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Vivir por amor

¿Por qué nos esforzamos por seguir viviendo en un sistema que apunta continuamente a nuestro exterminio? Algunas reflexiones desde una perspectiva transfeminista a la búsqueda permanente del sentido de la existencia. 14 de febrero y confusión.
 Victoria Stéfano
Una mujer trans sostiene un cartel con una fotografía de ALejandra Ironici, referente trans santafesina asesinada en agosto de 2022. Contiene una leyenda que reza "Ale Presente"
Autora: Gisela Curioni
Viktor Frankl, psicólogo y filósofo sobrevivente de la Shoá, indagó en los motivos que, frente a las enormes adversidades que supone una existencia oprimida y en riesgo mortal constante, nos sostienen atades a la vida.

A través de un modelo de análisis existencialista, que desarrolló durante su supervivencia en los campos de concentración de la Alemania nazi, Frankl se propuso indagar en las pequeñas hebras de sentido que crean el entramado de hilos que nos mantienen unides al deseo de seguir existiendo frente a un final inminente.

Y nos encontramos con la pregunta imposible de esquivar: ¿por qué seguimos acá? ¿En qué encontramos motivos para existir frente a un orden de cosas que nos propone permanentemente la extinción? Bueno, a mi fiel estilo llorapija, tengo una respuesta y una reflexión al respecto: la búsqueda permanente del amor es quizás uno de esos hilos más resistentes.

Digo, qué sentido tiene de repente, en un punto del mundo donde varones cis y heterosexuales arrojan un cuerpo muerto de una mujer cis a algún agujero mal cavado en un patio cada 29 horas, seguir intentado que esos mismos varones no sean el resultado acabado de una educación de odio hacia todo lo que no sean ellos mismos, si no es la expectativa de que en lugar de matarte quizás te amen.

O por qué insistimos en no poner un cerco de concertina electrificada frente a cada representante del mundo heterocis y su régimen de exterminio, esperando que en lugar de 46 puñaladas traperas nos dé un abrazo tan profundo que sane esa herida primal de la invalidación que sufrimos por nuestra diferencia desde nuestra noción de propia existencia.

No nos entregamos a la muerte frente a la expectativa de que alguien nos acoja, nos cuide, nos valide y también nos garche. Y esto es algo que compartimos.

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Las mujeres cis y las identidades sexodivergentes vivimos en una estructura social que hace un culto exacerbado a su amor por la masculinidad tradicional, que ama a los varones, específicamente cisgénero, y los sostiene y los reproduce en todos los ordenes de poder posibles. Y que inevitablemente esgrime políticas directas y de omisión que perpetúan ese régimen.

Frente a esto vivimos en el desafío cotidiano de una agenda afectiva que nos considere, no solamente como víctimas de o como subalternidades y relleno social, sino como sujetos deseantes y deseables. Resistimos frente al trazado de un orden de cosas que nos modela desde la invalidez, nos delinea lugares de dependencia e inacción y nos inscribe en el marco de los cuerpos descartables.

La salida de las víctimas

El modelo de la piedad también es opuesto a una concepción autónoma de la existencia de un otro. No es deseable ni deseante quien requiere de cuidados constantes y es reducido al sufrimiento permanentemente.

El complejo social de virgen-prostituta en el que se nos subjetiviza de manera constante no nos deja escapar de los polos: o fetiche o figura sacralizada, venerable, supraterrenal. Como sea, nunca es de plena deseabilidad. Nunca es de humanización.

Es allí donde la perspectiva transfeminista, que no es más que poder problematizar al mundo través del mapa trans de las desigualdades mediante la teoría travesti y trans, da cuenta de un mundo sin equidad y argumenta una propuesta de transformación.

La experiencia empírica que se acumula en nuestras muertes nos revela que es imposible establecer un lazo afectivo por sobre un sujeto deshumanizado. En este sentido las campañas de odio, encarnadas no pocas veces en voces de los propios, nos inundan con mensajes constantes sobre la validez o invalidez humana donde todo un esquema de individuos y colectivos entra cómodamente en la segunda opción.

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Entonces sobre el sujeto odiado es posible sentir un deseo, pero un deseo en tensión, que se canaliza de la única manera admisible para una subjetividad ajustada a todas esas normativas sociales exclusivistas, un deseo furtivo, fetichizado, un deseo reprimido, que debe ser ocultado, desaparecido, asesinado. Un deseo que no ve posibilidad de realización y que se pragmatiza en el odio descarnado que produce muerte.

Frente a eso el único modelo de modificación de realidades sustantivas es cambiar las reglas de juego. Un entramado social que humaniza al diferente, habilita que sea amado en libertad. A que la pregunta frente a la diferencia del otro sea respondida con amabilidad y no con agresión. Entonces ese deseo se abraza, se realiza, se elabora en amor, y no en una respuesta repelente.

Retrato de dos personas se besan
Autora: Titi Nicola | CC BY-SA 4.0

Renunciar al odio

Frente a la muerte de mano de quienes nos desean pero no pueden amarnos, ordenamos lo irracional quitándonos del lugar de victimas que habilitan el castigo. No hay peligro en nosotres, porque amarnos no pone en cuestión nada de los demás. Pero esto solo da cuenta de la ignorancia plena de la propuesta revolucionaria de amor por la diferencia.

Desearnos sí supone dejar de ser una cosa para transformarse en otra. Implica una renuncia a todos esos aprendizajes que perpetúan al escenario de nuestra extinción. Los diferentes hacemos diferentes a quienes nos aman.

Nadie que se deje abrazar por la ternura de quienes llevamos las heridas de la marginación, la desidia, el abandono y la supervivencia, es la misma persona que era antes. Y aunque el escenario ideal es transformarlo todo a partir de esto, aún el peligro para nuestras vidas está muy presente, latente, organizado y cerca.

Amarnos interpela un sentido profundo y amplio de humanidad, donde se pone en cuestión la identidad misma, la estructura sobre las que nos elaboramos hombres, mujeres, personas. Y sortearlo depende en buena medida de nuestras herramientas.

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Los femicidas, transfemicidas, todes quienes resuelven esa interpelación existencial que nos supone el deseo con las armas del odio, son productos acabados de un sistema desigual. No son anomalías, son el resultado ideal. No tengo que desearte, pero como te deseo inevitablemente, la salida es eliminarte. Matarnos es matar lo que se pone en cuestión de ellos en el acto de deseo irrefrenable.

Políticas para el amor

Crear nuevos marcos para la humanización de la diferencia es la piedra angular para reestructurar el pacto social inicial de no agresión, y progresivamente inaugurar posibilidades subjetivas de una agenda afectiva amplia, diversa, real.

En ese devenir histórico hemos creado normativas de humanización. El matrimonio igualitario y el derecho a la familia, la identidad de género y el derecho a ser, el cupo laboral trans y el derecho al autosustento, la educación sexual integral y el derecho a la validez, el aborto y el derecho a la autodeterminación corporal, el voto universal y el derecho a la participación democrática, la paridad política y el derecho a disponer de herramientas reales de transformación social.

El "starter pack" de los derechos que forman parte del repertorio de conquistas de lo que hoy entendemos como transfeminismo, son políticas para la humanización, políticas para la paz, políticas para la vida. Políticas que habilitan otras formas del amor y del deseo. Que incentivan a moverse hacia sociedades menos desiguales, a redistribuir la concentración del capital del deseo social de un pequeñísimo esquema de deseo hacia un espectro amplio de sujetos.

Cuidar todos esos avances de la ofensiva de este sistema de exclusión autorregulado es la batalla más cercana que tenemos, y las bajas ya son nuestras. La disputa más profunda se está peleando en cada casa, en cada familia, en cada vínculo, en cada escuela, en cada medio, en cada cama, en cada esquina. Organicemos el amor, que es lo que hasta acá nos mantuvo vivos.