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Maternidad: lo que no se muestra

Se acerca el día de la madre y el universo audiovisual se llena de imágenes de maternidades "ideales". La romantización llega a este tema al ritmo de las propuestas comerciales. Las dos mamás de Periódicas, se suman al juego expectativa/realidad y, aún seguras del amor por este rol, coinciden en que la maternidad también es eso que no nos cuentan.

Autora: Soledad Dipascuale | CC-BY-SA-4.0

Julia: Lo habitual desconocido

Una de las imágenes muestra a una mujer bellísima y luminosa, con una panza perfecta como única señal de su embarazo. Sonríe, quizás imaginando el momento mágico en que tendrá al bebé en sus brazos. Otra foto refleja a una joven madre con dos hijes pequeñes. El mayor apoya sus rizos rubios en el brazo de su progenitora, quien sostiene a una beba rozagante prendida a la teta. Yo no lucí como ninguna de ellas. En mi caso, aún con una maternidad deseada, pensé varias veces en medio de ataques de llanto: “¿Cómo nadie me contó esto?”.

Un embarazo que comienza doble y que en la segunda ecografía muestra un sólo feto. ¿Qué pasó? “Ah, esto es bastante común...Uno de los embriones se reabsorbe, es más habitual de lo que se cree, aunque muchas mujeres no se enteran porque la primera ecografía suele hacerse cuando eso ya ocurrió y bla, bla, bla”. Todos los profesionales coinciden. Y una se siente sola ante esa situación “habitual” cuya existencia ni siquiera conocía.

El bebé es prematuro y de bajo peso. Durante dos días no se le puede dar de mamar pero el organismo no lo sabe y prepara dos tetas que parecen a punto de estallar mientras suben de temperatura casi al punto de mastitis. El pequeño debe permanecer en neonatología más de 20 días hasta llegar a los deseados (y a veces inalcanzables) dos kilos. Estar todo ese tiempo junto a la incubadora es desgastante para cualquiera, más aún para una puérpera primeriza. Y en ese contexto no falta la madre (reciente abuela) que alentadoramente dice “nena, qué demacrada que estás”. Ya fuera del sanatorio, al bebé le cuesta subir de peso, hay que darle teta cada vez que lo demande. Y dar la teta también duele en sintonía con las contracciones post parto, y los pezones se agrietan.

El segundo embarazo empieza con bandera de disfrute. Entonces se come de todo, se engordan 18 kilos y en pleno diciembre se postergan las salidas porque a un mes de la llegada de la pequeña no hay calzado que sobreviva a la hinchazón de los pies. Además, toda la película ocurre en Santa Fe, una de las ciudades más húmedas y calurosas del planeta. Y llega el momento del parto, que esta vez es más exitoso. Una beba de peso normal se prende de inmediato a la teta y al día siguiente toda la familia está en casa. Pero ha habido un segundo embarazo y eso trae aparejado los dolores de entuerto, otra palabra que se aprende en el camino mientras en el interior del cuerpo se percibe algo así como dolores menstruales a la potencia 100.

Y con la lactancia se corre el riesgo de perder calcio. Entonces se pueden afectar las piezas dentarias. Y quizás camino al consultorio odontológico, una se doble el pie y se caiga de una manera tan desafortunada que el quinto metatarsiano del pie izquierdo sufra una quebradura que implique un mes de férula en pleno febrero santafesino, con una beba lactante y un niño de recientes tres años que debe aprender a ir al baño de manera autónoma antes de entrar a la salita escolar. ¿Dan ganas de llorar? Sí, muchas.

Quien llegue a este punto de la lectura puede pensar que el relato corresponde a las vivencias de distintas personas. Pero la realidad es que todo esto le pasó a la misma mujer. A la que escribe estas líneas mientras se ríe de aquello que hoy aparece como una serie de anécdotas lejanas Vivencias que sólo se recuerdan a pedido de escuchas atentos. O, como ahora, cuando resulta importante subrayar que la maternidad es muchas cosas, la mayoría maravillosas, pero poco tiene que ver con un spot publicitario.

Priscila: La maternidad se debe elegir para ser festejada

La última vez que escribí para Periódicas me costó un divorcio. Mi nota sobre la desigualdad en las tareas de cuidado que incluía estadísticas y un poco de relato personal recordando la ausencia de mi padre, pero más que nada reivindicando todo el laburo de mi mamá, no pareció gustarle a mucha gente y me puso, una vez más, en un estancamiento del cual estoy saliendo con esta segunda nota.

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Pero, ¿saben algo? Cada vez que sea necesario escribir sobre maternidad con todo lo que eso implica, lo voy hacer. Porque dentro de esa romantización que nos inculcaron, también está la idea de que una madre debe hacerse cargo de sus hijos desde el silencio, el sufrimiento oculto, desde el sacrificio de nuestro cuerpo, nuestro tiempo, nuestro espacio y nuestra economía

Para esta nota, no creo necesario mostrar datos oficiales, basta con ver en nuestro círculo más íntimo cuántas son las madres llevando adelante las tareas de cuidado solas. Podemos concluir que hay más madres que padres haciéndose cargo de la crianza, y esto no se discute

También podemos ver el énfasis que se le pone a los festejos por esa tarea. Religiosamente algunas familias, constituidas por parejas, suelen separarse este día y cada uno compartir un almuerzo con su progenitora, o en su defecto con la persona que les cuidó en su infancia, que seguramente es una mujer. Este ritual me resulta chistoso, porque si sos mujer, estás en una pareja heterosexual y tenés cinco hijos, los cinco se van con vos a la casa de tu mamá y seguramente te esperan con algo rico para comer pero también muchos platos para lavar. Digo chistoso, porque el día del trabajador se conmemora no trabajando, el día de la madre laburas el doble.

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Harta, sí, harta de estos festejos. Los únicos momentos que no lo viví con tanta frustración fueron, justo e irónicamente, cuando no era madre. Mi abuela de Vera viajaba para pasar ese día con nosotras. Tal vez el motivo por el cual valía la pena festejarlo era para encontrarnos y darnos un abrazo.

Creo que si las publicidades no vendieran tanta banalidad o incluso electrodomésticos para seguir relegándonos a las tareas domésticas, hasta podría ser nuestro encuentro familiar de mujeres. En donde los varones se harían cargo del alimento, la limpieza y los cuidados, mientras nosotras verdaderamente festejaríamos ser madres. ¿Una utopía? Tal vez, pero que me hace pensar en que si no es como me gustaría que sea, me niego a ser parte de un festejo tradicional en donde los tipos siguen haciendo asado con aplausos y nosotras lavando platos

La maternidad nos rompe los esquemas, nos hace mucho más vulnerables, nos agota, nos limita, nos saca tiempo y ganas. La maternidad se debe elegir para ser festejada, es un trabajo no remunerado que tenemos de por vida. Algo que hoy, incluso, mientras escribo estas líneas, atraviesa a todas las mujeres de mi familia que estuvieron antes que yo. 

Cuando te dicen: "Ya me vas a entender cuando seas madre", tiran una premonición de lo que nunca te van a mostrar en algo que te quieran vender. 

Autoras: Julia Porta y Priscila Pereyra