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Todo rompen estas feministas: una lectura sobre el cambio climático

Se preguntarán qué tenemos que ver las mujeres con el cambio climático. Esto reflexiona Ana Laura Pino, que es Licenciada en Química, Especialista en Gestión Ambiental y docente de Química Verde. Y por supuesto, feminista.

Autora: Carolina Robaina

En la ciudad de Santa Fe en verano hace muchísimo calor, el invierno es corto, la temporada de lluvias es en marzo-abril; además ocasionalmente tenemos épocas sin lluvias, o llueve en un día lo que debería llover en un año. Esto se debe a que el clima es resultado de un equilibrio dinámico entre la atmósfera, el suelo, el aire, el hielo de los polos. Hasta ahí, todo normal; es lo que se conoce como variabilidad natural del clima, que es su variación dentro de ciertos parámetros. El tema es cuando ese parámetro se sale totalmente de rango, de escala.

Con datos estadísticos, mapas, gráficos, y estudios científicos de todo el mundo hoy ya no se discute que, con algunas acciones concretas, el ser humano está modificando algunos (todos) de los componentes del clima, y al estar relacionados lo que pasa en uno afecta a los otros. Es lo que se conoce como Cambio Climático (en adelante CC), que la Convención Marco sobre Cambio Climático define como el cambio en el clima, atribuido directa o indirectamente a la actividad humana, que altera la composición de la atmósfera mundial y que se suma a la variabilidad natural del clima, observada durante períodos de tiempo comparables.

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Siempre perjudicadas, nunca imperjudicadas

El CC tiene innumerables consecuencias. Una de las principales, o al menos la que a mí más me preocupa, es el aumento (no sólo en la ocurrencia sino además en su gravedad/intensidad) de eventos extremos. Son muchos los científicos que informan sobre evidencia de mayor ocurrencia de lluvias torrenciales e inundaciones, o períodos prolongados de sequía junto con olas de calor intenso, así como tornados y huracanes más frecuentes y más intensos, todos atribuidos al CC.

Ahora bien, si bien el CC afecta a toda la población, son las personas más pobres del mundo y las que se encuentran en situación vulnerable, quienes se llevan siempre la peor parte, ya que los eventos extremos aumentan las desigualdades existentes. Y las niñas y mujeres integramos ese grupo vulnerable.

María Teresa Arana Zegarra, experta en género y medioambiente de América Latina menciona al respecto que ellas sufren y sufrirán las consecuencias de todas las problemáticas mencionadas, por partida doble: es decir, por factores biológicos y por factores socio-culturales o socio-económicos, que por si no fuera suficiente, actúan sinérgicamente incrementando esa vulnerabilidad.

Y es que las mujeres intervienen directamente no sólo en la producción de alimentos, muchas de ellas, mujeres rurales, campesinas, encargadas de la agricultura familiar, sino también en la preparación de los alimentos para el grupo familiar; son las que caminan grandes distancias para acarrear agua, tanto para el consumo como para alimentar animales; son las responsables de las tareas y del trabajo domésticos, y del cuidado de niños y mayores; son las que gestan, maternan y lactan.

Entonces, en una inundación por ejemplo, serán ellas las responsables de proveer alimento sano, agua segura, lavado de ropa, y cuando el agua baje, lidiar con aguas contaminadas, vectores y enfermedades. Y respecto a esto último, el pasar mayor tiempo en casa (rol doméstico), y manipular alimentos o aguas contaminadas, combinado con factores biológicos, aumenta la vulnerabilidad.

Autora: Priscila Pereyra

A su vez, como ha indicado Gustavo Almeira (colaborador del Laboratorio de Eventos Extremos y Cambio Climático en Sudamérica de la Universidad de Buenos Aires), en el caso de una sequía y ola de calor extremos, sus cuerpos son más sensibles a sufrir deshidratación, enfermedades como la diarrea, y hasta muerte, en mayor medida que los hombres. Debido a diferencias en la distribución de grasa corporal, en la transpiración y en el metabolismo respecto a los hombres, las mujeres soportamos menos el calor extremo. Y en mujeres embarazadas, el aumento del ritmo cardíaco y de circulación de la sangre por el embarazo genera una mayor probabilidad de ser picadas por los mosquitos, tanto los comunes, como los emergentes por el CC, como el dengue, paludismo, zika, entre otros. Si al embarazo le sumamos situaciones de pobreza, el cuadro se agrava.

Además de las tareas de maternidad y cuidado mencionadas, las actividades productivas como la enseñanza y el cuidado de enfermos es llevadas mayoritariamente por mujeres. Escuelas, docentes y niños fumigados, con cardiopatías, enfermedades respiratorias crónicas, y muertes por cáncer en el primer caso, y qué (mejor) ejemplo que el riesgo a contraer Covid-19 que actualmente padecen miles de profesionales de la salud, en el segundo caso.

El otro tipo de factores a tener en cuenta son los socio-culturales o socio-económicos. El CC no hace más de agravar las desigualdades ya existentes. En muchos países, las niñas no estudian o no continúan más allá de una educación básica. En otros casos, niñas y jóvenes no tienen acceso a la salud, no cuentan con recursos económicos propios, y dependen de su marido. Aquellas mujeres que logran acceso a educación, formación y recursos económicos, de todos modos no participan de la toma de decisiones.

Y relacionando el aumento de eventos extremos por CC con los factores sociales que afectan a las mujeres, el nivel del mar está aumentando a un ritmo muchísimo mayor que el de las mejores previsiones (modelos más optimistas), por lo cual Climate Central (que es una organización independiente formada por científicos y periodistas de todo el mundo, con el objetivo de difundir resultados de la ciencia sobre el CC) estima que para el año 2050 habrá entre 275 y 300 millones de migrantes ambientales, debido a que sus lugares de residencia se encontrarán bajo agua (si quieren dormir bien esta noche, no les recomiendo chequear el mapa de simulación ). Ni vale la pena aclarar, que la mitad de ellos, serán mujeres.

Y a esa situación se suma otra que las lectoras de Periódicas conocen mejor: la violencia de género. El Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA), que trabaja en pos de la salud sexual y reproductiva de las mujeres), viene alertando respecto a que las mujeres migrantes están/estarán más expuestas a sufrir violencia física y acoso sexual, sumado a condiciones sanitarias mínimas en los centros de refugiados.

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Verde, como la esperanza

Autora: Priscila Pereyra

Sin embargo, las mujeres poseen una enorme potencialidad de cambio, de pasar de ser parte del problema a ser parte de la solución. Se ha recorrido un largo camino desde que la Cumbre de la Tierra en 1992 reconoció que “las mujeres tienen un rol vital en la gestión del medioambiente y del desarrollo, son quienes conocen mejor los severos impactos del cambio climático y se encargan del cuidado de la familia cuando su salud es afectada” hasta la última Cumbre sobre el Clima (COP25-2019 Madrid), donde la relación hombre-mujer fue de 60%-40%. Es una lucha importante a dar, teniendo en cuenta que las decisiones que se toman nos afectan directamente.

Y hay buenos ejemplos. Mujeres que se organizan, que luchan, que inician huertas urbanas, que se comprometen con la alimentación saludable, con el comercio justo, con la sustentabilidad. Que se capacitan y capacitan a otras, que comparten saberes y experiencias. Que luchan contra las fumigaciones, como las Madres de Ituzaingó o Malvinas Argentinas, que defienden el agua en Mendoza, como las de Asamblea por el Agua Tunuyán, o contra el fracking en Veladero, y líderes ambientales de toda América Latina, muchas veces perseguidas o asesinadas, como Berta Cáceres, referente indígena de Honduras. En nuestra ciudad, organizaciones como La Verdecita y su recordada referente Chabela Zanutigh o la Colectiva Feminista de Arroyo Leyes, entre otros.

Si a eso le sumamos la marea verde, las jóvenes ambientalistas que luchan por el clima, a las nuevas generaciones que hacen escuchar su voz, a una sororidad que antes no existía, a la formación de redes de apoyo, de contención, estaremos en el camino correcto.

Me quedo con una frase de Berta Cáceres: no nos queda otro camino más que luchar.

Autora: Ana Laura Pino, Licenciada en Química (Universidad Nacional del Litoral),
Magíster en Ciencias de la madera, celulosa y papel (UNaM), Especialista en Gestión
Ambiental (UNL), Docente de Química verde, Gestión Integral de Residuos y 
Microbiología ambiental.