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Una puta feminista en Rincón

Este fin de semana las militantes por los derechos de las trabajadoras sexuales Georgina Orellano y Myriam Auyelos estuvieron en San José del Rincón, invitadas por la concejala Camila Mosset. En esta nota, algunos momentos destacados de una charla que se extendió durante tres horas y en la que participaron unes 40 asistentes. El estigma, la violencia institucional, el debate dentro de los feminismos, la relación con los clientes y la maternidad fueron algunos de los temas tratados.
Magdalena Artigues Garnier
Autora: Magdalena Artigues

El pueblo (en realidad ya es ciudad pero cariñosamente le diremos pueblo) de San José del Rincón estaba de fiestas patronales. En la plaza se conmemoraba el día de la Virgen del Carmen. Peña folclórica, danzas, feria y decenas de gauchos a caballo se lucían frente a la iglesia. A la vueltita, sobre calle Santa Rosa, un pasacalles atravesaba el Centro Cultural La Teja: “Derechos laborales para les trabajadores sexuales. Sandra Presente”. En la vereda un pizarrón: “Presentación Puta Feminista”.

La tarde heladísima no fue impedimento para que se reunieran más de 40 personas para asistir a la presentación del primer libro de Georgina Orellano, secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina en Acción por Nuestros Derechos (AMMAR). Les asistentes se fueron acomodando en algunas sillas y varios almohadones y alfombras en el piso. Había tortas negras y bizcochos para compartir. La actividad fue organizada por la concejala Camila Mosset, quien presentó brevemente a la autora y a Myriam Auyeros, secretaria general de AMMAR Rosario.

“Yo trabajaba en la calle, estaba parada en una esquina cuando pasó Sandra Cabrera a decir que había formado un sindicato. Nosotras no le creímos, nos reímos. Pero ahí estábamos, teníamos una oficina dentro de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA)”. Sandra Cabrera, a quien menciona Myriam y la bandera colgada en el frente, fue fundadora del sindicato en Rosario y fue asesinada en 2007 tras denunciar corrupción y violencia policial.

“En la oficina estaba Sandra, rodeada de afiches de prevención de VIH, contra la violencia de género, de derechos humanos. No podíamos creer que ese espacio era nuestro, ahí nos reuníamos, reíamos, llorábamos. Nuestro objetivo siempre fue sacarnos de encima a la policía, la violencia institucional. Ellos nos metían presas, nos golpeaban, nos pedían coimas, nos abusaban”, describe Myriam, quien también comparte que ejerció durante 20 años el trabajo sexual pero que ahora ya está retirada.

“Antes de esto nosotras nos encontrábamos solamente en la cárcel, ahora podíamos organizarnos, tomábamos clases de distintos temas, nos empoderamos, abrimos la cabeza”, explica. “Aprendimos que éramos trabajadoras como cualquier otra, que teníamos dignidad. El sindicato nos dio autonomía, voz y voto”, relata Myriam, que además cuenta que actualmente en Rosario cuentan con unes 150 afiliades.

Mientras Myriam hablaba, distintas asistentes iban realizando sus consultas acerca del trabajo sexual, cómo se aseguran el cobro, la seguridad, cómo contactan a sus compañeras, cómo acceden a la salud, qué sucede con la maternidad…

Autora: Magdalena Artigues

El estigma precariza

A su turno Georgina Orellano comenzó con un ejemplo de cómo pesa el estigma social del trabajo sexual. Relató que cuando fue a Paraná a visitar la filial de AMMAR y realizar las recorridas para dar a conocerla, la gran mayoría de las trabajadoras eran de Santa Fe. “Iban a pararse a rutas alejadas y poco transitadas para que no las vea ningún conocido. Eso hace que tengan que trabajar más horas, que estén en lugares más inseguros, gasten más dinero y tiempo en trasladarse, que hagan un esfuerzo sobrehumano en escoderse por la clandestinidad del trabajo sexual, el estigma, la discriminación, el temor a ser rechazada por tu propia familia. Es re difícil convivir todos los días con ese temor”, explica.

“Y todo por que la sociedad tiene una mirada muy moral, sagrada y reduccionista de la parte del cuerpo con la que trabajamos”, dice y da un ejemplo: “Cuando vamos a un centro de salud y decimos que somos trabajadoras sexuales nos mandan a ginecología e infectología, cuando tal vez caímos porque nos duele la espalda”, explica entre las risas cómplices de les oyentes.

“Todo lo que tenga que ver con la sexualidad, los cuerpos, la autonomía, la soberanía de mujeres, lesbianas, travestis y trans, claramente genera cierto pánico moral que interpela a un montón de personas a pensar que nosotras deberíamos dedicarnos a otra cosa. Y la verdad nosotras preferiríamos no trabajar de nada. Parece que si elegís una escoba sos digna y si elegís la esquina, indigna. Con las manos está bien rasquetear mierda de un inodoro ajeno, eso es digno, pero trabajar con la concha es indigno”.

Autora: Magdalena Artigues

Acerca de esto, Georgina ahonda en que “nos quieren sacar de nuestra decisión sin preguntarnos qué nos llevó a ejercer el trabajo sexual y sin preguntarse a qué trabajo podemos acceder nosotras, que tenemos cierta edad, somos de cierta clase social, tenemos la piel de cierto color. Probamos de todo, fuimos empleadas de casa particular y la pasamos horrible. No hay debate hacia el interior de los feminismos acerca del trabajo doméstico por ejemplo, donde hay relaciones afectivas en las que ser ‘como de la familia’ encubre abusos laborales de empleadoras, que muchas veces son las propias feministas”, resalta Orellano.

“Se cree que entre un cliente y una trabajadora sexual hay una relación de poder desigual, pensándonos como seres infantiles e indefensos, sumisas víctimas que no vamos a poder generar herramientas de cuidado entre las propias trabajadoras sexuales. Eso es desconocer el entramado de relaciones que nosotras, que estamos en el territorio, hemos organizado”. Luego de esto Georgina dio numerosos ejemplos de las diferentes tácticas que despliegan las trabajadoras para su seguridad.

“También se habla de que nosotras romantizamos el trabajo, cuando estamos diciendo que fuimos presas, que nos expulsaron de nuestras familias, que nos han querido sacar nuestros hijos, pero nosotras víctimas no somos. Somos trabajadoras sexuales precarizadas, somos pobres pero no somos idiotas. Yo iba a ser precarizada igual en cualquier trabajo que consiguiera, supe que iba a tener que lidiar con eso toda mi vida así que decidí por lo menos un trabajo que me generara ganancia y una mejor calidad de vida para mi hijo”.

De la militancia a la escritura

El libro que vino a presentar Georgina Orellano, “Puta feminista” (de editorial Sudamericana), relata, entre otras vivencias, sus experiencia de encuentros y desencuentros con el feminismo.

En 2010 fuimos a una nuestro primer Encuentro Nacional de Mujeres en Paraná, asistimos al taller de prostitución. Había muchísimas personas, pensamos que todas nos iba a apoyar a nosotras, las trabajadoras. Pero no, ellas sabían más de nuestro trabajo que nosotras que lo ejercíamos todo el tiempo. Se empezaron a codear y a hablar entre ellas, a decirnos que esa identidad que nosotros habíamos construido tenía financiamientos internacionales, que la CTA nos estaba usando, que nos íbamos a quedar sin dientes, peladas, con la panza llena de preservativos, que eramos malas madres. Ni un cliente nos trató de la manera que nos trataron ahí. Nos miraban con lástima, querían que sintamos vergüenza de nuestro trabajo. Nos dijeron que eran abolicionistas y nosotras no sabíamos lo que era. Porque nosotras no nos criamos en casas con bibliotecas, no nacimos leyendo un libro de Rita Segato”, recuerda.

Autora: Magdalena Artigues

“Funcionó porque nosotras nos enojamos un montón y no volvimos. No queríamos saber nada con las feministas. Luego de unos años, en 2012, realizamos unos talleres de la CTA sobre salud sexual y reproductiva y derechos humanos, allí conocimos a dos antropólogas. Se habían acercado a nuestra organización para hacer un informe sobre el impacto de las políticas anti trata”, rememora. “Al entrar en confianza con estas antropólogas nos contaron que eran feministas, para nosotros eso era igual a enemiga. Pero nos explicaron que tenían una postura más cercana a la demanda de los derechos de las trabajadoras sexuales y ahí se nos habilitó una puerta que desconocíamos, que se puede ser feminista y estar a favor de las putas. Ellas nos enseñaron que hay distintas corrientes, nos hablaron del feminismo comunitario de las compañeras de Bolivia, el feminismo negro, el feminismo interseccional”.

Las investigadoras acordaron que una vez por semana irían al territorio para entrevistar a las trabajadoras sexuales para su informe y otra vez por semana irían al sindicato para dar talleres de feminismo. Orellano explicó que de esa manera obtuvieron más herramientas teóricas para poder discutir. “Nos sentimos preparadas para volver a los Encuentros y así fue, asistimos tres compañeras al de Mar del Plata en 2015. El escenario era el mismo, iban a atacarnos, pero ahora estábamos preparadas para el diálogo y no queríamos irnos, queríamos ocupar el espacio. Las putas no somos las enemigas de las mujeres”.

Consultada por Periódicas acerca de cual piensa que será el futuro del debate abolicionismo-regulacionismo dentro del feminismo, Georgina destacó que “está muy polarizado pero me parece que hay que buscar una posición superadora que nos permita apoyar a las demandas de las personas que ejercen trabajo sexual y que quieren tener derecho laborales como también a la vez apoyar las demandas de las personas que quieran otra opción a la prostitución y tener acceso a trabajos con salarios dignos y con políticas públicas. Esta división no le transformó la vida a nadie, ni a quienes nos reivindicamos como trabajadoras sexuales ni a quienes se paran desde la posición en situación de prostitución. Hay 120 años de abolicionismo estatal y la realidad, tanto de quienes nos autopercibimos como trabajadoras sexuales como de las que se perciben como sobrevivientes de prostitución, es la misma: precariedad, falta de políticas públicas y ausencia estatal”.

Autora: Magdalena Artigues

Consultada acerca de los reclamos actuales del sindicato, Georgina afirmó que “lo primero que debería hacer el Estado es reconocer que es una actividad laboral que existe, que se desarrolla en el país por personas mayores de 18 años y establecer mínimamente un piso de reconocimiento de derechos laborales como obra social y jubilación”. Seguidamente equiparó la actividad a la de ama de casa, que se ejerce de manera autónoma y cuenta con estos derechos. Y contó que AMMAR está presente en 12 provincias y cuenta con 28 años de historia.

Poner en agenda

La concejala que organizó la actividad, Camila Mosset, le dijo a Periódicas que "el año pasado nos visitó la autora de un libro que habla sobre prostitución y trata, Elena Moncada, y me pareció importante exponer la otra cara de esta misma problemática social. Me considero una persona que lucha por los derechos de las mujeres y que el trabajo sexual es una brecha dentro de los feminismos. Creo que la discusión no puede ser 'trabajo sexual sí o no', va mucho más allá y la única manera de hablar de los conflictos sociales es visibilizando”.

Y así fue que un sábado a la tarde en San José del Rincón más de 40 personas se reunieron para charlar en un ida y vuelta con dos trabajadoras sexuales a lo largo de tres horas. A pesar de que lo más visible haya sido una larga peña folclórica y las decenas de gauchos a caballo que se reunieron en la plaza, en este día de la Virgen del Carmen y a media cuadra de ahí había sucedido un hecho histórico.