-ActivismosDestacadasHistóricas

Mapik: las mujeres de algarrobo

En la ciudad de Tostado, al norte de la provincia de Santa Fe, se formó un grupo de mujeres pertenecientes a la comunidad mocoví. Tejedoras, amigas, hermanas, defensoras ambientales unidas para ayudarse y construir a paso firme. Periódicas fue invitada por el Fondo de Mujeres del Sur a visitarlas y compartir su historia.

Autora: Priscila Pereyra

“¿Qué dinámica íbamos a hacer?”, pregunta Lore. “Ah, presentarnos, hacer un movimiento y todas repetirlo”, se responde sola.

En ronda, entre el bullicio de niñes jugando y gallos cantando, con voz suave y gestos tímidos, van nombrándose: Romina… Ceferina… Delia… Noelia... Gabriela...Victoria… Susel...Hilda.

En sus nombres y lo que conocen de su cultura se nota fuerte el zarpazo de la conquista. Pero en su lengua está la resistencia.

El castellano no es su idioma natal, y se nota. La incomodidad al hablarlo desaparece cuando usan el moqoit, la lengua de su pueblo. Ellas son Grupo Mapik, una colectiva de mujeres perteneciente a la comunidad mocoví de Tostado, una ciudad que se ubica 330 kilómetros al noroeste de Santa Fe.

Leer también »  La noyic (casa) de las mujeres qom: poner el cuerpo a la emergencia

Hacer con otras

Mapik desde su seno surge por la unión de mujeres. Primero dentro de la comunidad: “El grupo existía desde la infancia. Siempre nos reuníamos para ir a juntar leña; salíamos a la mañana y llegábamos a la tarde. Un día, hace como 10 años, nos invitaron a una liga de fútbol femenino, entonces nos reunimos con más chicas y armamos un grupo”, explica Romina.

Cuenta que luego de eso, una organización social que trabajaba en el barrio les propuso preparar la merienda los sábados. Al tiempo, se encargaron también de servir el almuerzo los domingos.

Gabriela retoma el relato contando entre risas que “después llegó la Lore”. Lorena forma parte de Gestando Sororidad, una organización feminista de la ciudad que promueve el apoyo mutuo entre mujeres y que comenzó a trabajar con las Mapik a fines de 2017.

Una de ellas explica: “De mi parte siempre me gustó este espacio porque somos buenas compañeras, nos divertimos, hacemos algo para los chicos o para nosotras mismas, compartimos, jugamos a la pelota. No nos quedamos en la casa solamente, sin salir, sin conocer o sin divertirse”. Otra de las chicas expresa: “Me gusta juntarme porque aprendo mucho, antes no salía, me quedaba acá nomás”.

Unirse con otras les permitió conocer diferentes realidades. Mostrando algunas imágenes, relatan: “Esta foto es de cuando vinieron unas compañeras de Córdoba e hicieron audios para radio. En esta foto fuimos a Córdoba, conocimos Agua de Oro, recorrimos, fuimos a un bar. En esta otra viajamos a Hersilia a conocer a las otras compañeras, hicimos rondas de presentación y charlas sobre los agroquímicos y los agrotóxicos. En esta foto vino a visitarnos Ana, de Perú, una titiritera que nos contó acerca de la lucha de Máxima Acuña, quien también es una defensora de la naturaleza. En esta, viajamos a Las Grutas, al Segundo Parlamento de Mujeres Indígenas, en el que conocimos a hermanas de distintas etnias. Fue una experiencia muy hermosa. Ellas tienen casi la misma problemática que estamos teniendo acá y es lindo juntarse con otras, no te sentís sola”.

Consultadas acerca de cuáles son esas preocupaciones que las unen con las otras mujeres indígenas, manifiestan que fundamentalmente son dos: la falta de acceso al agua y a la vivienda.

Leer también »  Todo rompen estas feministas: una lectura sobre el cambio climático

El agua vital

Tostado limita con la provincia de Santiago del Estero, tiene un clima tropical con estación seca. En verano, la temperatura trepa fácilmente hasta 45 grados. Los suelos son áridos, salitrosos, y el agua potable escasea. “Tenemos una cisterna y nos traen agua potable una vez por semana pero eso no alcanza para todos, a los dos o tres días ya se acaba. Por eso fue importante hacer el aljibe”, explican con orgullo.

A través del apoyo recibido en el marco del programa Fortaleciendo a las Defensoras Ambientales del Fondo Mujeres del Sur, las mujeres de Mapik pudieron realizar algunos encuentros con otras mujeres y, además, construir con sus propias manos un aljibe para la comunidad. “Mi hermana y yo habíamos construido con materiales pero las demás aprendieron ahí”, explica una de las chicas.

Se trata de un sistema de captación de agua de lluvia, con capacidad para 16.000 litros. “Me siento muy orgullosa de nosotras, cansó mucho pero valió la pena”, es uno de los testimonios que recolecta la revista de Mapik sobre el tema.

La revista es otra de las iniciativas del grupo, y ya cuenta con tres ediciones. Además, las Mapik realizaron talleres de radio, de poesía, de música, de educación sexual integral, de reutilización de plásticos, y la lista continúa.

El grupo, que comenzó juntándose en la cancha de fútbol, luego en la casa del tío de una de las mujeres y hoy en el salón comunitario, tiene como próximo proyecto construir un espacio propio para sus numerosas actividades.

Ser mocoví en el desarraigo

El pueblo mocoví es originario de la zona, antes de la llegada de los españoles ocupaban las tierras de Chaco y Santiago del Estero.

La comunidad mocoví de Tostado está compuesta por más de 80 familias, aunque algunas peregrinan frecuentemente hasta Chaco y luego vuelven. Está alejada de la ciudad y queda fuera del tendido de la red de agua potable. Las casas son de material y chapa, la calle de acceso es de ripio, y las internas, de tierra. En la puerta de cada una de las casas, los miembros de cada familia se sientan, conversan, toman mate. Les niñes juegan alrededor. Son espacios de socialización, junto con el salón comunitario y la iglesia (evangelista) que se ubica en el centro.

Las mujeres de la comunidad tomaron el nombre de Mapik porque así se dice al algarrobo en moqoit y significa “el árbol puesto en el camino para comer”. “Tiene su fruto, la algarroba, que nuestros antiguos familiares y nosotros consumimos. Y también es importante porque da mucha sombra”, explica Romi.

Ante la pregunta por las tradiciones y la cultura ancestral mocoví, por fechas, rituales, canciones, se disparan miradas entre ellas. “No, no conocemos rituales. Siempre nos enseñó el abuelo que ya falleció hace años. Él nos enseñaba a cantar, orar, pero ahora que somos grandes no”, sostiene Gabi. “Hay un año nuevo mocoví, pero no conocemos bien de dónde salió, nuestras familias que viven en Chaco lo festejan, pero acá no”. Cuentan que en la vecina provincia viven abuelas, abuelos, tías y tíos más grandes. “Nosotras somos nuevas, crecimos acá”, explican.

Consultadas acerca de qué significa ser una mujer mocoví, después de muchas dudas y risas, cuentan que su identidad está definida por su idioma, aprendido, practicado y transmitido de generación en generación. Y también por la relación con la tierra. “Nosotras desde chiquitas vimos a nuestros padres salir a los montes, a cosechar algodones y crecimos viendo que ellos respetaban el lugar. Donde iban, siempre pedían permiso a la tierra porque decían que ahí vivían los verdaderos dueños. Así no les hacían daño”, explica Romi.

Esta relación de armonía con la naturaleza atraviesa toda su vida. “Ellos no se enfermaban. Ahora hay mucho desmonte y tenemos mucho calor, el rayo del sol está muy fuerte, y a causa de eso tampoco tenemos agua. Entonces nos estamos enfermando más, porque antes, aunque fueras anciano, casi nunca te enfermabas”, resaltan.

La cosecha del algodón y buscar los frutos del monte, eso es re mocoví”, explican entre risas. “Juntamos el mistol, la algarroba, la tuna, un montón de otros frutos que no sabemos cómo se llaman en castellano. Eso nos complica siempre cuando nos preguntan”.

Además de la cosecha, algunas hacen artesanías, tejido, cacharros de cerámica. Los hombres hacen changas en la construcción o se dedican al destronque (tala de árboles para la venta). “Nosotras nos quedamos acá, cuidando a los hijos”, explican.

Leer también »  Chabela Zanutigh, la semilla que ha vencido a la muerte

Mapik en su ecosistema

La división sexual del trabajo cala hondo no sólo dentro de los hogares sino también en la comunidad. Los y las mocovíes de Tostado eligen a sus autoridades a través de asambleas: cacique, vicepresidente, secretaries, vocales. Según cuentan las Mapik, las autoridades pueden ser varones o mujeres indistintamente. Sin embargo, generalmente son varones, y la igualdad de género resulta un asunto formal.

Con respecto a la organización entre ellas, las mujeres de la comunidad, explican que “algunos ven bien que nos juntemos y trabajemos en equipo, y otros, no”.

Sin embargo, a pesar de algunas miradas, ellas siguen adelante. El sueño que ahora las obsesiona es tener su propio salón, que van a levantar ellas mismas, para poder juntarse cuando quieran y proyectar más actividades. “Estar en grupo te da más fuerza para seguir construyendo, seguir adelante, luchar”, dicen con voz amable pero firme. Como el algarrobo, crecen de a poquito, pero resisten. Echan raíces, dan frutos y mucho cobijo.

Autoras: Magdalena Artigues Garnier (texto), Gise Curioni 
(fotografía), Priscila Pereyra (fotografía y registro  
audiovisual) y Carolina Robaina (registro y edición audiovisual)