_DestacadasHistóricasViolencia machista

Yail, la resiliente

Una mujer trans de 61 años vecina de Barranquitas le cuenta a Periódicas cómo transformó su historia cargada de abuso y maltrato en grito de lucha.

Autora: Gise Curioni

“Soy una mujer mayor y se me tiene que escuchar y respetar porque tenemos nuestros derechos. Antes no, hoy sí”. Yail Daiana Carlotto se define como una mujer trans de 61 años. Ante una situación de hostigamiento en su barrio Barranquitas, se presentó en la policía y ante una jueza obtuvo una medida de distanciamiento y un botón de pánico en menos de 24 horas. Pero el camino de su vida (de 427 años en edad travesti, diría Camila Sosa Villada) estuvo marcado no sólo por la transformación de su identidad, sino también por situaciones de maltrato y abuso que supo capitalizar en fortaleza.

Leer también »  A la cantante Ayelén Beker sus vecinos la hostigan por trava y por puta

Niñez

Esto comenzó cuando yo era 'él' pero con la decisión de ser 'ella'. Viví y me crié en Barranquitas, mis viejos vinieron del campo y se instalaron en esa zona”. Como la mayoría de las personas del colectivo LGBTQI+, su familia no la aceptaba. Su mamá la echaba permanentemente de su casa, por lo que terminaba en lo de los vecinos. “Me quedaba hasta la noche, me daban algo de comida y estaba calentita. Pero en ese contexto un miembro de esa familia empezó a abusar de mí, aprovechándose de la circunstancia. Yo decía que no quería, pero pensaba que si no aguantaba eso adónde iba a ir, qué hacía. Nunca lo conté, pero hoy necesito sacarme esta mochila”, relata Yail.

Luego, cuando fue creciendo, recuerda: “En el barrio me insultaban por maricón, no podía salir de noche porque si salía me corrían y me pegaban. No podía denunciar porque si no quedaba presa. Pasé todo eso, me callé la boca y eso me quedó, nunca se lo pude decir a mi mamá porque me iba a pegar la cabeza con un palo, me iba a decir que yo era la culpable, siempre decía que no quería tener un hijo puto. A mí me dolía mucho, nunca dije nada. En la escuela me pasaba lo mismo, mis compañeros me golpeaban, me escupían, me decían un montón de cosas y me las tuve que bancar. Comencé a escaparme de mi madre, conocí a chicos gay, me hice una pequeña familia nueva”.

Nueva familia

Con ese nuevo círculo de contención y cariño, decidió buscar su destino en otras tierras y se fue a Brasil, “con una chica trans de Santa Rosa de Lima. Llegamos a San Pablo, era todo glamour en Brasil. Estuvimos un año y sobrevivimos gracias a la prostitución. Luego tuve que volverme porque mi mamá tenía cáncer, ella murió. Ahí comenzamos a caer presas en Santa Fe, en la época de la dictadura. Era un infierno para nosotras, nos violaban siempre en la comisaría”, recuerda.

Leer también »  Construir memoria para resistir

Pareja

En la juventud llegó lo que parecía una historia de amor. “Estuve juntada con un señor y sufrí violencia de género durante 15 años, me golpeó y no podía salir de esa situación, hasta tuve una herida de arma de fuego”. Pero paralelamente logró conseguir algunos trabajos estables, lo que le permitió separarse. “Mis hermanos me ayudaban pero yo siempre volvía con él, no sé cuál era el motivo. Parece que le perdonas todo porque lo querés, porque te cuida. Aparte con mi historia de abusos ya lo tomaba como parte de la vida”. Finalmente logró vender la casa que compartía con el violento y mudarse.

“Vivía en esa época en un ranchito, una casita muy precaria, que la pagué como pude”. En ese barrio se hizo amiga de quien sería la mamá de sus hijes y su familia. Un día apareció en su nuevo barrio su ex pareja, el violento. “Me buscaba por todos lados para pegarme. Y entre todas me defendieron, una con un palo, otra con una botella, le tiraron con todo, lo echaron y me cuidaron”, agradece Yail.

La relación con su amiga fue creciendo y se transformó en una atracción. Hasta que un 1ro de Mayo, recuerda vivamente Yail, “tomamos un poquito de alcohol y pasó lo que tenía que pasar”. Tuvo una hija biológica, Lourdes, fruto de esa relación, y participó de la crianza de les tres hijes de su compañera.

Volverse él y volver a ella

Se mudó con su familia a la casa familiar de barrio Barranquitas. “Yo me vestía de varón por los hijos de ella, aunque ellos me conocieron como chica trans y ya tenía tratamiento de hormonas y pechos. Pero así y todo me puse camisa y pantalón, me sentía un monstruo”. Al tiempo nació Sabrina, su segunda hija biológica. Pero la relación con su compañera estaba agotada, se separaron y se quedó ella viviendo en su casa con Lourdes y Sabrina.

“Hace unos ocho años hablé con mis hijas, las senté y les expliqué que a papá le pasaban ciertas cosas. Y me dijeron que yo tenía que ser feliz y que me querían como era. Y listo, me liberé, me solté el cabello y me vestí de reina”, canta Yail entre risas.

Con sus otros hijos y su mamá continúa una relación de cariño. “Yo les dí todo”. Cuenta con orgullo que sus tres hijes “del corazón”, como ella los define, trabajan y que sus hijas biológicas están estudiando “una para ser maestra y otra para trabajadora social”. Y ella misma está cursando el primer año de la educación secundaria para travestis y trans implementado recientemente por el gobierno provincial. Y además, tiene un nieto de cinco años que vive con ella y sus hijas.

Leer también »  Tocame el punto T

Ser trans en el barrio

Cuando sus hijas le dieron vía libre para ser ella misma, “estaba tan contenta que hice el cambio de DNI y de género todo rápido. Me postergué mucho tiempo por los demás”, relata Yail. Cuando volvió al barrio vestido de hombre, con mujer e hijos la vida fue tranquila, a pesar de ser vecina de su abusador de la infancia. Pero con su nueva identidad comenzaron los hostigamientos de parte de aquella familia vecina que marcó su niñez. “Tocan el timbre, se esconden, salgo a reclamar, me rompieron el portero, me insultan. Ahora no pueden abusar de mí, pero me siguen violentando. Me dicen cosas de mis tetas, que no soy una mujer, pito duro, huevón, puto, de todo. Mandan a los niños y niñas a insultarme”.

Yail decidió hacer valer sus derechos y no contentarse con la amargura que la realidad le ofrecía. “No quiero pasar a formar parte del 'ni una menos'. Basta de la homofobia; se tiene que terminar. Siempre me callé, hoy me cansé. Me cansó la mala educación, la discriminación hacia mi persona por mi identidad y no lo voy a permitir”.

Yail cuenta que semanas atrás debió llamar al 911, cansada de recibir insultos y amenazas de muerte por parte de sus vecinos. “Me llevaron junto a mi hija, hice la denuncia correspondiente. Hice la denuncia en la seccional sexta, la policía me escuchó, me trataron en todo momento de 'ella' y con mucho respeto. Le pidieron a la Municipalidad el botón antipánico, que me lo entregaron en menos de 24 horas, se hizo una medida de distancia, ellos viven a menos de 200 metros pero igual me parece muy bueno lo que hicieron. Actuaron sumamente urgente”. Una semana más tarde, acompañada por su abogada Carolina Walker, se presentó a una audiencia ante el tribunal de Familia y valoró que, una vez más fue escuchada y tratada con respeto. “La jueza María Romina Kilgelman fue súper entendida. Cuando fuimos a Tribunales me sentí muy cómoda. Tuve que cruzarme con mis vecinos pero me sentí segura. Fue todo muy rápido y con todas las medidas de distanciamiento e higiene. Me sentí firme y empoderada. Todo salió a mi favor, ahora pasó a lo Penal”, expresó. En esa audiencia se resolvió que si los vecinos vuelven a hostigar a Yail podrán recibir entre 15 días y un año de prisión. La causa por amenazas continúa en manos de la fiscala Jorgelina Moser Ferro.

Leer también »  Paso a paso: cómo denunciar violencia de género en Santa Fe

Mirando hacia el futuro

En su caso, parte del hostigamiento lo llevan a cabo les niñes de sus vecines. Su venganza: pedir la implementación de la Educación Sexual Integral en las escuelas. “Es fundamental, ya basta de esperar. Es una generación que está creciendo cargada de violencia”.

Acerca de la situación para la población LGBTQI+, Yail reflexiona que “hay muchas mujeres trans que están pasando situaciones de hostigamiento en sus barrios. Yo quiero hacer visible esto, acudí al Estado y me respondió, y creo que lo va a seguir haciendo. Creo en la Justicia, antes no creía pero hoy sí”.

Yail celebra su identidad todos los años en la Marcha del Orgullo. Sueña con seguir haciéndolo. “No quiero que mis compañeras después se suban al escenario y digan ‘hoy recordamos a Yail Daiana Carlotto’. No quiero eso. No soy más una víctima. Ahora soy yo la referente. Prefiero que me mate la policía luchando por mis derechos antes que un vecino homofóbico por miedo a denunciar”.