestamente me costó mucho entender la raíz de esas miradas, pero con el tiempo entendí que no era otra cosa más que mi castigo por traidora.

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Traiciones

Las travestis de por sí somos traidoras. El pecado original de toda trava es la traición al mandato sexo-género, el cual estableció que como yo nací con pene tenía la obligación de ser un varón. Este primer pecado es una de las tantas raíces que el transodio tiene. Es en base a la ruptura de este mandato que se ejercen sobre nosotras diferentes violencias, porque somos la representación de lo endeble de la premisa.

A su vez, la relación sexo-género es en gran parte la base de diversas estructuras sociales fundamentales en una sociedad capitalista, por lo que también las travestis mostramos lo endeble de este sistema.

El problema es que mi traición no termina acá. Si se quiere, en mi caso yo traicioné muchos otros mandatos fundamentales. El primero al que fallé fue el de la masculinidad.

Nunca, ni de chiquita, se puede decir que fui un varoncito "como dios manda". Sin embargo la primera deslealtad fue salir del closet como varón gay, un varón que no se adecuaba a lo que la sociedad espera y necesita de un varón, un varón que nunca circuló dentro de lo que Rita Segato llama “la cofradía masculina”.

Con el tiempo me di cuenta de que había algo dentro mío que no encajaba, que me hacía ruido y que me hizo mal por mucho tiempo; y era que en realidad eso que estaba viviendo no era mi identidad, estaba viviendo como de prestado una identidad que no quería y que habitaba por miedo a renunciar totalmente al estatus social de varón.

Cuando transicionamos perdemos privilegios y hay que tener coraje para perderlos. Camila Sosa Villada dice que es más fácil ser travesti cuando no tenés mucho que perder por serlo. Por eso, tras muchos años de ser una marika que ya no le tenía miedo a nada, entendí que era tiempo de enfrentar eso que tenía adentro y tratar de encontrar esa identidad que sintiese propia. Ahí fue donde comenzó mi transición, otro largo proceso, que siento que nunca termina. 

Ahora bien, habitando esa nueva identidad travesti mi relación con los hombres cambió y mucho. De repente el relacionarse con varones ya no se sentía como antes, los varones no me trataban de la misma manera, la transición significó para mí convertirse literalmente en un pedazo de carne que debía estar disponible al morbo de cualquier hombre. Nunca antes había percibido esa hipersexualización y fetichización sobre mí misma, y sí, así se sintió perder esos pocos privilegios de varón que me quedaban.

Esto me hizo alejarme por completo de esa lógica relacional que los hombre tienen con las travestis y durante muchísimo tiempo ni siquiera chateaba con hombres, no pensaba en la posibilidad de relacionarme de alguna forma sexoafectiva con ellos. Esto me hizo repensar por qué me relacionaba exclusiva y únicamente con hombres y ahí descubrí un nuevo mandato que pesaba sobre mí. El mandato de heterosexualidad que pesa sobre las personas trans.

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Contra lo esperado

Las teóricas travestis han debatido acerca de nuestra sexualidad y la relación que tiene con la construcción identitaria. Sin embargo, a la sociedad cisheteropatriarcal que habito estos debates le importan poco y nada. Todes, desde un señor de 70 años hasta un adolescente de 15, piensan que a las travestis sólo les gustan los hombres. Pero, ¿por qué esperan esto de nosotras?

Cuando transicionamos las travestis nos socializamos como feminidades, y en esta sociedad cisheteropatriarcal que habitamos y perpetuamos, las feminidades y masculinidades son siempre heterosexuales, a menos que se demuestre lo contrario. 

Fue insoportable la cantidad de veces que preguntaron, de frente o a mis espaldas, la típica frase: “pero si le gustan las mujeres, ¿para qué se hizo trans?”

Esta incomprensión acerca de mi proceso de transición tiene que ver con que, como toda buena mujer, yo tenía que buscarme un buen hombre.

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Mi identidad

Eso nunca pasó, el alejarme tanto de los hombres y de la lógica relacional que plantean siempre con las travestis, hizo que explorara más mi sexualidad, por fuera de la heterosexualidad que se le exige a las travas. El resto es historias y anécdotas que voy a guardar para algún podcast, pero este proceso me llevó a darme cuenta después de mucho tiempo que era travesti y era lesbiana, lo que Lohana bautizó como Traviana.

Autora: Gise Curioni

¿Pero qué somos las travianas?

Bueno, ante todo somos una mezcla de identidades

Al relacionarme con otras lesbianas e interiorizarme en su militancia empecé a dimensionar que el lesbianismo tiene sus propios lenguajes, estilos, modismos, etc. El problema es que las travestis también tenemos una marcada carga identitaria, con nuestros propios códigos.

Uno de los aspectos que más me atravesó de ambos lados es el de la construcción de la feminidad. Durante mucho tiempo, la propia percepción de mi cuerpo estaba completamente sesgada por el canon travesti. Cuando apenas transicioné mi idea de feminidad estaba marcada por aquellas travestis de enormes bustos e imponentes caderas, una feminidad excesiva, plástica, exageradamente acentuada para lograr “que no se me note”. 

Tengo que confesar que durante mucho tiempo tuve este sesgo sobre mi propio cuerpo. Pero con el tiempo, al acercarme a la construcción identitaria lésbica, descubrí otro canon u otra idea de lo que era femenino. De repente la feminidad ya no era tan exageradamente acentuada y ese choque hizo que pueda ver el sesgo que tenía sobre mi propia feminidad.

Autora: Gise Curioni

Hoy en día siento que construí para mí una feminidad mucho más “relajada”, no tan preocupada en que "no se me note”, que ya no persigue el ideal de la travesti de los años 80. Una propia. 

Reconstruirme desde la duda y la propia exploración hizo que cada vez haya más miradas en la nuca. Con el tiempo aprendí a descifrar cuando se trata de odio, y cuando es una mirada de incomprensión, como la de mi abuela, que a sus 70 años no sólo tenía una nieta trava, si no que esa nieta un día le presentó a su novia.

Son esas miradas de incomprensión a las que tenemos que acercarnos y tratar de demostrarles que vivimos una sociedad que está cambiando sus estructuras. Somos nosotres quienes tenemos parte de la responsabilidad en impulsar el cambio, pero también en alojar y, con paciencia, desanudar esas miradas de incomprensión. Quizás peque de idealista, pero creo que de esa forma podemos construir estructuras más cómodas, en las que las Travianas no seamos más un bicho incomprendido.