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Soy trans, y quiero ser mamá

xadres - niñeces trans
¿Qué nos pasa a las personas trans frente a la xaternidad? Mandatos, límites, rebeldías. Una exploración en el complejo terreno del deseo de hacer familia.
Victoria Stéfano
Mano de bebé tocando una flor sobre el suelo
Créditos: Maca Prestigiovanni

La primera vez que me pregunté realmente si quería criar fue cuando alguien más me dijo que quería eso también. Por aquel entonces tenía 21 años y transitaba mi primera relación larga con un varón cis.

Mentiría si digo que no sabía que eso no se iba a realizar jamás. En algún punto siempre espero el fracaso de mis relaciones porque me cuesta creer que me merezco cosas buenas. Pero en este caso fue muy real. La maternidad no sucedió.

Después de esa relación nunca más volví a hablar en serio del tema en ninguna de mis otras relaciones. Cada vez que alguien indagaba al respecto la respuesta siempre era la misma: ni en pedo, odio a les niñes, nunca voy a ser madre. Todos intentos por querer esconder algo que hasta ahora empiezo a enfrentar de una manera mas realista.

Nunca fue que no quería ser mamá, es que simplemente no se me ocurría cómo. Y era mejor decir que no me interesaba, antes de admitir que me dolía hasta los huesos saber que era algo quizás irrealizable para mí. Hasta que pasaron cosas.

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Cuando estuve por primera vez en una relación con un varón trans las cosas fueron fluidas en general. No nos mudamos a los seis meses juntos, pero sí nos dimos a conocer rápidamente que ansiábamos lo mismo: construir un espacio de amor que nos permita delinear historias muy distintas a las que nos habían tocado, es decir, una familia, otra familia que la que tuvimos.

En ese momento quizás no teníamos en claro cómo, o cuándo. Pero era un hecho, ambos queríamos ser papás, y en la medida de lo posible queríamos serlo juntos, aunque fuera una meta en el horizonte lejano. Y ahí por primera vez empecé a pensar en las posibilidades reales, aunque sea de manera proyectiva.

Si él quería gestar, que por el momento no era su proyección, estaba todo más o menos resuelto, y si no podíamos buscar alguna alternativa. Gestación solidaria, ir a algún lugar donde la legislación reconozca la gestación subrogada, o en el último de los casos ir por la vía de la adopción. En definitiva el deseo estaba presente.

Y aunque la relación terminó por cuestiones ajenas a ambos, la puerta de la maternidad quedó abierta y valga la redundancia, sin traba.

No se aprende por cabeza ajena

En ese devenir entendí que todas mis lecturas sobre la crianza son prestadas, junto con incipientes herramientas de cuidado. Pienso entonces en cómo la idea que tengo de criar fue atravesándome en uno y otro momento de mi vida.

Se imaginarán, acertadamente, que mi urgencia por inscribirme en la feminidad me hacía cumplir cuanto rol asignado a las mujeres existiera como mi ley durante toda mi niñez y adolescencia, así que no fue raro asumir tareas de cuidado en distintos momentos de mi crecimiento y desarrollo subjetivo.

Autora: Priscila Pereyra

Y de allí vienen mis primeras representaciones de la maternidad. Ahí aprendí a cambiar pañales, preparar mamaderas, hacer eructar, masajear pancitas para zafar el estreñimiento y la dinámica del baño y el jarabe.

Pero no es lo mismo cuidar que criar y allí es dónde nada de lo que aprendí tiene una validez preparatoria para el momento en el que a mí me toque. O por lo menos eso me dejan en claro la enorme variedad de mujeres cis madres con las que toco este tema. A excepción de un pequeñisimo grupo de amigas que me transmiten cosas que me dan muchísimo material mas para pensar sobre esto ensayando la crianza de tribu: el tipo de madre que quiero ser.

No quiero ser mi mamá

Sé que quiero ser mamá y que no quiero ser mi mamá. Y no es porque no considere que mamá hizo, como todas, lo que pudo, con cinco pibis de les cuales tres siquiera fueron fruto del deseo. Sorry brothers.

Ahora que puedo ver a la mujer que me crió más bien como una humana, gracias al tiempo y la terapia, empiezo a ver también que en parte esas representaciones que tengo de la maternidad se dan en un contexto cultural donde la maternidad era vista de manera muy concreta: mandato.

Criar era por lejos el objetivo de la existencia de las mujeres cis, y con ello también se imprimían toda una serie de opresiones y violencias, distintas en varios puntos a las que a mi me tocan atravesar, pero que nos encuentran en el arco de la feminidad.

No quiero ser mi madre porque no podría ser ella. Mis opciones son diferentes. Y fundamentalmente yo estoy libremente eligiendo, y no solo eligiendo maternar, preparándome para pelear por conseguirlo, como peleé por mi trabajo, por mi existencia y por mi identidad.

No quiero ser mi madre porque quiero cometer mis propios errores, quizás mas parecidos a los de mis amigas, mis maestras mas cercanas, las madres de la era del aborto medicamentoso, las que se sienten culpables por ponerle al pibe una hora mas de videos de Youtube para encontrarse un rato con esa que fueron antes que la maternidad sucediera sin vuelta atrás.

No voy a ser mi madre porque yo quiero ser madre, pero rechazo profundamente ese complejo de imposiciones sociales que recae sobre las mujeres en forma de obligaciones sobre las tareas de cuidado y la imagen inmaculada y el rol social aséptico en el que que se inscribe a priori a todas las mamás. Yo quiero ser madre, pero no quiero saber nada con la maternidad.

Lo irreversible

De esas pares que crían y forman parte de mi cotidiano hay una de ellas tiene una frase que para mi es el filo mas fino de esta cuestión. Habla del hecho de criar como "lo irreversible". Esto de lo que en serio no hay vuelta atrás.

Eso puede sonar tan fatalista o tan satisfactorio como se nos de la gana leerlo, pero no pierde el peso de ser un hecho indiscutible. Es así. Irreversible. En la inscripción en la crianza hay una relación que se inaugura con otro ser humano que es, a secas, para siempre, que trasciende incluso lo bien o lo mal que lo hagas. Está ahí igual. Y tiene efectos imposibles de controlar, varios de los cuales probablemente sean tratados a tu costa en terapia durante muchos años con mucha buena suerte.

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Vez tras vez veo a mis amigas intentando vivir "lo irreversible" de la manera mas relajada posible, huyendo de la mirada ajena que juzga bajo los vetustos estándares de la maternidad. Y que violenta todo el tiempo la noción de que tu estar haciendo es lo que puede ser, y que eso mientras no dañe, no está mal.

Hace poco en un cumpleaños de uno de mis sobrinos, que es la categoría que aplica a todes les hijes de mis afectos, no dejaba de pensar en esto. En la vara con la que se mide permanentemente a las madres.

Estábamos celebrando que el pibe había sobrevivido tres años a un mundo hecho para dejar de existir en breve, y realmente la presión pasivo agresiva porque las cosas se sucedieran de cierta manera era algo que me mantuvo todo el tiempo muy atenta. Hasta desistí de llevar un pack de latas entendiendo que quizás les xadres ahí iban a verlo mal. Pero mi amiga hizo algo que para mi salvó toda la situación.

Les invitades de cola no eran solo mamás y papás del jardín en el sector adultes. También estábamos el grupo de amigas, las que no tenemos hijes ni compromisos mas allá que unas mascotas, y las que sí crían pero que aceptan que hacen lo que pueden. Y eso era un pequeño refugio.

Imagínense en cual de estos grupos se activó la birra, y en que grupo tomaban mate en una burbuja tilinga. Y me hizo bien pensar que esto es lo que quiero ser, cuando sea. Ese tipo de mamá. La que se hace tiempo para chonguear, para la joda, para laburar y para su hije. La que planea cumpleaños para caretas con una válvula de escape.

Del sueño a la realidad

Ahora empiezo a prestarle atención a mis posibilidades reproductivas de forma mucho mas seria que en los últimos 29 años. Hace una década que hago terapia de reemplazo hormonal y los estudios sobre el impacto de este tipo de procedimientos sobre la fertilidad son un campo simplemente sin desarrollar, pues claro, nuestra reproducción importa menos también.

Por primera vez me encuentro con que me preocupa mi salud en términos de reproducción, y quiero chequear si mis gametos aún sirve, y si tengo alguna posibilidad de preservar mis células reproductivas por si fueran útiles en un futuro.

Para otro capítulo de esta serie quedará saber por qué no me lo ofrecieron en un primer momento y por qué el Estado decidió por sobre mi fertilidad de una manera posiblemente irreversible y por qué sería una buena idea demandarlo por eso, pero un paso a la vez.

Me queda desde acá un camino por delante para ver mis opciones y saber cuáles son, llegado el momento, y averiguar por fin todo eso que pasa cuando una travesti decide que quiere ser una mamá.