En el Día de la Tradición, exponemos masculinidades frágiles desde tiempos gauchescos. Qué lugar se le dio a la mujer en la construcción de la cultura nacional y cómo el machismo se quiso adueñar de la historia desde el relato de la literatura argentina.
Cada 10 de noviembre se celebran las costumbres argentinas por motivo del nacimiento de José Hernández, autor del Martín Fierro, máxima representación de la cultura gauchesca. La figura del gaucho ha llenado libros enteros de la literatura nacional, forjando una identidad nacional por la cual desde niñes nos enseñan que debemos sentirnos orgulloses. En cada acto escolar varones fueron vestidos simulando ser gauchos rebeldes que andan a caballo, conquistan a alguna que otra paisana bailando chacarera y llenan sus bombachas de hombría. Mientras que las pibas teníamos que hacer el papel de acompañantes de su zapateo con el zarandeo, ponernos esos incómodos disfraces de damas antiguas o vender pastelitos y empanadas con la cara toda llena de corcho quemado. Sí, el orgullo nacional ya nos ubica desde la época del “aro aro” machirulo en un lugar de sensibilidad, sumisión e inferioridad, a cargo de las tareas domésticas y reproductivas. Y el Martín Fierro, valga la redundancia, se puede llevar todos los Martín Fierro de la gala de masculinidades frágiles si de eso se trata. Yendo al archivo, el primer Tincho de la historia fue dado a conocer allá por el 1870.
Lágrimas de macho
“Puedo asegurar que el llanto / como una mujer largué”
Hernández, en su poesía narrativa le da al varón el atributo de la fortaleza, posicionando al llanto, como dice Ana Peluffo en “Gauchos que lloran: masculinidades sentimentales en el imaginario criollista”, del lado de una subalternidad femenina, marcándose una clara ironía al hablar de la posibilidad de que el hombre caiga en algún estado emocional. En el relato las lágrimas son feminizadas, al punto de ser una cualidad. ¿Cómo va a llorar un gaucho? Eso es para las mujeres… A lo sumo, el gaucho entraría en escena para contener su llanto.
En la lucha por una nueva construcción de masculinidades, uno de los grandes desafíos es que el patriarcado no siga exigiendo varones fuertes, donde “los hombres no lloran” ya no sea una afirmación ni tampoco una exigencia. La hombría en la historia argentina siempre fue sinónimo de fortaleza, sin espacio para la sensibilidad y la expresión. Esto podemos observar en la literatura gauchesca, donde la reproducción de las identidades nacionales y sociales forjaron cimientos desde la brutalidad y el orgullo macho.
Madres y esposas
El campo y el desierto eran espacios de conquista sólo para varones. En la literatura criolla el gaucho es sinónimo de aventura, acción, heroísmo, siendo generalmente una figura que abandona su hogar para cumplir su misión. Mientras que la mujer está ubicada en un rol doméstico, pasivo y reproductivo, en el hogar maternal y matrimonial (dignificadas solo al tener alguno de estos vínculos), siendo abandonadas por sus hijos o esposos. En “Épica y Misoginia en Los Hombres a Caballo”, Carlos J. Cano menciona que “del reparto de papeles que la tradición clásica hace en casos tales emerge ya un incipiente antifeminismo que se extiende a lo largo de toda la tradición narrativa occidental. Antifeminismo complejo, dialéctico, ya que después de su aventura el héroe ha de intentar regresar al hogar y a la mujer. Tanto este recurso del viaje como la misoginia que conlleva se manifiestan con insistencia en la literatura gauchesca.”
Indias, brujas y sufridas
En "La Vuelta", Martín Fierro conoce a “La Cautiva”, una mujer “infelizmente” viuda, torturada y secuestrada, acusada de bruja por los indios (sí, en la literatura gauchesca, también somos las brujas), la cual tuvo que ver como asesinaban a su hijo de manera sangrienta. En un violento ataque de este relato la cautiva salva a Fierro de la muerte: allí es el momento en el que José Hernández le da al personaje de una mujer la posibilidad de ubicarse en un rol de igual a igual junto a su protagonista: al ser salvaje y fuerte, salvándole la vida.
Así crecimos muchas pibas: exigiéndonos tener rasgos distintivos de la masculinidad, para ser aceptadas por los varones, como si parecernos a ellos nos dignifica o posiciona en un lugar de privilegio. Nos enseñan que las feminidades son sinónimo de debilidad, y que cuando nos dicen “vos sos un pibe más”, nos están halagando o haciendo un cumplido. La literatura argentina nos muestra como siempre nos ubicaron en un espacio de comparación con el varón, quien desde el gaucho (y antes) obtuvo un rol cargado de orgullo, tomado como ejemplo a seguir.
“Es bastante gauchita”
Si seguimos hurgando en las costumbres argentinas, hay una que podría considerarse de las más cosificante: mientras que el gaucho varón tiene cualidades extraordinarias, en el habla nacional, la mujer “gauchita” es la que proporciona satisfacción al hombre en su rendimiento sexual. Solo rozamos la aceptación en la cultura gauchesca, complaciendo a un varón.
Nuestra cultura nacional fue reproduciendo las desigualdades de género, las prácticas machistas y dándole al patriarcado su espacio de confort en al cultura. Mucho hay que deconstruir en nuestra historia, resignificando el rol de las mujeres, repensando nuestras tradiciones y educando a les niñes sin reforzar estos estereotipos de pibas débiles y pibes tinchos.
Antes de llenar nuestras bibliotecas y espacios educativos con los relatos de Hernández y escritores pertenecientes a organizaciones de varones excluyentes que creían que las mujeres solo habitábamos el hogar o el convento, leamos y enseñemos con profesionales como Dora Barrancos, incluyendo a las mujeres en el escenario de la cultura argentina, visibilizándonos como sujetas de acción y de lucha. Resignificar la historia es derrumbar la marginación en la que por siglos nos escribieron. Pero me voy a permitir citar una vez más al Tincho de Fierro para cerrar esta reflexión sobre nuestras tradiciones, para alzar el puño cerrado y decir: las hermanas sean unidas, porque esa es la ley primera, tengan unión verdadera, en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellas se pelean, las devoran los de ajuera. ¡Se va a caer!
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