El maltrato es un secreto a voces en algunos medios santafesinos. Una reflexión sobre cómo se mantienen impermeables las estructuras de poder y de abuso en la ciudad.
La cultura patriarcal se sostiene de muchas maneras pero depende esencialmente de las reuniones de vaguitos, como decimos en Santa Fe. Esos lazos fraternales se tejen de manera secreta y son cada vez menos públicos. Porque la foto de una sala de decisiones llena de varones trae críticas que ya no se pueden responder de una manera coherente. A esta altura social, el argumento de la meritocracia masculina es vetusto. Afrontar una conversación con ese eje trae aparejado en muchos un tinte colorado en las mejillas o, incluso, genera una invitación de último momento por parte de los que intentan ir a un futuro progresista. Sin embargo, otros gozan aún de una impunidad bañada en vapor de macho, como lo es conformar a consciencia un equipo sin mujeres al aire en el horario estrella de uno de los medios con más audiencias de la ciudad.
El periodismo es ambiguo. Muchos encuentran en la profesión una oportunidad para informar, para operar o para hacer política. A veces es una sola, dos o pueden ser las tres juntas. Pero ejercerlo nunca es un hecho aislado e individual, por más renombre y fama que se alcance. Para mantener el lugar o crecer en él se necesita principalmente financiamiento y luego alianzas, fuentes y complicidades, entre varios otros condimentos. El plato se completa con el jugo que sacan del trabajo de las mujeres que traen, producen y analizan los contenidos que presentan como suyos. Que los vagos se queden con el crédito no es simple, se deben ejercer medidas y aplicar un sistema que amenace con el desempleo y el olvido, y fuerce así al silencio. Verdaderas pesadillas para quienes trabajan con las palabras y la escena pública. Las historias de violencia machista en los medios santafesinos, especialmente en las radios, se podrían contar con más suspenso y terror que un escrito de Edgar Allan Poe... si alguien tuviera el coraje.
Tener que leer un boletín de noticias con el conductor del programa desnudándose a centímetros de tu cuerpo mientras estás al aire, recibir un botellazo de agua en la cara por parte de tu jefe en pleno vivo de radio, obligar a jornadas laborales de hasta 14 horas en negro por un sueldo ínfimo o ser la última de la ciudad en conocer que tu espacio será levantado después de años de laburo, son algunos de los recuerdos que trabajadoras de prensa en la ciudad tienen. Pero no solo surgen estas lamentables anécdotas en conversaciones entre mujeres. Testigos sobran y en ese ámbito poco queda guardado.
En otra medida, la interrupción constante a opiniones de locutoras o periodistas en vivo, o el cambio de la línea del diálogo con el fin de sexualizar o ridiculizar a la compañera son machismos que cualquier oyente o televidente puede percibir en una transmisión hoy en día. Incluso también se escucha el maltrato entre varones que compiten para ver quien tiene la información más dura y larga. Entre el público deberían estar los auspiciantes, los entregadores de offs, los que deciden a dónde va la pauta oficial. Todos atentos, porque ellos también tienen una responsabilidad al apoyar la continuidad de la desigualdad y de la humillación a las mujeres y disidencias.
Argentina considera a la comunicación como un derecho humano y para contribuir a la libertad de expresión y a la pluralidad de la información se debe construir una representación democrática en los medios, que mucho depende de la voluntad política de los tres poderes del Estado. A duras penas las radios de la ciudad superan un cupo del 20 por ciento de mujeres al aire. Una sociedad que consume noticias sin tener en la construcción de ellas la representación de la mitad de la población y de medios que normalizan el maltrato, ¿está informada? Entonces, ¿Por qué seguir manteniendo vagos?
Periodista. Investiga, entrevista, escribe y edita.