A principios de agosto el dispositivo de abordaje de consumos problemáticos y situación de calle celebró siete años funcionando en Santa Fe. En ese marco conversamos con su coordinadora, Gabi Campins sobre las deudas con las y los pibes que transitan esas instancias, las ausencias y las connivencias del Estado, el sesgo de género en el abordaje de estas realidades y el rol de la Iglesia y las organizaciones sociales en la búsqueda de herramientas de respuesta.
El 7 de agosto pasado La Casita de Luján, la institución santafesina que trabaja con personas en situación de calle y aborda los consumos problemáticos, cumplió siete años de funcionamiento. Es un espacio de escucha, formación, prevención y cobijo para jóvenes y adultos. Está ubicada en barrio Mayoraz, en el centronorte de la ciudad.
La "obra" (como le llaman las y los trabajadores del dispositivo) comenzó hace nueve años como un grupo de encuentro para personas con problemas de consumo y familiares en la iglesia Nuestra Señora de Luján, de allí su nombre.
Gabi Campins, que en la actualidad coordina junto con un equipo interdisciplinario el funcionamiento de la casa, forma parte del dispositivo prácticamente desde su origen.
Su participación inició en 2015, en el primer grupo de escucha, donde asistía junto con su mamá. "No quería saber nada, pero venía de una vida totalmente arrasada. Hacía unos años me habían asesinado mi único hermano varón en mi barrio, Villa del Parque, y mi mamá me lo dijo textual: 'si a vos te matan o te pasa algo yo me tiro del puente, porque ya me mataron un hijo'" relata en diálogo con Periódicas.
Por aquel entonces Gabi lidiaba con su propio consumo y con la necesidad de poder hacer algo para sí misma y salvaguardar también a su familia. Así que un lunes se acercó a la parroquia de Luján (Avenida Aristóbulo del Valle 6090), donde conoció al padre Pablo, que era el párroco que coordinaba al grupo.
La experiencia que llevaban adelante era el intento de replicar otra "obra" que el sacerdote había conocido años antes en la localidad de Gualeguaychú. Se llamaba Nazaret y pertenecía a los Hogares de Cristo, una federación que agrupa centros barriales que tienen como finalidad dar respuesta integral a situaciones de vulnerabilidad social y/o consumos problemáticos de sustancias psicoactivas en Argentina.
"Él alquiló una casa a la vuelta de la iglesia y empezó a funcionar lunes, miércoles y viernes. Se brindaba la merienda y se hablaba de consumo. Nunca pensó que la obra iba a crecer tanto. Después empezamos a abrir de 9 de la mañana a 6 de la tarde" recuerda Campins.
Acercamiento
Por aquel momento comenzaba a delinearse de alguna manera la militancia activa que hoy realiza. "Yo en ese momento era un poco la piquetera de todo el grupo de consumo" comenta entre risas.
Pero no todo fue tan lineal. La vuelta al barrio era volver a consumir. Y frente a eso hubo que desplegar otros circuitos para contenerse a sí misma y al resto de jóvenes que se acercaban al espacio.
El dispositivo continuó funcionando, y después de cinco años comenzaron a alquilar la sede que hoy se emplaza en 9 de julio 6062. Esto coincidió con la pandemia por covid-19 y el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio dictado por el gobierno nacional. "Y la pregunta fue ¿qué hacemos con estos pibes que no tienen donde pasar su cuarentena?" rememora.
Sin correrse de la responsabilidad implicada, se hizo una votación y se eligió que la casa empezara a trabajar de manera residencial, inicialmente con 12 chicos, que empezaron a vivir allí.
El párroco se fue alejando un poco de la obra "porque la iglesia estaba muy en contra de esto, decían que era un grupo lleno de 'faloperos y borrachos' y él puso el pecho todo lo que pudo. Después enfermó de Covid y empezamos a hablar de otra manera. Hicimos la personería jurídica y nos consolidamos como Asociación Civil que era la única manera de que podamos llegar a tener subsidios" relata Gabi, y así La Casita se convirtió en el proyecto que hoy cobija 21 personas y sostiene procesos de escolarización, formación laboral, talleres artísticos, espacios productivos, voluntariados y grupos de escucha y acompañamiento.
Mujer, lesbiana y de un barrio popular
Gabi da cuenta de las dificultades que atravesó en su propio proceso respecto de encabezar un proyecto con estas características en el marco de la Iglesia, donde el abordaje de los consumos habla un lenguaje concreto: el de los varones, el de la heteronorma, el de la heterosexualidad obligatoria.
Para Gabi hay una cuestión específica de sesgo de género en cuanto a la cuestión del consumo: "Se invisibiliza a las mujeres en estos contextos. Parece que la problemática siempre es algo que atañe a los varones y eso dificulta encararla". Añade una tangente menos visible aún: los pocos centros que abordan las situaciones de consumo en mujeres son privados. No existen espacios preparados en el ámbito público. Por lo que las mujeres que transitan situaciones de consumo necesitan de un acompañamiento con un costo que no todas las familias pueden sostener.
Autora: Victoria Stéfano
Para Gabi la respuesta a por qué casi todos los recursos del Estado van solamente para las casas de hombres es la desigualdad de género. "Las mujeres vienen con situaciones de violencia de género, con hijos. Hay que poner mucho más el cuerpo, me parece que ese es el miedo que tienen de trabajar con las pibas. Se necesita una inversión, recursos, un acuerdo de partes", señala.
"Para mí fue muy difícil venir del barrio, con pocas herramientas en lo que es organizacional. Es muy difícil meterte en un ámbito que es súper machista. Siendo mujer y lesbiana me miraron (y me siguen mirando) de costado dentro de la Iglesia. Entonces dijimos 'bueno, si no es por la Iglesia ¿cómo hacemos para seguir teniendo un impacto en la sociedad? Ahí empezamos a 'rosquear' con con otras organizaciones".
Esa rosca tendió puentes con las agrupaciones territoriales y del entramado de la resistencia popular "con referentes que son unos monstruos a nivel político, ahí encontré apoyo", menciona la militante.
Sin parar
Desde ese momento la obra no dejó de crecer. "Ampliamos la capacidad residencial a 21 personas y otras 30 con el Centro de Día" que es la otra pata del dispositivo integral que articulan desde La Casita. Casi 60 personas en total se vinculan directamente con la asociación, que además reparte 700 raciones de comida por semana a personas en situación de calle.
"En el Centro de Día los chicos especializan en un nuevo oficio. Tratamos no trabajar desde el asistencialismo, sino acompañar proyectos y trayectorias de vida de pibes para que de acá salgan con las herramientas necesarias para insertarse en el mismo sistema que nos expulsó". Hay talleres textiles, carpintería, cerámica, fanzine y comunicación.
"No te escondas porque yo te quiero más que ayer"
Gabi se reconoce abiertamente creyente. Expone sin problema la contradicción que eso significa en contextos de abandono sistemático y crueldad generalizada y que al mismo tiempo sean las iglesias quienes recogen el guante de lo que el Estado y la sociedad abandonan. "Para mí hablar de Dios es difícil cuando viene un pibe como Daniel que lo abusaron durante toda su infancia, que no tiene papá porque se lo mataron de 12 balazos, que no pudo hacer nunca la escuela primaria. Donde hay pibes de 20 años que no saben ni leer ni escribir, o cuánto valen 100 pesos" apunta.
"Están todos invitados a creer, pero sé que esa fe yo la pude consolidar porque nunca tuve hambre o frío, porque sé leer y escribir, pero mi suerte no fue la de la gran mayoría. Entonces acá nadie queda afuera. Acá son importantes los que creen en Dios, los que no creen, los profesionales, los no profesionales".
Del repertorio de relatos Gabi cita el que particularmente la sostiene en esta posición ética: "Cuando llevaba un mes limpia tuve mi primera recaída. Para mí fue muy decepcionante porque tenía que poner la cara otra vez con mis viejos, que me veían volver a eso. Fue una frustración grandísima. Pero una persona que en ese momento me acompañaba, Marcelo, me decía siempre 'Gabita, yo quiero estar con vos en la villa, no importa si te estás drogando'"
Gabi cuenta que "En esa recaída él me buscó, me encontró y me dijo algo que siempre lo llevo, como diría Evita 'como bandera a la victoria': 'No te escondas porque yo te quiero más que ayer'. Y eso es lo que yo le digo a estos pibes, que todos tienen alguien que los quiere más que ayer. Vos, yo, mi vecino, el pibe de la esquina. Siempre tenemos a alguien que nos quiere más que ayer. No importa si es una pareja sexo-afectiva, si es tu mamá, si es tu papá, si es un amigo, lo importante es el amor. Eso nos construye como personas".
Sostener y sostener
El trabajo que Gabi realiza con el equipo de la asociación se inserta en el marco de la ley de Salud Mental. Sostienen convenios con la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas (Sedronar) y con la Agencia de Prevención del Consumo de Drogas y Tratamiento integral de las Adicciones (Aprecod), también en articulación con la Municipalidad. Pero los montos que destina el gobierno nacional continúan congelados, pese a un 70% de inflación, en los valores anuales de 2023, con sus correlatos a nivel provincia y ciudad.
El equipo se sostiene con trabajadores en condiciones de precarización. "En este momento estamos recibiendo $1.600.000, que termina siendo nada porque nuestras dos casas son alquiladas, pagan impuestos, usamos un tubo de gas envasado de 45 lt cada tres días" detalla la entrevistada.
Otra carencia del circuito es la escacez de Casas de Medio Camino, "que son lugares de personas que que ya llevan una trayectoria en relación a los consumos y donde terminar su proceso".
En el derrotero, los espacios como La Casita son un primer umbral "donde viene el pibe que está cagado a palos, todo roto, pero ¿qué hacemos cuando ya lleva siete u ocho meses acá? Porque algunos vuelven y no tienen una casa, ¿quién tiene una casa? Ya es difícil para una persona con trabajo alquilar una casa. No tienen las condiciones adecuadas para encarar el afuera. No hay respuesta, no hay un más allá, no hay una esperanza posible" dispara la coordinadora.
El más allá
Sin ese recurso vital la recaída es una posibilidad presente y peligrosa en el proceso de reincersión, pese a las herramientas que puedan adquirirse en el camino. No es sólo una cuestión de Estado, sino también de estigmas sociales muy presentes y que limitan la posibilidad de habitar en sociedad para quienes logran romper con el consumo problemático.
"Termina siendo siempre poco lo que uno hace y eso es frustrante. El pibe que estuvo dos años rompiéndose el culo para no recaer sale, tiró 80.000 currículums, no le dan una oportunidad porque es negro, porque está tatuado en la cara, porque no se viste cómo la gran mayoría, y hay algo que falla y no tiene nada que ver con con las políticas, tiene que ver con lo que somos como sociedad. Más en este momento que están habilitados los discursos de odio, el 'sálvese quien pueda', 'si te quieres matar matate, pero con la mía no'", remarca la mujer.
"Si me preguntas una aspiración personal, yo quiero manejar la Aprecod, yo quiero estar al frente de un Ministerio. Porque si con dos pesos hacemos milagros, imagínate las cosas maravillosas que podríamos hacer si tuviéramos una cartera de cualquier ministerio" dispara.
El circuito de la droga: la connivencia estatal, la marginalidad y el hambre
Otro de los ejes que Campins remarca como fundamental es el florecimiento del narcotráfico a expensas del Estado. "La droga no nace de un repollo. La cocaína que mata a los pibes se discribuye con la complicidad policial y estatal. Esto hace que esta cadena no se corte más".
Añade que esta realidad coexiste con la normalización. "Estamos insertos, como dice el Papa Francisco, en una 'cultura de la muerte' donde normalizamos que haya un montón de muertes por día. Donde dentro de los barrios los muertos terminan siendo un número más que a nadie le importa. Después somos los mismos que nos impactamos porque hay tres asesinatos seguidos, pero esa es la realidad cotidiana en los barrios. Al vecino que vende drogas yo lo conozco, porque empezó con eso porque se cagaba de hambre y eso no es su culpa. Hoy la droga le alcanza para darle de comer a la hermana, al primo, al hijo, al nieto. No es momento de buscar culpables, sino de ver qué hacemos para que la sociedad sea más justa y reinsertar estos pibes que quedaron afuera de todo".
La vida de la casa
En la actualidad el trabajo de La Casita de Luján se sostiene con 18 trabajadores que conforman el equipo interdisciplinario que nuclea la residencia y el centro de día.
Entre los residentes, las tareas de mantenimiento están divididas por funciones. Hay encargados del galpón, de las duchas, de las toallas comunitarias para quienes vienen a bañarse de afuera, responsables de limpieza, de la merienda y del desayuno, del patio y de los perritos.
La vida de la casa comienza a las 6 de la mañana, cuando los residentes se levantan y se higienizan. A las 8 se hace el grupo de apertura, coordinado por alguno de los convivientes y hablan del texto bíblico del día, ya que no cuentan con acompañamiento de un cura. Trabajan sobre esa palabra y se ponen un objetivo diario. Y a las 8.30 empiezan los talleres en la residencia y el centro de día.
Las tareas matutinas cesan a las 12.30 para almorzar y a las 14 llega a la residencia una docente que dicta clases de educación primaria para quienes no están alfabetizados.
A la tarde parte del grupo sale a hacer actividad física y otra parte prepara la comida para la noche.
A las 23 de se hace un grupo de cierre, donde cada uno se puede decir si pudieron cumplir con el objetivo que se pusieron cuando se levantaron.
El día a día se sostiene estructuradamente y todas las semanas sortean las responsabilidades. Por las noches hay una persona que le toca quedarse con los residentes.
Los lunes en la casa residencial hay taller de carpintería; los martes,de panadería (allí se elabora el desayuno y la merienda de todos los residentes). Y a la tarde se prepara todo para la olla popular que sostienen en barrio Los Hornos, donde se reparte la comida para las personas en situación de calle.
Los miércoles por la mañana hay taller de comunicación y fanzine, producciones donde cuentan su proceso y cómo es la vida dentro del hogar; y por la tarde hay taller artístico con diferentes talleristas. Los jueves hay taller de recreación por la mañana, y por la tarde actividades físicas en La Esquina Encendida.
Los viernes por la mañana hay taller textil en el centro de día, y a la tarde grupo de consumo. Los sábados por la mañana hay muralismo, y por la tarde, costura.
El domingo es el día que se recibe la visita y vienen familiares.
Cómo ayudar
Para aportar al trabajo de La Casita de Lujan como voluntarie se pueden acercar a la sede residencial, en 9 de julio 6062. Para aportar con donaciones, hay una campaña constante de búsqueda de ropa, calzado, ropa interior y medias para varón adulto.
Las personas que se encuentren en una situación de consumo problemático o sus familiares, pueden asistir a la reunión de los viernes a las 17 en la residencia.
Escribe. Se especializa en la temática trans-travesti y las notas viscerales.