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El fútbol que amamos, en un mundo de mercaderes

La llegada del Mundial de ese deporte que jugamos, vemos y amamos, nos hace sentir como en vísperas de carnaval. Pero como desde los feminismos venimos a discutirlo todo, charlamos con cuatro militantes futboleras sobre cábalas y expectativas pero también sobre política, derechos humanos y la corrupción que parece comerse la alegría de, simplemente, ver rodar una pelota.
Ileana Manucci
Autora: Gisela Curioni

El próximo domingo 20 de noviembre empezará a rodar la pelota de un nuevo Mundial de fútbol masculino en Qatar -y vale la aclaración porque ahora ya sabemos que también hay Mundiales de fútbol femenino-.

Seguramente a esta altura la mayoría ya sabe dónde va a ver y con quién/quiénes, al menos el primer partido de la Selección Argentina, el martes 22 a las 7, frente a Arabia Saudita. Es que es bastante difícil abstraerse del clima mundialista, te guste más o menos el fútbol. Es un acontecimiento social, cultural y, como todo, político. Y sí, se paraliza casi todo.

En Periódicas hay fulbito semanal, muchas hinchas fanáticas de sus equipos que los siguen a todos lados, que ni siquiera nombran a sus rivales y jamás podrían usar ropa con esos colores. Sí, mucha termeada también por acá.

Por eso el fútbol, los mundiales, la Selección, Messi y compañía, no nos son ajenos. Muchas estamos esperando el Mundial como la última gota de alegría en este desierto de inflación, precarización laboral, odios y violencias varias, que nos va dejando el 2022. Un ratito de celebración colectiva. Vaya si no es necesario e importante.

Como sabemos que no somos las únicas sintiendo toda esta adrenalina, charlamos con algunas futboleras santafesinas que miran, juegan, dirigen, retratan y relatan este juego que tanto nos gusta, para que nos cuenten cómo lo esperan, cómo lo viven. Y además de futboleras, feministas.

“Como futbolera que soy, la cuenta regresiva para el inicio del Mundial arrancó el día que confirmaron la fecha definitiva”, dice Romina “la gorda” Fernández, habitué de los fútbol 5 de la ciudad y de la militancia del fútbol feminista, ante la consulta de Periódicas. “Durante el año sigo las ligas de distintos países y diferentes torneos locales e internacionales de América Latina y Europa. Por eso el Mundial para mí es el momento cúlmine de todo lo que vi, disfruté, grité, festejé y sufrí siguiendo todo ese fútbol en los últimos cuatro años”.

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Alejandra Haas, futbolista y entrenadora de pequeñas jugadoras, vive la previa de otra manera pero con la misma pasión: “No es algo que esté esperando cada cuatro años, pero comenzado el año mundialista te atrapa una ola en la que cualquiera que ame el fútbol se sube y se deja llevar. Los días que faltan para arrancar son directamente proporcionales a la ansiedad que te empieza a copar el cuerpo; así que en estos días, en todos los ambientes, no se habla de otra cosa que de la espera para que arranque Qatar 2022, sea o no un espacio futbolero”.

Florencia Frutos responde desde otro lugar, más analítico, más cercano a su profesión de periodista deportiva: “Son varias sensaciones, en principio porque una entiende que puede ser el último Mundial del mejor de nosotros, Leo Messi, y otra porque evidentemente esta nueva generación, con otros futbolistas que vienen de años anteriores, lograron junto a Scaloni enamorar a los argentinos. La trascendencia es inmensa, pero trato de no generarme tantas expectativas porque siento que puede pesar mucho y no logro disfrutarlo. La mentalidad para vivirlo este año es esa, disfrutar del fútbol mundial y ver una vez más a nuestra Selección jugando con las potencias del mundo”.

Con otra mirada, y un poco en portuñol, Gabriela Carvalho -brasileña viviendo en Santa Fe- dice que en estos momentos “un poco me dan ganas de volver a los rituales de mi familia, muy fanática del fútbol por parte de mi madre, que nos permitía faltar a la escuela hasta para ver partidos que no eran de Brasil. En mi casa se miraba todo el Mundial, se hinchaba y nos emocionábamos, como con la política, por los logros colectivos. Siempre con mucha comida, los permitidos que no se comían en el día a día, y muchas visitas”.

De ritos y cábalas

Autora: Gise Curioni

Además de la familia, la comida, el encuentro, Gabi suma algo más a su saudade: “Lo que más extraño, lejos, es completar el álbum y cambiar figuritas. En la casa de mi madre tenemos todos los álbumes completos desde el Mundial 90, cuando yo tenía apenas dos años. Abrir los paquetes, completar el álbum, rotarnos para pegar las figuritas e ir al kiosko a cambiar las repetidas, era el ritual más hermoso del Mundial”.

“No soy cabulera, pero desde Italia 90 sumé algunos rituales a la hora de seguir los partidos de la Selección”, dice Romina. “Se miran con la TV silenciada y se oyen por radio, siempre con la misma camiseta celeste y blanca que usé 15 años como arquera de hockey, la que me calzo como espectadora a partir de Estados Unidos 1994, ese Mundial en el que nos cortaron a todes las piernas”.

Flor dice de forma rotunda que no tiene cábalas y que nunca las tuvo, algo que Alejandra rescata como vestigio de la infancia más fanática: “De chica creía en todas las cábalas: sentarse en el mismo lugar, ponerse la misma ropa, rotar la silla, mirar los partidos con la misma gente. Hoy en día no tengo nada de eso estipulado, pero puede que se repita algo en particular partido a partido”.

Desde chiquita yo te vengo a ver

Parte del cambio cultural que los feminismos vienen propiciando en los últimos años incluye la legítima apropiación de espacios como el del fútbol, de los cuales las mujeres, lesbianas, bi, travas y trans hemos sido históricamente relegadas, expulsadas.

Nuestro derecho al juego, a la pasión, a ocupar espacios de representación en los clubes, en los medios, es parte del sacudón para cambiar estas estructuras profundamente machistas y patriarcales.

Reconocernos hinchas, con una historia que nos inscribe en esa tradición pasional de nuestro país futbolero, no es algo menor. Nosotras también escribimos esa historia, somos parte. A nosotras también un partido, un jugador, una situación, nos marcó la memoria para siempre.

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“El primer Mundial que viví de cerca fue México 86, con seis años”, recuerda la Gorda Fernández, la única privilegiada del grupo de entrevistadas que vio a Argentina campeón del mundo. “El día de la final el cielo estaba nublado y el clima muy frío, y nos juntamos en casa de mi abuela Zuni a ver el partido en familia. Después del pitazo final, de los abrazos y los vítores, salimos todes caminando rumbo a la peatonal santafesina. Recuerdo que mi papá me cargó sobre sus hombros y yo no veía más que papelitos blancos volando por doquier, y un celeste y blanco infinito que se extendía por todas las calles de la ciudad. En esa marea humana que saltaba y cantaba al unísono había mucha gente grande llorando. Esto para mí a esa edad fue revelador, porque generalmente sólo llorábamos les niñes, y porque ese día supe que también se puede llorar hondamente de pura alegría”.

“¿Primer Mundial? El de 1994, tengo una pelota alusiva que conservo como un tesoro insuperable”, dice Alejandra y adjunta la foto de la pelota en cuestión. “En mi casa los partidos de la liga local (los de River) no se miraban; mi papá muy fanático no se los aguantaba y yo también caía dentro de eso. Pero los mundiales sí se disfrutaban en familia, y eso es lo que me quedó en la conciencia. En Francia 98 ya conocía jugadores, entendía el deporte un poco más, así que fue el primero que disfruté a conciencia, supongo. Disfruto mucho de ver partidos, pero lo colectivo se vuelve fundamental para compartir esa emoción”.

Autora: Gisela Curioni

Por una cuestión generacional, la respuesta de Florencia va en el mismo sentido: “El primer Mundial que recuerdo es el de 1994, del cual solo se me viene a la memoria el estallido por la salida de Maradona por el doping positivo, solo eso. Ya el de 1998 sí lo viví de otra manera, con noción de lo que pasaba, el temón de Ricky Martín y con las rivalidades constantes en el hogar de ser team Crespo o team Batistuta, aunque mi fanatismo pasaba por Ortega”.

Gabriela también tiene como primer recuerdo el Mundial de Estados Unidos 1994, pero es un recuerdo totalmente diferente al de cualquier argentine: “La final entre Italia y Brasil… mucha tensión, sin goles, el rol importantísimo de nuestro arquero Cláudio Taffarel y como le cantábamos ‘Vai que é sua Taffarel’, porque tuvo atajadas importantes. Y los penales… ¡qué manera de sufrir esos penales! Hasta que Baggio patea afuera y todo era cantar ‘¡Baggio chutou fora!’. Fiesta en casa, fiesta en la calle, esa alegría colectiva que sólo cuando la vivís la podés entender”.

Todo fulbito es político

La Copa del Mundo de este 2022 se disputará en Qatar, un país muy pequeño (tiene la mitad de la superficie de Tucumán), con casi tres millones de habitantes que en su mayoría no nacieron ahí, con la mayor renta per cápita del planeta y con un gobierno monárquico absolutista poco afecto a respetar los derechos de mujeres, personas LGBTIQ+, migrantes, y de trabajadores y trabajadoras en general.

Desde que se anunció que Qatar sería sede de este Mundial, en 2010, el diario inglés The Guardian estima que en la construcción de los estadios murieron más de 6.500 trabajadores provenientes de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka, quienes además estaban en condiciones de esclavitud, con trabajos forzosos, salarios de miseria y retención de pasaportes incluidos.

En Qatar, además, tener relaciones sexuales con alguien de tu mismo sexo es un delito punible con siete años de cárcel; las mujeres deben pedir permisos a su tutor para salir del país, casarse o trabajar en algunos lugares; el sexo fuera del matrimonio es ilegal, por lo que quedar embarazada estando soltera puede suponer penas de cárcel, y la violencia de género no está tipificada en el código penal.

Pero una “fiesta del fútbol” -y el deporte- en estos contextos, no es una novedad: hubo Juegos Olímpicos en la Alemania nazi (Berlín 1936) y, acá nomas, el Mundial de 1978 en plena dictadura militar de nuestro país. Y entonces ¿podemos separar este deporte que amamos de esos contextos? ¿Cómo nos posicionamos quienes además nos consideramos feministas?

Crédito: Nélson Almeida | AFP

Para Fernández este Mundial es una oportunidad perdida: “Lo que podría haber sido una oportunidad única de llenar las calles de Qatar de diversidad étnica, cultural y de género se truncó en la imposibilidad de una FIFA corrupta y obsecuente para negociar las condiciones que garantizaran un espacio mundialista inclusivo. Paradojas de un fútbol masivo que no es para todes dentro de las canchas, y que este año tampoco lo será fuera de ellas”.

“Como activista es imposible separarlo”, responde a la consulta Flor Frutos. “De todas maneras creo que sirvió para visibilizar a este país y conocer esa realidad que, quizás por estar del otro lado del mundo, la gran mayoría de la sociedad argentina jamás hubiese conocido. Asimismo, con el crecimiento de los feminismos en el mundo, de alguna u otra manera quiero pensar que la rebelión será más fuerte que todas estas violaciones. Aunque mejor sería que todos los que hacen del circo el mejor show, incluidos los futbolistas, colaboren con la causa y no de manera banal”.

“En un momento se me cruzó por la cabeza no mirar ningún partido, como si eso fuera posible o tuviera algún impacto”, confiesa Ale Haas entre risas. “No se puede separar el contexto del deporte, y sabemos que las mujeres y minorías no estamos incluidas en la gran mayoría de las decisiones de cualquier institución poderosa. Tenemos que disfrutar de la Selección, de sus partidos, pero no podemos dejar de nombrar y mencionar la realidad de este país, espero que haya más difusión de las violaciones de derechos en Qatar durante el Mundial”.

La pregunta final cambia un poco para Gabi Carvalho en el contexto electoral que recientemente vivió Brasil y donde la gran figura del seleccionado de ese país, Neymar, apoyó públicamente la reelección de Bolsonaro. “Si digo que no voy a ver el Mundial estaría mintiendo, porque me gana la tradición, los rituales y el gusto de ver buenos partidos. Pero me cuesta hinchar por Neymar por todo lo que su postura y su ser representan. Yo estoy en el equipo del niño nordestino que, cuando un periodista le preguntó quién iba a hacer goles para Brasil en el Mundial, él respondió sin dudar: Lula. Nuestro Mundial ya lo ganamos, le ganamos al fascismo, a la homofobia, al racismo, ganamos eligiendo a Lula en un contexto mundial en que el odio es cada día más victorioso”.

“No hay manera de separar fútbol y política”, agrega Gabi, por si no había quedado claro. “La selección brasileña fue un bastión de los militares, así como de todos los colores de gobierno que hemos tenido. Muchos jugadores se han plantado políticamente a lo largo de la historia, como Sócrates , de la Democracia Corinthiana, y tantos otros. Como decía la bandera de la hinchada que yo frecuentaba en mis épocas de fanatismo: ‘Odio eterno al fútbol moderno’. Soy una eterna nostálgica del fútbol arte, del fútbol un poco menos atravesado por el capitalismo/individualismo".

Gabi suma algo que también tiene que ver con su militancia en el fútbol feminista y ese otro fútbol que queremos/deseamos construir, esa cancha donde entren todos los cuerpos: "Me siento cada día más alejada del fútbol masculino, de la corporación multimillonaria en que se ha transformado, que arrasa con todo en su camino, con las personas, los derechos humanos, los jugadores y las ciudades que son intervenidas para esos eventos multimillonarios, donde muy pocos se benefician y la mayoría pierde. Por eso es tan importante la lucha de las mujeres y disidencias dentro de este deporte, crear nuevas miradas y novedosas formas de poner el cuerpo en el fútbol, ese deporte tan importante para nuestros países”.