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¿Se rompió la militancia feminista en Santa Fe?

La histórica Mesa Ni Una Menos de la ciudad de Santa Fe se quebró tras siete años de unidad. Este #25N hay, por primera vez en la ciudad, dos convocatorias distintas de cara al día internacional de la no violencia contra mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales, no binaries e intersex. ¿Qué pasa cuando la ruptura llega hasta la familiaridad de lo local?
Victoria Stéfano
Autora: Gise Curioni

Cuenta la leyenda que, reunidas en la sede local de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) en 2015, mujeres, travestis, trans, sindicalistas, comunicadoras, cuidadoras, referentes territoriales, funcionarias y otras bestias mitológicas, dieron nacimiento a la Mesa de Ni Una Menos de la ciudad de los mosquitos. Mejor conocida por ustedes como la Ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz.

Por aquellos tiempos, al igual que en estos, en la nación eran momentos convulsos. La ola de femicidios había disparado la movilización colectiva dando masividad a una gesta feminista de larga data, en todos los puntos del país. Y en un legendario 3 de junio, se colmaron las plazas y las calles al grito de Ni Una Menos, y nacieron a diestra y siniestra espacios de organización colectiva bajo ese lema.

Con el devenir histórico el espacio se vio atravesado por nuevos y viejos ejes de discusión y tensiones. También las consignas fueron diversificándose en la medida que algunas conquistas se afianzaban y otro panorama aparecía en el horizonte.

Ese ámbito vio nacer proyectos como la Paridad en las listas, el Cupo Laboral Trans, y fue, y es aún, un potente motor en la lucha por la plena implementación de la Educación Sexual Integral. Recientemente también centralizó las militancias locales por el acceso a la Interrupción Voluntaria del Embarazo, y cobijó a la Marea Verde entre los márgenes de la ciudad cordial.

Vio llegar e irse muy rápidamente al joven y pequeño, pero alarmante, movimiento identificado como Feministas Radicales, que recogía cierta porción de los preceptos del feminismo de mitades de siglo para expulsar a las personas trans. Y también sustentó el primer Acampe Feminista durante la gestión de Cambiemos propuesto por las villeras frente a la Municipalidad.

Autora: Victoria Carballo

Resquebrajamientos

Aunque hay que decir que también expulsó. Expulsamos. Porque parece que cuando hay que hablar de estas prácticas quien expulsa siempre es una otra, un otro o une otre. Y no. Somos también nosotras.

Nuestras propias prácticas y acciones. Nuestra propia manera de hacer lo colectivo y lo político. De legitimar o deslegitimar. Nuestro clasismo, nuestro racismo, nuestras violencias, esas que son tan fáciles de ver allá y que parecen imperceptibles acá. Una vara que parece que para quienes nos percibimos dentro del espectro de la feminidad es inaplicable.

Lo cierto es que en este sentido las tensiones, a lo largo de ese tiempo no han sido pocas. Una agenda ajustada a las grandes efemérides feministas de cada año no favorecieron espacios de discusión y escucha colectiva que permitan afianzar acuerdos colectivos, entonces la participación quedó inevitablemente sujeta al aguante frente a prácticas directas o por omisión de constante desgaste.

Y la conducta de esquivar esas discusiones catapultó a quienes no sentían (sentíamos), ese espacio como propio. La postergación constante afianzó a algunas frente a otras que fueron quedándose por fuera.

Tampoco es menor considerar un factor nada secundario: la crisis sanitaria también profundizó las diferencias latentes. Las formas de movilización cambiaron, al igual que las formas de encontrarse, donde claramente quienes tenían garantizados mayores recursos y disponibilidad (como una computadora, internet, sustento económico o tiempo) acapararon las discusiones y definieron "en pos de lo colectivo" desde un peldaño bastante cómodo de la pirámide social.

Sin embargo, en el relato colectivo, la percepción de un espacio expulsivo atraviesa desde la más hambreada, hasta quienes desempeñan roles de poder dentro del Estado. Resulta que al final todas nos sentíamos igual de excluídas, deslegitimadas, estigmatizadas y atravesadas por discursos odiantes pero lo sostuvimos como espacio legítimo igual. ¿Por qué lo sostuvimos tanto? ¿Por qué quebramos recién ahora, cuando desde hace mucho que somos conscientes de todo esto?

Lecturas militantes

Yo socióloga no soy, pero militante sí. Y en mi lectura nunca hay una explicación monocausal. Así que voy a compartirles algunas reflexiones extremadamente simplistas, pero sobre todo travestis, acerca de lo que percibo desde mi punto en el mapa de los transfeminismos.

El quiebre tiene factores, uno de ellos es la deslegitimación de los sectores populares y subalternos frente a estratos académicos hegemónicos. Este punto refiere tanto al clasismo, cómo al racismo operante aún en estos espacios. Nos habita una cuestión de etiqueta cultural que es excluyente. La lucha de los sectores populares siempre es considerada como ajena y por tanto otra, lo que construye un cerco sobre la participación. Aunque se acepta al menos nominalmente.

La cuota de exclusión, que también podemos extender a otros grupos, obedece más bien a quienes acaparan la representatividad, en detrimento de les marrones, negres, discas y gordes, además de empobrecides. Pero acá nadie se reconoce ni racista, ni clasista, ni capacitista, ni gordoodiante.

Otro factor es la siempre forzada perspectiva translesbofeminista. La discusión sobre la pertenencia de las diversidades es la eterna discusión nunca saldada. Hay cierta admisión sobre la diversidad, pero que siempre opera a nivel de moderación. "Si te comportas como nosotras, podés pertenecer, pero nunca vamos a respetar tus pronombres a menos que seas mujer, sorry".

Y luego hay también una cuestión de pertenencia que es una tensión constante. El ente "Mesa" parece discursivamente ajeno-nuestro. Nadie es de la Mesa, todas son la Mesa. Nadie es cuando el discurso y las prácticas excluyen, todas son cuando hay menciones de prestigio.

La deserción progresiva del espacio Mesa fue acompañada siempre de cierto silencio cómplice frente al accionar expulsivo. "Expulsada soy yo. Yo no expulso. No opero en esos términos y no tengo ingerencia. Me voy porque me expulsan". Y siempre es algo ajeno, no propio. Es de las otras, no mío, no nuestro.

A pesar de que algunos sectores denunciaran históricamente la expulsión, en especial los sectores populares y LGBTIQ+, se tardó un montón en activar. Hasta que esa exclusión llegó también a espacios más legitimados en la pirámide social: los partidos políticos gobernantes.

Con ustedes, la razón mas compleja y mas simple: el escenario electoral 2023.

Qué pasa con los partidos

Como toda organización política, los espacios feministas tampoco son ajenos al contexto electoral que, cada dos años, pone tensa a toda la militancia aquí y allá. Y probablemente la tirantez más potente en esa coyuntura es la discusión sobre qué relación se establece con quienes deciden lanzarse en paracaídas a la contienda partidaria. La aglomeración de poder termina siendo crucial en cómo se inclina esa balanza. Aunque el murmullo colectivo dispara cuestiones del orden de "tenemos que apoyar a las compañeras", la práctica termina apuntando a la carnicería interpartidaria detrás del fino y deshilachado cortinado de la sororidad con los presupuestos de la gestión de turno.

¿Y ahora qué?

Lo único que no es una opinión en todo este texto es el hecho de que el quiebre sucedió. Hay dos marchas el 25 de noviembre, en distintos horarios, bajo diferentes consignas, con agrupamientos partidarios diferentes. Mientras en uno, la Mesa Ni Una Menos, muestra cierta habitabilidad más inclinada hacia las izquierdas, el otro sector, el de la Asamblea Ni Una Menos, tiene una dinámica ajustada a las perspectivas peronistas del asunto.

Y a pesar de los discursos que juegan de renovados, en los procesos organizativos vuelven a operar las prácticas expulsivas inmanentemente, porque somos las mismas, haciendo lo mismo. El quiebre por sí solo no salda nada más que la diferencia partidaria de cara al año que viene.

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Entre las opciones de salida, es muy difícil refundar lo colectivo sin reconocer todas estas tensiones, al tiempo que se asuma la responsabilidad colectiva sobre el devenir del feminismo local.

La ausencia de discusión colectiva real frente a la constante tensión entre posturas hipersectorizadas hace que la falsa idea de unidad opere como un aglutinante muy débil, al igual que la identificación por oposición al "enemigo común" que no es tan común. Según el sector el enemigo es cierto partido, cierta gestión, cierto sistema económico; en detrimento de la posibilidad de pararnos frente a una entidad menos personalizada, cómo "el patriarcado" o la "norma cisheterosexual" que, si me permiten, son la cosa importante en este lío.

Otro punto es saldar es el sujeto político. Según el sector es la mujer trabajadora, la mujer empobrecida, la mujer racializada, la mujer con discapacidad, la mujer de un partido u otro, en lugar de entidades más des-individualizadas, cómo "las mujeres y disidencias" o "las mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales, no binaries, e intersex" como prefieran.

Reflexión final

De momento no hay santa a la que rezarle hasta que no juntemos todas las cartas, mezclemos y volvamos a dar. Quizás sea tiempo ya de sentarse a discutir lo que venimos esquivando hace años y que nos incomoda, o aceptar de una vez que "juntes" no siempre es mejor, y ver cómo nos lleva puestas el backlash.

No quiero ser tan pesimista para terminar, pero esto es lo que tenemos. Quizás ya sea momento de soltar y no esperar ya más que la cosa cambie. Decidan ustedes por ustedes, que yo no soy quien para opinar... o sí.