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Parir en pandemia: dos historias y muchos miedos

Lulú y Lucre pasaron su último tiempo de embarazo, parto y puerperio en cuarentena, una atendida en el sistema privado de salud y otra en el público. Ambas contaron con el apoyo de doulas, quienes aconsejan y acompañan a personas gestantes. Cómo es pasar por un proceso que inspira temor de por sí, en el medio de una amenaza sanitaria.

Autora: Titi Nicola | CC-BY-SA-4.0

Lulú tenía 36 años cuando decidió ser mamá. No es de Santa Fe originalmente y ni sus padres ni los de su compañero viven en su misma ciudad. Quizás por todos esos datos es que se preparó para el proceso muy a conciencia. Se informó acerca de la Ley de Parto Respetado, buscó un obstetra reconocido por respetar los tiempos naturales del parto, realizó clases de preparto, se asesoró con un grupo de doulas (consejeras y acompañantes de personas gestantes), todo con el objetivo de poder transitar un parto vaginal amoroso.

Pero la pandemia de Covid- 19 le deparó otros planes.

“Cuando el presidente dictó el Aislamiento Social Obligatorio el 19 de marzo yo cursaba el octavo mes de embarazo, el 20 de abril nos convertimos en mamá e hije con Eneas, por lo que transité un mes de embarazo en cuarentena”, relata Lulú .

Con respecto a los controles previos, el día siguiente al decreto, tenía que realizarse un exudado vaginal, un estudio importante para el parto que conlleva una preparación previa. "Ese viernes llamé al lugar donde nos hacemos los estudios y casi no me dejaron ir porque estaban redefiniendo la atención. Por suerte hicieron una excepción porque yo no podía llegar al parto sin ese examen”. A su vez cuenta que de los chequeos previos también le faltaba realizarse un electrocardiograma, pero no pudo conseguir turno en todo el mes. “También me daba temor salir para hacerme el estudio, lo dejé para el día del parto”.

“Agradezco mucho haber sido una madre primeriza muy organizada y haber tenido todo. Para el día del parto tenés que tener algodón, alcohol, entre otras cosas que ya había comprado y guardado en el bolso. Pero si no hubiera sido así habría sido muy difícil conseguir esos elementos luego”, explica Lulú.

En busca de profesionales que cumplan la ley

“Soy una mujer grande, tengo 37 años, para mí fue una elección ser madre”, sentencia Lulú, quien afirma que eligió a su médico porque era uno de los que cumple la Ley de Parto Respetado. Esta ley, aprobada en 2004, garantiza entre otras cosas que se cumplan los tiempos naturales de un parto normal, elegir las personas que acompañarán el trabajo de parto, parto y posparto, conocer los beneficios de la lactancia y en definitiva, considerar a la persona gestante como una persona sana, protagonista y participante del parto.

La institución de salud

Para algunas futuras mamás la elección de la institución sanitaria viene de la mano de dónde trabaja el obstetra. En el caso de Lulú, el médico trabajaba en un sanatorio privado y en un hospital público. Ella decidió atenderse por el sistema privado. En el sanatorio elegido “al parecer hay una estructura que soporta el parto respetado, con una guardia permanente de parteras y unas charlas que haces a partir de la semana 27, son nueve encuentros que pude hacer presencialmente menos uno. Estas clases tenían que ver con darnos información que posibilita el parto respetado, sobre lactancia, de cómo se recibe al bebé, cómo llega, hasta tuve la oportunidad de conocer la sala de parto, lo cual tranquiliza mucho. Me sentí contenida por la institución”.

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Casi sola

El 2 de abril Lulú llamó por teléfono al sanatorio para asegurarse de que su compañero pudiera estar con ella en la sala de parto. “Me desayuno con que la noche anterior había sido el último parto en compañía. Yo había entendido que solamente podía elegir un acompañante en este contexto de coronavirus pero ahora me estaban diciendo que ya no dejaban entrar ni a la sala de partos ni al quirófano a ningún acompañante. Fue como un baldazo de agua fría”. Las parteras del lugar le explicaron que era una decisión del director del sanatorio. Y al otro día su obstetra se lo reafirmó.

Pero Lulú no se quedó ahí. Cuando llegó a su casa indagó la información que había al respecto. Vio que había un documento del Ministerio de Salud de la nación con recomendaciones para asegurar el acompañamiento del parto durante la cuarentena. Volvió a interpelar al obstetra con ese recurso. “Le pedí que se lo haga llegar al director del establecimiento porque a mí me interesaba mucho tener un acompañante. Creo que todas nos merecemos tenerlo en ese momento tan especial, único y en el que estamos atravesadas por un montón de miedos”.

A su vez, se comunicó por redes sociales con el sanatorio y manifestó que estaban incumpliendo un derecho, citando tanto las recomendaciones como la ley. Muchas otras mujeres se hicieron eco en los comentarios. Después de unos días volvió a comunicarse con el obstetra y le respondió que habían accedido a dejar entrar un acompañante. “Así que me sentí una vencedora. A partir de que mujeres por parir empezaron a averiguar, presentaron notas ante el director, se comprometieron a mantener el parto respetado en compañía. Ganamos esa batalla”.

Ni bien Lulú se dio cuenta de que iba a tener que atravesar los últimos días de su embarazo y parto durante la cuarentena decidió hacer un cerco informativo, pero con redes de cuidado. “Me parece importante poder acallar algunas voces por el nivel de adrenalina que se maneja socialmente y también personalmente. Me sirvió mucho consumir información de embarazo consciente, del grupo de doulas, también de Tinkunaco (que es un lugar de referencia acá en Santa Fe). Por ejemplo, las recomendaciones para parir en cuarentena a las que yo accedí fueron una herramienta fundamental para poder hacer respetar mi derecho”.

Autora: Gise Curioni

Preparación para la vida

Un día Lulú comenzó a tener contracciones. Eran las 10 de la noche cuando le avisó a las doulas, pero debido a la cuarentena ellas no pudieron acercarse a su casa. “Cuando una entra en trabajo de parto, perdés noción del tiempo, te ensimismas. Es un trabajo interior para tolerar el dolor, respirar y que las contracciones te atraviesen”. Las doulas recomiendan resistir en el hogar la mayor cantidad de tiempo posible para hacer el trabajo de parto allí y evitar una cesárea apresurada en la institución de salud. Lulú se la bancó toda la noche, pero a las 11.30 de la mañana cedió y fue al sanatorio.

Cuando llegó tenía seis centímetros de dilatación, cuando debe llegar a unos diez para parir. La dejaron internada. “Como había muchos partos fuimos a una habitación compartida. Aunque la pareja que estaba en la habitación era divina, de todas maneras no es cómodo compartir el trabajo de parto con desconocidos, que además están pasando por lo mismo. Estuve ejercitando con la pelota, dándome duchas calientes, pero en un lugar que no me sentía cómoda, sin haber podido tener el acompañamiento que yo quería, todo eso colaboró en el desenlace”.

A la hora Lulú tenía siete centímetros de dilatación y ahí se instaló. El bebé todavía no había descendido y ella ya llevaba 17 horas de trabajo de parto. “Yo adhiero a la idea de que lo que podemos gestar lo podemos parir pero para eso hay que saber esperar los procesos naturales. Mi obstetra (que ya venía de un caso similar que llevó a cesárea) me dijo que Eneas estaba sufriendo. Y no me dejaron otra opción”.

Lulú fue a cesárea. La cirugía fue veloz y certera. Apenas sacaron al bebé se lo dieron para que se prenda a la teta. “Se dice que si ellos logran venir con ese esfuerzo que implica el parto, están más preparados para la vida, por lo que yo estaba muy triste. Creo que si hubiera tenido la posibilidad de transitar este proceso en casa con las doulas él hubiera descendido. Pero la partera, ante mi desilusión por no haber podido transitar un parto vaginal me dijo que todas esas horas de trabajo de parto hicieron que Eneas no sea el mismo”.

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¿Más cesáreas?

Lulú percibió que la partera estaba asombrada por la cantidad de cesáreas que hubo ese día. “Creo que con esto del Covid las instituciones te expulsan. De hecho me hicieron la cesárea y al otro día ya me dieron el alta, cuando en general te dejan un tiempo más internada. Si las instituciones no quieren tenerte ahí es indudable que lo mas fácil es que todas pasemos a cesárea”, arriesga la reciente mamá.

“Mi obstetra asegura que hicimos lo correcto y yo sigo pensando que podríamos haber esperado un poco más”.

El des-conocido

Hoy por hoy, nadie de su familia conoce a Eneas, más que sus padres. “Estamos practicando la lactancia, que fue muy duro porque me destruyó los pezones porque ninguno de los dos sabía bien cómo hacer. Es otra de las consecuencias de atravesar en aislamiento este proceso”. Sus abuelos resisten la ansiedad a fuerza de videollamadas y fotos por Whatsapp. “Esto también es parte de que Eneas sea un cuarentenial o un pandemial”, bromea Lulú.

Por otro lado, “él no conoce otras voces que no sean las nuestras. Hemos podido hacer mucho nido. Una amiga me dijo: ‘hicieron todo ustedes dos solos’, y me di cuenta de que sí, porque estamos acompañados virtualmente pero en realidad su presencia es ahora, y estamos los tres solos.

Compartir la vida

Se supone que la palabra compañere viene del latín y deriva de “comedere”, que significa “comer del mismo pan”. Compañere es quien comparte habitualmente el mismo pan. Y si comparte el pan comparte la conversación, los desafíos, la vida. Eso hacen las doulas, mujeres que ya han sido madres, que aconsejan y ayudan a las embarazadas y las acompañan durante el embarazo, el parto y los cuidados al recién nacido.

Lara fue una de las doulas que asistió a Lulú en su proceso, y también a Lucre. “Fueron dos acompañamientos muy diversos, ambos en cuarentena. Lulú tenía obra social y pudo elegir dónde y con qué médico atenderse. Pero también tuvimos la oportunidad de acompañar a Lucrecia, una mujer que vive en barrio San Agustín, con otra situación tanto económica como social, y parió su quinta hija en el hospital público”, explica Lara.

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El punto de partida de Lucre

Se enteró que estaba embarazada cuando ya cursaba el cuarto mes. No se encontraba en Santa Fe, sino en el sur del país, en Tierra del Fuego. “Me había ido a probar suerte, me fue mal y viví un calvario”.

Lucre fue una de las tantas mujeres que, ante promesas falsas de trabajo, caen en las redes de trata de personas. Un día, luego de desmayarse, sus secuestradores la llevaron a hacer un chequeo médico. “En la consulta el médico me hizo una ecografía, me mostró el monitor y me dijo ‘este es tu bebé’. Me largué a llorar, le dije que no podía, que no quería tener un bebé en esta situación”.

El médico le ofreció abortar. “No quise, por lo que el castigo fue peor para mí. Estaba mal por el hecho de estar embarazada y lo que tenía que aguantar día a día ahí, era una tortura hacer lo que me pedían. Me levantaba todos los días y me quería morir, quería tirarme de un quinto piso, ahorcarme, miles de cosas. No sabía si iba a salir, si iba a llegar con vida a mi casa, no tenía acceso a controles, mi panza no crecía y no tenía hambre”.

Un día, decidió que como sea iba a salir. “Me aferré a mis hijos, de ahí saqué la fortaleza para escapar de ahí”.

Un cliente le había ofrecido ayuda si alguna vez tenía la oportunidad de salir. “Lo llamé y fue él quien me llevó y me sacó de ahí en camión hasta Buenos Aires. Ahí me compró unas pantuflas y unos pasajes para poder llegar a Santa Fe, porque salí corriendo con lo puesto y estaba descalza”.

Autora: Titi Nicola | CC-BY-SA-4.0

En Santa Fe

Cuando llegó a Santa Fe a Lucre le costó poner los pies sobre la tierra. “No fue fácil porque llegué sin plata, sin trabajo, embarazada y con cuatro hijos. Me tomó tiempo aceptar mi embarazo”.

Luego de una descompostura fue a atenderse al hospital. “Allí me atacaron mucho por no tener controles. Tenía solo una ecografía que prácticamente se la había robado al médico de Tierra del Fuego. Y a mí me daba mucha vergüenza contar por qué pero tampoco quería mentirles”.

Luego de relatarles la situación de violencia por la que había pasado la contactaron con una psicóloga y una asistente social, la internaron y le hicieron todos los controles correspondientes.

Allí se pudo contactar con las doulas, que se ofrecieron a acompañarla, y comenzó a hacerse los chequeos regulares. “ Mi embarazo en sí fue muy duro hasta que pude contactarme con las chicas”, relata.

Llegó Morena

Debido al contexto de emergencia sanitaria, tuvo complicaciones para hacerse los últimos estudios, le faltaron unos análisis por retirar y un exudado vaginal.

El 13 de abril Lucre empezó con contracciones. En la puerta del hospital la estaba esperando la doula que la iba a acompañar. Pero no la dejaron entrar, incumpliendo la Ley de Parto Respetado.

Fui sola y parí sola. Me revisaron y me dijeron que estaba ‘pasada’, porque estaba a dos días de entrar a las 42 semanas”.

Su parto fue rápido, en dos horas Morena ya había nacido. “La partera que me tocó era muy buena. No podía parir en la cama porque me acalambraba así que me propusieron parir en un banquito, quise probarlo. En dos pujes Morena nació y enseguida me la pusieron en los brazos”.

Luego del parto fue sometida a una intervención quirúrgica, así y todo tampoco la dejaron contar con su acompañante. “Me dejaron anestesiada de la cintura para abajo y no podía moverme, así que como podía trataba de sacar la beba de la cuna a la cama para poder darle la teta”.

“Previamente tuve mucho mucho miedo por todo el tema del coronavirus, por eso fue bueno estar acompañada por las doulas porque podía preguntarles sobre el tema”.

Sin controles

Fueron las doulas quienes le regalaron los elementos de higiene y la ropita para la beba. De todas maneras, la situación de Lucre era muy precaria. “Llegué en noviembre a Santa Fe y no pude presentar los papeles en Anses por lo que me dieron de baja la asignación de los chicos. Luego cuando comenzó todo esto tampoco atendían”.

Cuando arribó a la ciudad estaba en situación de calle. “Tenía miedo por el virus y porque ya empezaba a hacer frío. Yo estaba durmiendo en lo de una amiga, su mamá me prestaba su casa sólo para dormir. Si bien en principio no quería ir porque viven tres familias en esa casa, no me quedaba otra”.

Al día de hoy sigue allí, duerme en esa casa con la beba y durante el día está en lo de su mamá con el resto de sus hijos. La pandemia por coronavirus complicó aún más una situación que ya era difícil: “a la beba no le pude hacer ningún control, en el centro de salud no me dejan porque no tiene DNI. No le pude hacer la documentación porque no están atendiendo en el registro civil. Tampoco es seguro que yo me movilice con ella en colectivo. Además, necesito que la vea la pediatra para pedirle la leche porque yo no puedo comprarla y ella toma teta pero no se llena”.

Pero Lucre no se rinde: “está complicado pero voy a seguir batallando, necesito un hogar para mí y mis hijos. Creo que si pude aguantar y salir del calvario que viví es porque hay algo mejor deparado para nosotros. Solo necesito mirar las caritas de mis hijos para recargarme y salir día a día”.

Autora: Gise Curioni

No todo es virus

Por su parte, Lara se pregunta: “¿cómo seguimos resguardando a las mujeres que no sólo necesitan no contagiarse sino también compañía, contención?”.

“Desde mi mirada de acompañante de la gestación, trabajo de parto, posparto, lactancia, crianza, siento que la cuarentena profundiza y pone en evidencia muchos modos de asistencia muy generales y protocolares que no logran intervenir sobre la individualidad de cada mujer y cada ser que llega”. Para Lara, el sistema de salud (sobre todo el público) hace un abordaje que homogeiniza, que no logra dar una mirada particular a cada vida. “A esa ausencia nos referimos cuando nos hacemos eco de la Ley de Parto Respetado, que sostiene que la mujer es la protagonista de ese suceso que permite que un nuevo ser llegue a nuestras vidas. Ahí es donde las doulas acompañamos, donde en ese encuentro (particular o en rondas grupales) propiciamos un compartir con otras familias u otras personas para propagar la información”.

Si bien los controles en su mayoría se han podido sostener y los profesionales de la salud han seguido asistiendo con ciertas condiciones y resguardos en relación a la higiene y la prevención, Lara sostiene que el aislamiento afecta profundamente el tránsito del proceso. “En este momento de la vida es donde más necesitamos sabernos acompañadas, contenidas, que podemos hablar, compartir, que alguien nos escucha, y la necesidad de restringir el acompañamiento y el acceso a las instituciones de salud, afecta directamente a esa persona que gesta y da a luz, que necesita una contención”.

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No es una enfermedad

Las doulas alertan que se siguen asistiendo los nacimientos en las instituciones donde en general acuden pacientes que están atravesando un desequilibrio en su salud y la gestación no tiene que ver con la enfermedad. “Hay una visión que tiende a debilitarnos en vez de poner el foco en lo que nos hace sentir fuertes, vitales, seguras. Este tránsito de la cuarentena y pandemia refuerza la sensación de miedo, inseguridad, peligro, en vez de fortalecer la idea subjetiva de estar trayendo vida. Tenemos que revalorizarnos como mujeres dadoras de vida y en buena salud”. Es por esto que defienden la opción de contar con casas de parto o maternidades, lugares preparados con todos los resguardos tecnológicos y profesionales de salud “que puedan estar asistiendo la vida y no la enfermedad”.

“Luchar por nuestros derechos tiene que ver con pelear por nuestro bienestar. Que la mujer tome su poder y la responsabilidad de elegir en dónde se va a atender, asistir, cómo va a tomar la palabra de esos profesionales, qué posibilidad de construir otra forma. En definitiva, preguntarnos adónde estamos poniendo el poder. Para parir, para gestar, para vivir”.