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Alberto Fernández denunciado, ¿adónde están las feministas?

¿Que un supuesto aliado sea un violento pone en duda al feminismo? ¿Que la violencia venga del ex presidente justifica el desmantelamiento de las políticas de género? Una reflexión de quien se asume no sólo como militante feminista sino también como peronista.
Belén Degrossi
Autora: Gise Curioni

La Quinta de Olivos es, al menos en el imaginario popular, una suerte de fortaleza infranqueable. Permeable sólo tal vez a los servicios de inteligencia, a quienes se encargan de recolectar susurros, de escuchar conversaciones, de filtrar información. Es, también, el lugar en el que la familia presidencial debe sentirse segura. Está pensada para proteger al presidente, y a sus seres queridos, de la violencia que pueda gestarse desde el afuera. 

La información no sale, la violencia no entra. Imaginen, ahora, esa combinación para una mujer que sufre violencia de género.

Sabemos, de todas formas, que la ecuación no se da siempre así. El gobierno de Alberto Fernández estuvo marcado por diversos actos que conocimos por filtraciones. Sin embargo, este principio debe cumplirse siempre: para que algo se “filtre”, primero tiene que ocurrir.

Los hechos que ahora se transforman en una denuncia penal contra Alberto Fernández en la Justicia por un caso de violencia de género física, psicológica y económica se sucedieron, al menos en un principio, dentro de esa fortaleza infranqueable. Los efectos residuales del poder de quien fuera presidente devinieron en un doble fenómeno: que la víctima (la sobreviviente) no pudiera elegir cómo, cuándo ni dónde denunciar a su agresor, y que el tema se convierta en una discusión nacional. Sobre esto, hablaremos después. Primero, lo primero.

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Acá estamos

Bastante se repite, desde las tribunas doctrinarias de los movimientos de derecha, la consigna que invita a preguntar constantemente adónde estamos las feministas. Se nos ubica siempre en un lugar de ausencia, de falta, de responsabilidad. Incluso sobre los hechos que a priori no nos competen, aunque tengamos una tendencia a ocuparnos más tarde o más temprano de los mismos. Así es que se nos exige que encontremos a un menor desaparecido, que respondamos por el accionar de algún ex funcionario, que pidamos justicia cuando matan a un laburante en un robo a mano armada o que nos pronunciemos sobre casos de corrupción. A veces esto nos pone en un lugar de urgencia permanente, nos corre el eje de discusión, nos impone una agenda. A veces, como en este caso, la respuesta es más simple: las feministas estamos siempre y en todo lugar al lado de la víctima.

Atrás, más atrás en el tiempo, también estuvimos generando el espacio para que se discuta a la violencia de género por lo que es: el producto de un sistema patriarcal que dota a los hombres cisgénero heterosexuales de las herramientas para ser violentos, del poder para ejercer esa violencia, incluso de la impunidad para negarlo a cielo abierto. Estuvimos en el armado de todos los protocolos que se utilizan para que los casos puedan denunciarse resguardando los derechos no sólo de las víctimas, sino también de los victimarios. Estuvimos, y estamos, junto a esas sobrevivientes acompañando esos procesos. Estamos en los desmantelados ministerios. Resistimos frente a las políticas de ajuste

Y ahora, también, estamos con Fabiola Yáñez. Porque su caso es el ejemplo de lo que venimos denunciando desde el día uno: el machismo se extiende por todos los partidos, en todas las esferas del poder. No reconoce ideologías ni simpatías. Y así como los hombres gustan de decir que empatizan con las víctimas de la violencia porque podrían ser “sus hijas, sus madres, sus compañeras” (cosa que, a la larga, es pecar de un reduccionismo absurdo) nosotras podemos decir lo que siempre decimos: el violento puede ser tu amigo, tu vecino, tu referente, el 9 goleador de tu equipo, tu ex presidente, el tipo que vos votaste porque prometió ponerle “fin al patriarcado”

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Desprotección

La sobreviviente no denunció porque quiso. Hay ahí un nuevo nivel de violencia que suele sucederse cuando los hechos se dan en el marco de una discusión mayor: el nivel de exposición al que se somete a las víctimas, lo poco que se tiene en cuenta su voluntad, el análisis descarnado que se hace de sus vidas personales, privadas. Ser la “esposa de” es algo que por estos días los conservadores amantes del “Dios, Patria y Familia” nos venden como una aspiración máxima. Las mujeres ya ni siquiera somos sujetas de derecho.

Lo que Yáñez denuncia por parte de Fernández (no sólo la violencia física, si no también la psicológica y económica) se emparda con lo que miles de mujeres denuncian en nuestro país todo el tiempo. La masificación de su caso, sin embargo, la deja quizás aún más desprotegida: es una suerte de víctima perfecta, utilizada por ciertos sectores de la política (propios y ajenos) que no parecen pensar ni por un segundo en lo que ella necesita. 

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Siempre culpables

Me lleva este fenómeno a una segunda reflexión: no debemos ser las mujeres, las feministas y (en mi caso) las peronistas las que estemos pidiendo perdón por haber votado a quien en ese momento nos interpelaba en términos políticos. Fuimos, y seguimos siendo, quienes mantuvimos una postura crítica sobre su gobierno cuando vimos cómo se subejecutaban presupuestos destinados a políticas de género. Se nos criticó en ese momento, en más de una oportunidad, de ser un “palo en la rueda”. Se nos culpó de “sobregirarnos” en nuestras demandas invitando así al crecimiento de los discursos de derecha, como si esos discursos no hubieran aparecido de la mano de un Estado, un gobierno, un presidente que no cumplió lo que prometió

La denuncia continuará su curso en la Justicia. Fernández puede convertirse en el primer ex-presidente en ser juzgado por un caso de violencia de género. El caso, además, servirá como un parte aguas: quizás nos ayude a detectar entre las reacciones del resto de la clase política a quienes están más o menos a la altura de las circunstancias

Mientras tanto, no parece sensato ocupar nuestro tiempo discutiendo con quienes aparecen a chicanear sólo cuando creen que tienen la razón. La altanería con la que los defensores del gobierno nacional, abiertamente machista y violento, han salido a revolear la denuncia de Yáñez es igual de machista y violenta. Quienes ahora acusan a un sector de la sociedad de votar a alguien que (a priori) no sabíamos que era violento, votaron a una persona que hizo de la violencia su principal acervo político, y de su desprecio por las mujeres y las personas de la diversidad una política de Estado. Sus promesas de campaña consistían lisa y llanamente en arrasar con nuestros derechos. Y el mismo vocero que nos aseguró una y otra vez que el Ministerio de Género no servía para nada, ahora reivindica el trabajo de la línea 144 (recurso que, además, ha sido prácticamente vaciado y desfinanciado). 

Son tiempos confusos, difíciles, tristes, absurdos, violentos, convulsionados. Y, sin embargo, aquí estamos las feministas: sosteniendo los comedores, apareciendo cuando el Estado desaparece, repensando nuestras prácticas, pergeñando nuevas estrategias, y acompañando a las sobrevivientes. A las que denuncian, y a las que no. A las que el sistema tilda de “buenas víctimas” y a las que usa y descarta. A las que, simplemente, parecen no importarles a nadie. Ni al Estado que las abandona, ni a las sociedad que les da la espalda, ni al periodismo que las invisibiliza, ni a la tribuna de twitter que jamás miró a los ojos a una mujer, una trava, una lesbiana o un pibe violentado para escucharle el relato crudo de la violencia, el real, ese que las feministas conocemos de primera mano.