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Cuentos de navidades travestis: Victoria

Relatos en primera persona de las festividades de fin de año en voces trans y travestis. Hoy, Victoria.

Autora: Gise Curioni

Para mí la navidad siempre tuvo algo de triste. Algo que el año nuevo no tiene. En casa recuerdo las navidades de cuando era muy chiquita. La eterna discusión familiar, mi viejo borracho y mi mamá cansada de preparar todo. Siempre estaba nerviosa. Y como para no. Éramos ocho en casa y ella nos mantenía a todos.

Después de que nos inundamos, y mis papás se separaron al fin, fue diferente. Recuerdo que cuando nos mudamos a barrio Yapeyú mi mamá había puesto un kiosquito en nuestra casa. Ella ya estaba haciendo las pases con su religión así que dejamos de celebrar esas festividades, que consideran paganas por sus raíces en la cultura romana y la adoración al sol. Aun así recuerdo perfecto ese verano que el kiosco ya se había fundido y mi mamá nos dejó sacar toda la pirotecnia de luces una noche que hubo un corte de luz general. En frente de mi casa estaba la cancha de fútbol de Loyola y solo las bengalas que apuntábamos al cielo iluminaban esa noche oscurísima, y para mí muy feliz.

Al crecer la presión social por pertenecer se hacía cada vez mas notoria. Realmente es una lucha a contracorriente. Entonces me iba para esas fechas a la casa de mis tíos. Ahí la pasaba con mi prima, que es y fue siempre mi aliada y compañera más importante. Poco a poco también empezaba a vivir mi identidad, y vivía esas fechas como la niña que era.

Para mí no había regalos porque siempre estaba de agregada. Pero me alcanzaba con tener una mesa para cenar y una familia ajena para compartir.

Un 24 de diciembre alguien apareció con una cámara. Yo me travestía y también fumaba a escondidas. Ambas cosas fueron captadas en fotos que después mi tía, muy hija de la yuta ella, le mostró a mi mamá y me valieron el palizón del año.

Esa noche también posé en una foto con esa misma tía chismosa y su tercer marido, Coco. El frente de la foto no es nada increíble, el detrás de la foto era el marido de mi tía manoseándome y diciéndome que no le cuente a nadie. Obvio que me callé. Asumí que me lo merecía por puto, y no volví a acercarme a ese tipo, a mi tía ni a su casa.

Al año siguiente el 25 a la mañana me desperté con mi otro tío sentado en la punta de mi cama, contándome que había cosas que mi tía no se dejaba hacer y que él quería. Yo estaba acostada en calzones. Me sentí inmovilizada, no sabía qué hacer.

Apenas se levantó me puse ropa y salí afuera rápido. A esa altura ya había aprendido que los varones son peligrosos, no importa si primos, vecinos, tíos, abuelos o padres. Todos para mi significaban de una vez y para siempre un riesgo.

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En otro lado

Cuando por fin crecí me iba a pasarla a lo de mi hermana. Ella vivía en otra ciudad. Yo salía a caminar después de la cena y aprovechaba a putear y hacerme unos mangos.

Viví mi primer amor de verano. Y después conocí a mi primer novio.

Las navidades con él eran hermosas. Nos sentábamos en una mesa larga, con toda su familia. No había silencios incómodos ni miradas de sospecha. Ezequiel era más serio, así que siempre todo tenía una nota de recato. Me ponía todo lo que podía para que me vea hermosa. Y amaba hacerlo.

Después de que nos separamos siempre pensaba dónde iba a pasar las próximas fiestas. Si iba a tener otro novio. Si iba a volver a lo de mis tíos violines, o si ya era hora de superar esa ansiedad por ser amada y encajar en el imaginario de las festividades de fin de año. Terminé de novia dos veces mas, y obviamente pasándola con los chongos y sus familias.

Recuerdo que pasé una de las fiestas con mi tía Reina, una dragqueen. Fue la primera fiesta que le revolee una botella de vidrio a alguien.

Un auto lleno de tinchos la empezaron a insultar en la calle, en bulevar y 25 de Mayo.

Entonces agarré una sidra vacía del piso y mientras arrancaban y gritaban se las tiré. Los tinchos frenaron, se bajaron y mi tía me dio otra botella y me dijo "cuando yo te diga la rompes contra el piso". Ella tenía otra en la mano y estábamos listas para la guerra. Pero los proyectos de rugbiers se subieron de nuevo al auto y se fueron calladitos la boca.

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Hacia la victoria

Siempre, donde y con quien me encontrara me tomaba un ratito a la medianoche para llorar. No sé si era la conciencia de que si Jesús existió, de haber nacido a la intemperie en diciembre en Jerusalén hubiera muerto de frío o el hecho de que las festividades del Sol Invicto empiezan con el equinoccio el 21 de nuestro diciembre y no el 24.

O tal vez que el cuento ese de la mujer embarazada del espíritu santo, su compañero José que huyó de ciudad en ciudad para evitar que la hagan cagar para adentro por adúltera, y el pendejo más perseguido y con el culo más santo de la historia, se trata de la familia, del amor y de la esperanza. Todo eso que vivimos buscando porque es lo primero que nos arrancaron.

Nunca fuí muy religiosa, pero no hay perseguido político con el que las travestis, habiendo pasado las que pasamos, no comulguemos. Más si usa vestidos sueltos, sandalias, tiene el pelo largo y goza del superpoder de convertir el agua en vino.

Mi última navidad en familia fue esta. Ya no con la familia de alguno de mis novios. Esta vez estoy soltera.

La pasé comiendo sanguchitos de miga de jamón crudo y melón, porque jamás en la vida me imaginé ese maridaje, y la pobreza tampoco me había dejado.

Una amiga me regaló el acceso a su cuenta de Netflix, así que me dí un atracón de la tercera temporada de Stranger Things. Tomé awita y cuide a mi perro y a mi gata de los estruendos.

Me dormí un rato, me desperté, me lavé la carita y me puse el vestido mas hermoso del año y me fui a celebrar el nacimiento de otra Mesías, y le juné el hermano, que está fuerte como patada de allanamiento.

Volví muy en pedo, con la certeza de que la vida siempre da revancha, y nunca estuve mas dispuesta a arrancarle una Victoria.