Andrea Lescano y José Cornaló de la asociación civil Sociología del Litoral, hacen un repaso del contexto social, económico y político en que se dio la revuelta de Stonewall, hito fundacional del movimiento LGBTIQ, así como las transformaciones sociales que dicho evento posibilitó.
"La historia no es algo que mirás para atrás y aparece como inevitable;
sucede porque la gente toma decisiones en el momento que, a veces,
son muy impulsivas, pero esos momentos son realidades acumulativas".
Marsha P. Johnson
En los Estados Unidos de finales de la década de los sesenta, ya poco quedaba de los años dorados del capitalismo y el mito construido en torno a la potencia norteamericana. El boom social y económico de la posguerra que propició al Estado de Bienestar y a un clima de progreso y estabilidad en las clases medias, se vio interrumpido por una serie de cambios a fines de los sesenta y comienzos de los setenta. La amenaza nuclear, la guerra de Vietnam, la crisis del petróleo, la presidencia de Nixon y la guerra contra las drogas, entre otros, alumbraban la caída de una sociedad basada en el crecimiento industrial, la familia típica y los valores del buen patriotismo.
En su lugar, se gestaba un capitalismo financiero que buscaba romper con los muros del Estado nacional y los derechos laborales garantizados. Resultado de las tendencias globalizadoras que acontecían en la época, la imagen de los suburbios de las clases medias estadounidenses se desdibujaba para abrir paso al imaginario de los gigantes grises de concreto que se erigían en los grandes centros económicos y convocaban a los businessman de saco y corbata.
Ahora bien, a los márgenes de ambas sociedades, existían y subsistían individuos ignorados y duramente castigados por salirse de los valores de la buena moral de época. Mujeres y hombres trans, travestis, lesbianas, gays y bisexuales —la mayoría negros/as o latines— se movían entre plazas, callejones, autos de desconocidos, moteles y bares de mala muerte buscando subsistir. La gran mayoría habían sido expulsados y expulsadas de sus hogares desde muy jóvenes por sus propios familiares tras no ser aceptados, así como también eran excluidos a los márgenes laborales, habitacionales y sociales. De allí que muches se vieran obligades a recurrir al trabajo sexual como única salida laboral posible.
En este contexto de importante vulnerabilidad, el espacio urbano de las grandes ciudades de Estados Unidos (Nueva York y Chicago sobre todo), empezaba a concentrar a la población LGBTIQ+ en barrios específicos. Estos barrios, devenidos en ghettos, reunían a quienes se corrían de la moral sexual de la familia blanca y heterosexual típica. Pero, lejos de implicar un resguardo, esto representaba un gran peligro para la comunidad. Las razzias policiales, los desalojos, detenciones arbitrarias y la violencia que recibían trabajadores/as sexuales hacían del vivir allí insostenible. En este contexto, surge el evento de mayor trascendencia para el desenvolvimiento de la lucha LGBTIQ+ en los años posteriores: la revuelta de Stonewall de 1969.
El 28 de junio de 1969, en el bar Stonewall del barrio de Greenwich Village de New York, se produce una redada policial que fue resistida por trans, lesbianas, travestis, gays y bisexuales. Respondieron a las agresiones policiales dado que no estaban dispuestos a verse vulnerades una vez más. La resistencia de la madrugada de aquel día terminó desembocando en una movilización en las calles de la ciudad durante varios días. Se conformaron así las primeras manifestaciones masivas del movimiento LGTBIQ+ en Estados Unidos, con Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera como las precursoras y principales líderes.
Las voces y los cuerpos
Uno de los principales ejes de lucha fue su reconocimiento como sujetos de derechos, marcando un quiebre con las prácticas normativas y represivas sobre los géneros y la sexualidad. La filósofa Judith Butler sostiene que las performances del colectivo LGBTIQ+ permiten visibilizar en la escena pública a los cuerpos diversos, dar cuenta de su identidad, mostrar(se) y “tomar la calle”. Una sociedad blanca y heteronormativa veía irrumpir en las calles a trans, travestis, lesbianas y gays reclamando sobre la enorme exclusión social que atravesaban. Los desviados (o su inglés queer) ya no serían criaturas que cobraban vida a la noche; la puesta en escena de sus cuerpos a la luz del día y en el espacio público fue esencial para visibilizar el reclamo.
Butler, en Cuerpos aliados y lucha política (2017), nos recuerda que “(...) cuando los cuerpos se reúnen en la calle, en la plaza o en otros espacios públicos es lo que podríamos llamar ejercicio performativo de su derecho a la aparición, es decir, una reivindicación corporeizada de una vida más vivible”. Los cuerpos LGTBIQ+ aparecen en marchas de manera masiva y contundente para la escena política y social, generando rupturas en lo normado y establecido. De esta manera, entraban en discusión las representaciones, prácticas y discursos sobre el cuerpo y la división sexual del trabajo social que una sociedad se había forjado al calor de la separación de hombres a los talleres, las mujeres en el hogar y los hijos en la escuela.
La sociología del cuerpo ha estudiado ampliamente cómo los agentes sociales conocen y construyen el mundo a través de la corporalidad. En el movimiento LGTBIQ+, las demandas en torno al cuerpo se tornaron centrales en reiteradas oportunidades: tanto en esta fecha como en el activismo por la problemática del VIH/SIDA; las luchas por el cupo laboral trans; las medidas mantenidas en torno a la figura legal y las políticas sociales sobre la
prostitución o trabajo sexual; y, en el caso particular de Argentina, las conquistas del Matrimonio Igualitario y la Ley de Identidad de Género en 2010 y 2012.
Vidas más vivibles
Pero que cabe recordar que las voces y los cuerpos no se liberarán a no ser que se rompa con las desigualdades estructurales que posibilitan esa diferencia. La población LGBTIQ+ —mayormente la población travesti-trans— aún permanece vulnerada de condiciones económicas, habitacionales y laborales, encontrándose así en un contexto de marcada discriminación y marginalidad. La esperanza de vida de las personas travesti-trans aún ronda los 35-40 años y sus posibilidades de acceder a un trabajo formal se ven muy limitadas. Esta ausencia del Estado y estigma que cargan por parte de la sociedad supone una primera barrera a superar en pos de garantizar una verdadera igualdad de derechos y ciudadanías.
En la historia de las mismas protagonistas que iniciaron Stonewall se evidencia dicho desamparo: Marsha P. Johnson fue víctima de un travesticidio en 1992, el cual nunca fue investigado, y Sylvia Rivera murió el 19 de febrero de 2002 tras varios años de encontrarse viviendo sin techo. La necesidad de instalar políticas públicas que aseguren mejores condiciones de vida para la comunidad LGBIQ+ en situación de vulnerabilidad, supone un piso importante de derechos para poder apostar a una verdadera liberación de los cuerpos de las condiciones socialmente asignadas a los géneros en pos de vidas más vivibles.
Maricas históricas
El epígrafe de esta nota no es azaroso. A lo largo de la historia que recorre Stonewall se puede ver tanto los ecos de las voces silenciadas durante años como las transformaciones sociales que posibilitaron dicho evento. El grito de protesta de Stonewall se une a eventos que marcaron una época que vio surgir nuevos colectivos en búsqueda de representación política y derechos sociales: los estudiantes con el Mayo Francés, la población negra y su
lucha por sus derechos civiles, el feminismo de segunda ola tras el boom de la la píldora anticonceptiva y el desencanto de la juventud evidenciado en la contracultura anti-armamentística.
Si bien Stonewall no fue la primera experiencia de protesta de la comunidad LGBTIQ+ —por dar un ejemplo local, en Argentina dos años antes Héctor Anabitarte y Nestor Perlongher formaban Nuestro Mundo, que luego sería el Frente de Liberación Homosexual Argentina—, la dimensión que adquirió dio impulso a experiencias similares en otras partes del mundo. Que Stonewall no haya sido una experiencia local aislada o la versión norteamericana del viejo refrán “cuando París estornuda, Europa se resfría”, nos retrotrae a la frase del inicio.
El cambio estaba en el aire y, con una particular sensibilidad, Marsha P. Johnson nos recuerda que las transformaciones sociales son producto de los individuos, pero estos actúan siempre cargando sobre sus espaldas el cúmulo de realidades y procesos sociales que atraviesan sus cuerpos. Más que la Revolución Francesa, las palabras de aquella histórica travesti parecen actualizar aquél conocido proverbio marxista: “los hombres hacen su propia historia, aunque bajo circunstancias legadas del pasado”.
Autores: Andrea Lescano y José Cornaló de Sociología del Litoral Asociación Civil (SLAC)