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¿Dónde estamos les empobrecides en el mapa del deseo político?

Victoria Stéfano, activista trava, reflexiona sobre los mapas de nuestro deseo, las políticas y la estética de lo indeseable, el terrorismo corporal.

Victoria Stéfano│Autora: Priscila Pereyra

Cuando camino por algunas zonas de la ciudad no puedo evitar reconocer algún hotel o una esquina donde me paraba para prostituirme hace unos años. Muchos de estos lugares los veía sólo  desde la ventanilla de algún auto que me levantaba. Recorro y voy dibujando el mapa en mi cabeza y al mismo tiempo pienso cuánto conocí en tan poco tiempo en relación a mi mapa de cuando era una niña.

Hay distintas maneras de trazar mapas. Los mapas no son para nada una expresión neutral, por el contrario, expresan una cosmovisión ideológica, cultural, histórica. Podemos decir que todo mapa es político. Esa cosmovisión particular que se imprime en el mapa, va a definir el ángulo desde el cual se describa el territorio que se intenta racionalizar y eso va a ser traducido milimétricamente en el plano a escala de lo observado particularmente desde ese punto definido como epicentro de nuestra percepción del espacio. Yo no les puedo hablar desde otro punto en el espacio. No les puedo decir más que lo que se vé desde mi travestidad, desde mi resistencia villera, desde la fetichización de mi pija, desde la hipersexualizacion de mi identidad, desde la mercantilización de mi culo, desde la prostitución propia y la de mis hermanas, desde el borramiento de mi subjetividad, desde mi propio lugar en el mapa de los deseos, desde mi propio mapa de lectura del deseo. ¿Cuál es el mapa de nuestro deseo, y en qué nociones políticas se inscribe nuestro mapa "particular"? Principalmente vamos a hablar de las políticas del deseo y de lo indeseable, terrorismo corporal, y la estética del deseo.

Lugares deseables e indeseables

Para hablar de políticas voy a seguir usando el mapa. Tenemos hemisferios. El rico y habitable Norte, el empobrecido y excéntrico Sur. No es necesario a esta altura profundizar más en como las dinámicas centro-periferia, poder-despoder, nosotros-otros se instalan ideológicamente en los mapas políticos, culturales, y sociales, en el planisferio y en la trama de nuestras relaciones sociales. Si para algo nos sirve el mapa es para evidenciar qué miramos y desde dónde miramos. El norte es un lugar para vivir. Dónde el sueño americano y la Vie en Rose llevan al matrimonio, y el desarrollo pequeño burgués. En cambio el sur es exótico, un lugar para visitar, conocer culturas poco desarrolladas, excéntricas costumbres, colores, festividades, carnaval, pluma y calor. Pero nunca es un lugar deseable donde vivir. Las crisis, el subdesarrollo, la abundancia de enfermedades, lo hacen… indeseable. Hay un mapa donde nos inscribimos. Dónde trazamos otros mapas desde esa inscripción territorial inicial.

Trasladamos ese mapa a la disposición territorial en nuestro país y vamos a ver muchos patrones repetidos, al igual que en el mapa de nuestra provincia. Más interesante y cercano aún: los mapas de nuestros barrios. ¿Dónde se fabrican las prostitutas de Santa Fe? ¿Dónde empezó el dengue el verano pasado?¿Dónde están los comedores y merenderos populares de la ciudad? ¿Dónde se ubican los barrios menos urbanizados? ¿Dónde se concentra la pobreza? ¿Dónde se sufrió el mayor impacto del crimen hídrico del 2003? ¿Dónde viven las travestis en Santa Fe? ¿Cuáles son los márgenes de habitabilidad de la ciudad?

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Deseo y clase

Hace tiempo venía pensando el deseo como práctica, sometido a la ética. No dejo de pensar en cómo se traza el deseo desde un lugar de clase. ¿Tienen la clase y el deseo algo que ver? Volviendo al mapa, ¿en qué lugar de nuestro mapa del deseo colocamos al pibito del pasillo de Barrio San Lorenzo?¿Cuánto deseo me provocan los dientes abundantes, blancos y derechos? ¿Cuánto nos la sube el acceso a la educación o a la alfabetización que tuvo le compañere? ¿Qué me pasa a mí con el pezón marrón, con el cuerpo tallado a olla que se sale del paradigma curvy, y todo ese camino de la tolerancia que parece la única forma de inscribirnos en el deseo de cuerpos gordos? Sufrimos el saqueo de nuestras sexualidades. El empoderamiento de decir, sentir, exigir, provocarnos orgasmos. Han borrado de nuestro mapa corporal al clítoris, los placeres anales, y los dildos son un chiste entre mates. Las revoluciones sexuales son de otros. Nosotras jugamos en campo arrasado. Porque también el conocimiento es una forma de poder que se cierra sobre sí misma. Y ahí andamos construyendo poder popular con lo que arrebatamos de la academia. Todavía andamos construyendo a la sexualidad como una forma de poder.

Cuerpos terroristas

El terrorismo corporal es la categoría política de esos cuerpos indeseables, indeseables institucionalmente, estatalmente. Indeseabilidad expresada en forma de necropolíticas de los cuerpos. Los cuerpos terroristas implotan la estética europeizada del deseo hegemónico: los cuerpos travestis siliconados, hormonados, teñidos y moldeados, las cuerpas cesareadas, las tetas rebeldes, las estrías, las viceritas de marca, los pantalones y las zapatillas deportivas, los marrones, las marronas, la torta chongo que se levanta a todas, la marica que conoce a todos los chonguitos del barrio… todes privades del acceso pleno a derechos como la urbanización, la salud, la educación, la alimentación, el empleo; pero con el pleno derecho a la vigilancia diaria de las fuerzas represivas del Estado. No es que el Estado no está presente, es que elije formas específicas de estar. La institucionalización de la indeseabilidad de nuestros cuerpos es la criminalización de nuestras identidades. Encajamos en los espacios controlados de habitabilidad como las empleadas en negro, las prostitutas que consumen, los pibitos que les arreglan el patio sin un recibo de sueldo, obra social, ni aportes jubilatorios. Somos el fetiche del sur exótico pero inhabitable.

El deseo en término se traza en una serie de estéticas estereotipadas, atravesadas por la raza, la clase social, el capacitismo, la expresión de género, la corporalidad… fundamentalmente en el colonialismo. Nuestro mapa barrial sitúa al chongo lindo de la moto grande, a la otra travesti de a la vuelta, al yuta que te sigue tres cuadras en el comando, al putero que más paga y que menos tortura, a la amiga con la que nos quedamos incómodas pensando cómo sería sí abrimos nuestras mentes a la inagotable lista de alternativas sexuales donde encajarnos las cuerpas, al maricón este que le pinta la lesbiana cuando está borracho. A la heterosexualidad como un juego al que a veces jugamos y a veces no tenemos ganas de jugar. Pero que teorizarla, siempre, siempre, va a ser algo que nos convencieron de no poder hacer.

No vengo con un mapa posible de la erótica de la travestidad, propongo preguntar: ¿Dónde estamos las trabajadoras de triple jornada, los albañiles, las curvy no europeizadas, los rasgos originarios, borrados a fuerza del mestizaje y el devenir criollo homogeneizante sarmientino?¿Dónde las afro-originarias, las campesinas, las cholitas, las muxhe y las drag villeras? ¿Dónde nuestras tetas estriadas de desgarro heterosexual, nuestros vientres flácidos? ¿Cuál es el mapa de nuestro campo y con qué herramientas teóricas ampliamos o profundizamos la visión de nuestra práctica disciplinar? ¿En qué formas de deseo se basan la educación, la medicina y la arquitectura de nuestros ranchos? ¿Dónde estamos les empobrecides en el marco del deseo social?

 

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Texto en base a la exposición en las Jornadas de Sexualidades, Placer y Erotismo 
de la Asociación Sexológica del Litoral (ASeL) celebradas 12,13 y 14 de septiembre de 2019.