A propósito de las repercusiones por la escena de un beso entre dos mujeres en la película Lightyear, Ana Cornejo, comunicadora y periodista, reflexiona sobre la importancia de naturalizar las existencias no heteronormadas, como camino para construir una sociedad realmente solidaria e inclusiva de las diversidades.
Hace unas semanas, se estrenó en los cines Lightyear, que cuenta la historia del guardián espacial en el que se inspiraba el juguete de Andy en Toy Story. Varios países, principalmente de Medio Oriente, la censuraron por el simple hecho de que, en un microsegundo, aparece un beso entre dos mujeres.
En una época donde se viven importantes avances en materia de derechos, sectores conservadores y defensores de la familia tradicional se escandalizan porque el mundo se está volviendo gay y se quiere distorsionar la visión de las infancias que van a ver la película. La propia Disney quiso quitar la escena en posproducción, acorde a su postura neutra cuando se debatía en Florida la Ley “Don’t Say Gay” que ahora prohíbe la perspectiva LGBTTIQ+ en las escuelas. Y, como siempre sucedió en la historia, fueron les trabajadores quienes salieron a manifestarse y pelear, esta vez para que ese beso exista.
No es la primera vez que pasa pero, por suerte, quizás es la primera en que a una buena parte de la sociedad le parece absurdo. De hecho, es la postura que planteó la realizadora de la película, Pixar: naturalizar las vidas no heteronormadas. Ahí podemos entrar a otro debate: ¿Cómo se benefician las empresas al mostrarse al día con la agenda progresista? Pero en este texto me interesa más cómo, aunque el camino esté más allanado, la presencia de lo queer aún molestan y mucho.
Y no es que el colectivo LGBTTTIQ+ sea una novedad sino que, justamente, nos movíamos en silencio, en un contexto más hostil para ser visible y poner la voz en alto. En ese campo de batalla nos atrincheramos con las armas que fuimos encontrando en el camino para que el brisho resista.
En un taller sobre la identidad de género en la literatura, el escritor marica Nico Colfer dijo que, si las condiciones materiales no lo permiten, la ficción es el terreno propicio para lo queer. Son los juegos de niñes, los desfiles de moda de placard, la escritura, la música, las artes plásticas y los videojuegos los lugares donde muchas locas hicimos nuestras primeras performances como quien queríamos ser, despojándonos de esa otra performance que la sociedad impone desde antes del nacimiento.
Estos pequeños actos de rebeldía, muchas veces, tuvimos que hacerlos rompiendo con los manuales de uso que poseían esas mismas herramientas. Los prediseños limitan, y la única forma de que sirvan como pista de despegue es rompiéndolos. Salirse del binario, de las recetas, de la estructura maquetada por y para personas heterosexuales y cisgénero.
Pero no siempre se vive así de épico. No encajar en el mundo paki que te rodea suele ser frustrante y solitario. Más aún cuando no tenés mucha info a mano y empezás a pensar que el problema sos vos, tratás de reprimir y de amoldarte al resto. Pero el brisho resiste, se cuela entre los pilares que sostienen las estatuas frías del cistema e inconscientemente los erosionan, los debilitan de a poco para un día hacerlos caer.
Más allá de las diferencias de contextos y vulnerabilidad, las historias disidentes siempre son historias de resistencia. De un viaje en el que vas derrotando de pequeños a grandes enemigos, aprendiendo nuevas habilidades y juntando ¿monedas? que te enriquecen: Camila Sosa Villada siempre dice en las entrevistas que ella es rica porque puede vivir bien, a pesar de que nunca pueda comprarse una casa. Allí aparece la pobreza estructural.
Todo esto para pensar la importancia de poder empatizar con figuras que no cargan con el supuesto de heterosexualidad, que dejan abiertas las posibilidades sobre lo que podemos ser. Los besos trolos de Bugs Bunny, los villanos queer de Las Chicas Superpoderosas y el travestismo del Equipo Rocket siempre estuvo en las pantallas. A través de las rajaduras de los grandes relatos nos colamos y vamos siendo.
Ojalá las infancias de esta era la puedan tener un poco más fácil, con una cultura popular que dialogue con elles. Que puedan crecer con más dibujitos como Steven Universe, La Casa del Búho y She-Ra. Que no se vean forzades a construir su identidad a base de historias heterocis, una verdadera ideología de género que se cierra y universaliza. Ojalá que une adulte no venga a decirles que son muy chicos para ciertas cosas, cuando del otro lado algo ya se viene cultivando y busca suceder.
Autora: Ana Cornejo, periodista y comunicadora en Paraná, Entre Ríos.