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Las vaginas dentadas del presidente

Una reflexión sobre las distintas lecturas machistas que rondaron el escándalo por las visitas a la quinta presidencial de Olivos, de un lado y el otro de la grieta.

Autora: Gise Curioni

El mito de la vagina dentada es uno de los llamados “fundantes” de nuestra cultura, por estar presente en distintas sociedades y porque sus repercusiones llegan hasta la actualidad. Es un conjunto de relatos antiguos que expresan que la mujer literalmente tiene entre sus piernas una vagina con dientes, lo que implica que es peligrosa, que acceder a su erotismo supone una amenaza de castración e incluso, de muerte.

Una vagina que devora, consume y destruye al falo parece un intento de dejar claro que la mujer sexual puede ser un monstruo.

Las zorras de afuera

Los hechos al día de hoy son harto conocidos. Todo comenzó con el filtrado de una lista de personas que visitaron la residencia presidencial de Olivos durante la etapa de Aislamiento Social Obligatorio.

Vagina con dientes portan la actriz Florencia Peña, la conductora Úrsula Vargues y la asesora Sofía Pacchi. Entre cientos de visitantes, de la naturaleza más heterogénea, se puso especial foco en ellas tres como siervas sexuales del presidente. No es casualidad que sean justamente mujeres que han hecho uso de su capital erótico o que incluso les fue expoliado sin su consentimiento, como es el caso del video sexual de Peña (acto por el cual fue víctima no sólo de violencia de género simbólica sino también de abuso sexual).

El odio por redes sociales se centró no en el carácter de las visitas sino en el deslizamiento de fiestas sexuales, incluso el hashtag #lapeteradelpresidente estuvo entre los más usados durante días.

El debate misógino llegó al Congreso de la nación gracias a los twits del diputado opositor Fernando Iglesias, quien se refirió socarronamente a las visitantes como “gato” y habló de fiestas sexuales, con el aval jocoso de otro diputado, Waldo Wolff.

La pensadora feminista Virginia Despentes en su libro Teoría King Kong realiza toda una reflexión sobre las buenas y malas víctimas de la violencia machista, partiendo de su propia violación. Allí, manifiesta que “en la moral judeocristiana, más vale ser tomada por la fuerza que ser tomada por una zorra, nos lo han repetido suficientemente”. El tratamiento mediático y el debate en las mesas argentinas sobre la calidad moral de estas mujeres deja a la vista lo que Despentes señala como “un sistema cultural preciso que nos moldea y que tiene implicaciones perturbadoras en el ejercicio que podemos hacer de nuestra independencia”.

La zorra de adentro

A pesar de que su rol de esposa del presidente la valida socialmente en la escala moral de una manera mucho más favorecedora que las otras mujeres, Fabiola Yáñez no estuvo exenta de portar también vagina con dientes. El día de su cumpleaños ingresaron una docena de personas a la noche y se retiraron todos juntos de madrugada. Los rumores de un festejo fueron creciendo ante ciertos intentos de desmentida de parte de algunos funcionarios. La aparición de la foto que confirmaba la celebración prohibida hizo estallar una nueva mecha misógina. “Fiambrola” fue el hashtag elegido en esta oportunidad para sumar también un poco de clasismo interseccional al cóctel.

La seguidilla continuó hoy, con Aníbal Fernández en una entrevista radial declarando sobre el asunto: “El presidente llegó a la casa y había un cumpleaños. ¿Tiene que cagar a palos a la mujer porque cometió un error?" Parece que el pobre hombre trabajador arribó a casa (el hombre siempre llega de afuera, donde se hacen cosas importantes, hacia lo doméstico, el espacio de las nimiedades). Él, agobiado por el peso de sus tareas. Ella, estúpida e irrespetuosa de las normas que su sacrificado esposo había impuesto. Tenía dos opciones según Fernández: cagarla a palos o sumarse al festejo. Todas las medidas intermedias no eran posibles. Ahora la sociedad lo hace purgar la pena por no haberla castigado debidamente en su momento.

Más tarde iba a hablar el presidente, que venía surfeando bastante airoso ciertos pifies con anterioridad. Arrancó diciendo que “nunca quise esconderme detrás de nadie cuando tenía que dar la cara yo”. Pero lo que siguió fue que él, que es presidente de un país, también le echó la culpa a la jabru. “Fabiola convocó a una reunión con sus amigos y a un brindis que no debió haberse hecho”, fueron las palabras que eligió para excusarse. “Viste como son las minas”, faltó que diga.

En un pase mágico, a través de las alocuciones de los Fernández, Fabiola ya no fue una par. Y es que nunca lo fue.

Despentes, cuando relata los momentos previos a la violación que sufrió con su amiga, describe que estaban encerradas en un auto con sus futuros abusadores. “Cuerpos de hombres en un lugar cerrado en el que estamos encerradas, con ellos, pero no iguales a ellos. Nunca iguales, con nuestros cuerpos de mujeres. Nunca a salvo, nunca las mismas que ellos. Somos del sexo del miedo, de la humillación, el sexo extranjero. Sobre esta exclusión de nuestros cuerpos se construyen las virilidades, su famosa solidaridad masculina. Es en esos momentos que se conforma un pacto fundado en nuestra inferioridad. Sus risas de hombres, entre ellos, la risa de los más fuertes, de los más numerosos”.

El elemento común de la sucesión de capítulos que tuvo este escándalo fue que una vez más el hilo se cortó por las mujeres. De un lado y otro de la grieta.

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