Victoria Stéfano realiza una lectura política de la militancia y le habla a las mujeres, lesbianas y trans desertoras.
Lohana Berkins escribe una cosita excepcional cuando dice que las travestis somos el deseo oculto de la oligarquía capitalista, y se pregunta, a conciencia, cuándo seremos el deseo lícito de la izquierda revolucionaria. Después de esa cita continúa con la descripción de cómo los revolucionarios hacen gala de las mujeres trofeo de la toma de fábricas y de la resistencia obrera, y reflexiona sobre si harían lo propio con las travestis.
Tanto Lohana, como Diana, como Claudia Pía, sabían la respuesta. Siempre la supieron. Siempre la supimos.
Hace un tiempo atrás, conversaba con Alma Fernández, amiga trava, sabia si las hay, y ella me hacía una apreciación fundamental. Las travestis no nos casamos con los movimientos, no nos casamos con las organizaciones. Inevitablemente estamos entregadas por completo a una causa particular, en las que se nos va, no pocas veces, la vida. E hizo algo que ahora, releyendo esa página de la memoria, me parece radical. Colocó nuestra habitación de los espacios políticos al mismo nivel que nuestras relaciones afectivas. Y es que nos produce un conflicto de intereses muy profundo, perdernos en lo colectivo, cuando somos realmente tan pocas en la punta de lanza de nuestra propia causa, somos tan pocas batallando nuestro propia guerra por el reconocimiento.
¿Entonces, realmente vale el poner a disposición nuestros poquísimos recursos… discursivos, académicos, históricos, culturales, políticos, a disposición de un colectivo que no hace lo obvio para con nosotras?
La agenda de la disciplina
El aprisionamiento monástico que nos proponen va absolutamente en contra de los mismos objetivos que perseguimos. La elaboración política, la acumulación de poder y recursos, la posibilidad de teorizar y de ser escuchadas sin reparo, la creación de un monstruo político que dispute poder en sus propios términos, con recursos tan poco elaborados como tirar las muertas en la mesa, o con pakirecursos como la lectura aburridisima de estadísticas.
Pero he aquí que las plataformas políticas, piramidales, militaristas, no pueden evitar las prácticas moralistas de censura y de control. Llevan inscriptas inevitablemente una agenda de la disciplina que lleva a la autoexplotación, de las feminidades, específicamente. Romantizan el autosacrificio, obligan a la invisibilización, el alineamiento ciego y nos relegan a una agenda menor, forzadamente despolitizada, la agenda afectiva de los movimientos. Tenemos un compartimento entre todas las cosas que sí importan donde tenemos que interactuar medidamente con el resto de la estructura y con el público, siempre agradecidas por poder estar, al menos. Somos las encargadas de suavizar las aristas del poder, de limar las asperezas de nuestros cabezones, de afelpar y preparar la extensión territorial de la organización. Somos nosotras las que garantizamos el debido rebozo de la misiva emancipatoria de la revolución y las que cocinamos la política rosa.
Somos las que dejan jirones de su vida para lograr el pinkwashing menos obvio posible.
Entregas
El comediógrafo griego Aristófanes escribe "Lisístrata" donde relata cómo la sociedad ateniense se acerca inevitablemente a la guerra civil mientras se enfrentan con los laconios. Lisístrata, "la que disuelve los ejércitos", es una mujer que tiene una epifanía épica. Si declaran la huelga sexual, si desabastecen las canteras del placer, entonces lograrán frenar la guerra. Durante la comedia se desatan múltiples violencias entre los géneros. Hasta que, finalmente, ambos bandos, laconios y atenienses, se ven forzados a negociar vergonzosamente erectos.
Para los griegos los penes erectos, o grandes, representan la pérdida absoluta del control. Léanse las interlíneas de esta escena del absurdo.
Lisístrata descubre el poder desde el despoder. En Grecia las mujeres no votan, no tienen derecho a la propiedad, no poseen y no cuentan. Lisístrata lee el poder excepcionalmente y lo coloca en un lugar muy específico, el sexo.
Nosotras proveemos de muchísimo más a nuestras estructuras, a veces, además del sexo también. Y de repente esto sonará como una afrenta a los partidos y movimientos sociales. Lo es. Pero vamos por todo. Nosotras entregamos muchísimo más también a la mesa de Ni Una Menos, por dar un ejemplo. Entregamos muchísimo más a nuestras alianzas y a nuestras confederaciones. ¿Entonces a quién esperamos para decidir cuándo nosotras ordenamos todo un día de tareas y supervivencia al patriarcado para llegar puntualmente a la asamblea a las 18?
Me cago en tu investidura. Me cago en vos.
Nos quieren
Volviendo a la reflexión original, la izquierda popular, la izquierda revolucionaria, el progresismo de cartón, las expresiones populistas (como buena condensación de la marca de la composición estructural militarizada, tan de mitad del siglo XX) sí nos desea, en silencio. Nos quieren adentro, diciendo cosas que les hagan sentir cómodos. Nos quieren ahí, reafirmando su propio pensamiento de la corrección política. Nos quieren, sí, dejando de pensar y evitando poner en cuestión las lógicas binarias y patriarcales sobre las que juegan y disputan a otras estructuras poronguistas el poder. Nos quieren masturbando permanentemente y sin asco la verga de quienes toman decisiones por sobre lo colectivo, disponiendo de las vidas, los tiempos y los deseos de todes aquelles sobre quienes sientan sus culos ansiosos de vanidad. Nos quieren ahí perpetuando la cadena del poder. Mientras nos convencen que el enemigo está en otro lado, está allá. ¿Quien es? No sabemos concretamente. Pero está allá. Nunca, nunca, nunca acá.
Agenda política y afectiva
Empezamos a caminar la revolución de las camas para nunca más vivir relaciones de violencia. Para ser conscientes perfectamente de cómo el poder convive en nuestros vínculos. Para leerlo claramente. Para redistribuirlo. Emprendimos la sanación de nuestras relaciones individuales para no acostarnos más con machos, para no romantizar más la toxicidad. Pero nunca lo desaparecimos, simplemente lo movimos de estructura.
Hicimos la revolución política de nuestro deseo, para que nuestras relaciones tóxicas, románticas, de violencia, ahora habiten en el vínculo que sostenemos con nuestros nuevos machos, nuestras organizaciones; a las que prostituimos nuestro tiempo, nuestras ideas, nuestra voz, sin ser reconocidas NUNCA.
Arrasamos nuestros recursos afectivos para sostener los objetivos colectivos. Nos hacemos mierda por el resultado. Nos consumimos la cabeza y el cuerpo, para garantizarlo todo, y además, hacerlo amablemente.
"La revolución de los barbudos fracasó" dice Rita Segato, la misma que dice que Evo cayó por su propio peso.
Adhiero a lo primero, no me prendo de lo segundo para destrozarla. Menos apuntaría así, cuando mi tiro tiene que salir hacia arriba, no hacia el costado. Yo creo que la revolución de los barbudos fracasó, pero no tanto, si aún no nos dimos cuenta del poder que tenemos y que no estamos usando para hacer mierda los espacios dañinos, los propios y los multisectoriales, de 180 y pico de días de vacaciones, 3 nuevas muertas, y presencia nula del colectivo santafesino de mujeres y todo lo demás en la calle.
A las esquinas prostituyentes de la política tampoco volvamos nunca más.
Endurezcamonos lo que se nos cante y a la mierda con la ternura, hasta que la agenda política y la agenda afectiva sean una sola. Hasta que se sienten, al menos en la última fila, a fumarse que les sacudan del lugar de paki dirigente. Hasta que acepten que somos monstruos políticos. Inaprehensibles. Incapturables. Imposibles de beatificación. No somos ni seremos nunca monjas de la revolución.
Edición: Magdalena Artigues Garnier
Escribe. Se especializa en la temática trans-travesti y las notas viscerales.