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Dame toda la plata de tetas, amor

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Esto se va al cuerno y al parecer lo único que nos preocupa a los travestis es sacarnos o ponernos tetas. En pleno frenesí: ¿nos volvimos el movimiento más hueco del país?
Victoria Stéfano
Autora: Victoria Carballo

A lo largo de la historia de la humanidad, cada clima de época ha definido sobre qué sujetos políticos se lega el horizonte de posibilidades. Y tras 200 años desde la Era de las Revoluciones, las y los travestis tuvimos, alguna vez, nuestro brevísimo turno.

Fueron bellos, buenos y felices tiempos en la Argentina. La economía en desarrollo, los salarios en dólares entre los más altos de Latinoamérica y los índices controlados de pobreza y desempleo permitían que pasaran cosas.

Cosas, como desviar el foco de algunas leyes que hacían justicia a los nadies. Leyes que redistribuían el capital de la felicidad entre sectores que nunca habían sido tocados por esa varita.

Y aunque el odio jamás se apaga, apenas si se reconcentra y organiza esperando su momento, sí sabemos que cuanto más feliz se sostiene al conjunto social, los que odian tienen menos excusa y rompen menos las pelotas. Un pueblo feliz no se enoja con la felicidad de sus marginados.

Pero es verdad que no vivimos en cualquier punto del planeta. Será la densidad disminuida del campo magnético de la Tierra o el agujero en la capa de ozono, no está claro aún, pero vivimos en un país al que le resulta difícil aceptar la dignidad y está formateado en el ciclo infinito del sufrimiento.

Por lo que, cada cierto tiempo, encontramos la manera de boicotearnos. Y allí la oportunidad de los infelices. Podemos decir que los argentinos somos algún tipo de Sísifo extraño que tira la piedra desde la cima solo para volver a recorrer el camino doloroso y empinado de la subida.

Nos resulta insoportable la plenitud. Así que nos buscamos formas de destruir todo lo que nos prometa pasear un rato por la calle angosta de los felices. Terminamos nuestras propias primaveras.

Hoy, el invierno nos azota duramente. El descontento popular frente a una pobreza que aparentemente baja, pero con una presión económica que no deja de subir, multiplica a los infelices. En efecto ganaron, pero también inoculan su peste.

Los infelices, en buena cantidad por decisión propia e imposibilitados de hacerse cargo, son los mastines del régimen que comienzan con la cacería. Se apresura el momento de terminar con todo tipo de felicidad posible. Sin viejos felices, sin niños felices, sin mujeres felices, sin trabajadores felices.

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Autora: Priscila Pereyra

Desde afuera

Las que venimos de mirar todo el juego con la nariz pegada al vidrio acumulamos la experiencia empírica de lo que pasa con nosotras cuando ellos ganan.

La infelicidad vuelve todo volátil y alcanza con un poco de inestabilidad para que los ciegos e incapaces de asumirse responsables de sus elecciones construyan los chivos expiatorios que carguen con la culpa.

Así que hay que hacerlo ahora. Ya no hay tiempo que perder. En el medio de este conflicto en ebullición, los poquitos que saboreamos la felicidad aprovechamos lo que queda de sol y nos apuramos a poner a punto todo, ante lo que ya sabemos inevitable.

Hay redes subterráneas que tenemos que fortalecer, referencias que tenemos que construir y procesos que tenemos que terminar, mientras podamos. Es momento de ser semilla.

Es imprescindible el recuento de cabezas, la identificación, la sistematización. Hay que saber con quienes contamos y dónde están las vías seguras y, si es necesario, las de escape.

No estamos en pánico porque ya es una realidad asumida y a cuentagotas. Así como inalterable. Sabemos que las leyes que nos trajeron felicidad van a ser abolidas. Así que a contrarreloj nos agolpamos en las clínicas y servicios de cirugía reconstructiva, las obras sociales y los hospitales que todavía nos reciben, porque ya lo aceptamos. Hay que aprovechar ahora y prepararse para enfrentar lo que viene.

Nadie lo dice en voz alta, pero todos actuamos en consciencia de que es inapelable. Hay que darle lo que resta de la felicidad al cuerpo para lo que sigue y de paso disfrazarlo para que sobreviva. Tenemos que disimular su rareza.

No nos volvimos un movimiento más hueco del país de repente. Simplemente es que sabemos que nuestro turno va a llegar pronto y van a venir por nosotros. Y, para cuando eso pase, procuramos poder escondernos, pasar desapercibidos, parecernos a ustedes. Mientras, en el ardid del ocultamiento, fraguar el frabulloso día.

Es otra constante. Hay algo de la mímesis que nos resguarda en esos contextos. Lo sabemos no por ver el futuro, sino porque vemos el pasado. No mantenemos ingenuamente viva la memoria, es la memoria la que nos va a mantener con vida.

Así que sí. Lo que resta de este purgatorio incómodo, sin otra salida que un invierno dantesco, nos van a ver operados y fajados, porque se nos acerca el día de dejar de ser trans. El mismo día que nos empujen al levantamiento.