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A priori Fabiola Yañez, Juliana Awada, Cristina Fernández, Hillary Clinton e incluso la olvidada Inés Pertiné no parecieran tener mucho en común y, sin embargo, el patriarcado las ha puesto en un lugar del que algunas lucharon bastante para salir: la vetusta figura de la “Primera Dama”. Ser “la mujer de” significa mucho más cuando el hombre al que le "pertenecés" es el presidente de un país.

Autora: María Eugenia Cerutti

El conductor de un programa de radio siestero comienza el bloque planteando la incógnita: “¿Quién es Fabiola Yañez? La mujer de Alberto que puede convertirse en Primera Dama”. El taxista se ríe, pero no comenta nada. Hace menos de 24 horas que Alberto Fernández se consagró como el ganador de las elecciones generales y cierto sector del periodismo ya está encargándose de plantear los debates fundamentales.

No termino de entender qué es lo que me genera más violencia de ese enunciado; si el hecho de que se presenta como una pregunta cuando en sí mismo ya contiene la respuesta o la forma en la que el conductor usa su tono más chabacano para referirse a alguien como "la mujer de". Estamos acá, el taxista y yo, manteniendo una especie de conversación en la que avalo con mi silencio la sarta de pavadas que le siguen a esa introducción del horror. Pero es lunes, y dormí poco. Prefiero no discutir.

Me queda repicando en la cabeza esa idea por un par de días. ¿Quién es Fabiola Yañez? No tengo idea. Poco y nada vimos de ella durante la campaña y apenas si sigo algo de su historial en redes sociales. No es eso lo que me urtica, en todo caso, sino la sucesión de notas de similar contenido que empiezan a apilarse en los distintos portales de noticias y programas con poco argumento. Nadie en realidad se está preguntando "quién es Fabiola". Todes parecen opinar sobre "quién debería ser".

Las comparaciones no se hacen esperar. La Primera Dama saliente, Juliana Awada, le deja “la vara demasiado alta”, a criterio de un buen señor que opina desde el panel de Pamela David. No llego a captar la opinión de Pamela, así como tampoco me quedo a escuchar cuáles son los argumentos del panelista que sostiene la hipótesis inicial.

La mayoría de las notas sobre la nueva Primera Dama oscilan entre replicar sus logros, como si se tratara de un currículum vitae que nos entregan en mano a la ciudadanía para que la tengamos en cuenta para el trabajo vacante, compararla con las predecesoras, trazar una línea histórica del rol que le toca cumplir e incluso, en un acto de heroico patriotismo y en pos de mantener y proteger la imagen de la familia tradicional, preguntarse si Fabiola de hecho puede ser Primera Dama aún cuando no ha contraído nupcias con el futuro presidente de manera formal.

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Todas las lecturas me secan la cabeza

Fabiola parece contenta pero eso no es indicativo de nada. Su "compañero”, como ella lo define, ha sido elegido para conducir las riendas de una crisis descomunal pero ella lo besa y le sonríe como si de pronto ese detalle no pudiera opacar la felicidad de poder acompañarlo en este momento. O eso infiero de la breve stalkeada que le pego a su cuenta de Instagram. Fabiola pone una foto de Alberto en la que ella no está. Pone también un par que la ubican en el escenario junto a Cristina Kirchner, Sergio Massa, Axel Kicillof y el resto de las familias de cada uno de los triunfadores. En una punta, casi al final, aparece la nueva Primera Dama de la provincia de Buenos Aires. Sobre esto vamos a volver. (Sí, quería usar esa referencia. Perdón)

Fabiola tiene 55.000 seguidores en Instagram. Nada, comparados con el millón y medio de Juliana Awada, quien apila en su feed una serie de fotos y flyers de campaña con la cara de su marido y alguna que otra receta del estilo: “Budín de mandarina para el sábado” o “Jugo verde para arrancar la mañana”.

Juliana acompañó religiosamente a su marido en el último tramo de la campaña en la que Macri recorrió 30 ciudades en 30 días, y más de un analista le pedía que ocupe un rol más activo en la campaña porque entendían que su presencia “humanizaba al presidente”. Jamás sabremos cuánto de la remontada del Frente Juntos por el Cambio le debemos a la “Michelle Obama argentina”, como en su momento la definió la prensa porteña. Lo real y concreto es que recorrió esas rutas con el mismo compromiso que el resto del gabinete y sólo en dos oportunidades se le dio el micrófono para que saludara al público cambiemita, ese que incluso elaboraba carteles en cartulina para saludar y homenajear a la “hechicera”. 

Alrededor de Juliana se habilitó un discurso que, desde un inicio, la colocó en un rol pasivo. Relegada a la eterna “guerra de estilos” con sus contrapartes de otros países, se la presentó como la mujer bálsamo del presidente, la que remodeló la Quinta de Olivos para poner una huerta orgánica y quien se dedicó a viajar por el mundo llevando la bandera del pseudo-emprendedurismo que Cambiemos militó como una salida real frente al mercado laboral cada vez más acotado. Si Juliana quería o no quería jugar ese rol no estaba en discusión.

Cuesta pensar que un armado político -como el del Pro primero, Cambiemos después-, que tanto empeño le puso a la construcción de una narrativa nueva y fresca para la política nacional, le hubiera dado algún espacio para el libre albedrío. No imagino, en todo caso, a Durán Barba o a Marcos Peña tomando unos mates con Awada y preguntándole qué pretendía hacer -o no- con su nuevo rol casi institucional. A los fines, cumplió y excedió las expectativas, según los entendidos de la prensa internacional que la ubicaron siempre en ese Partenon de las primeras damas junto con Michelle Obama, Máxima Zorreguieta, Carla Bruni o la princesa Leticia. Nunca, jamás, con la caterva de insurrectas como Evita, Chiche Duhalde, Cristina o, incluso, Hillary Clinton. Esas corresponden a otro prototipo: las que no “acompañan” sino que “forman parte de”. 

Entonces, esa es “la vara” que le deja a Fabiola, de acuerdo con el periodismo de cabotaje. Como si ambas debieran juntarse también en una reunión de transición. Se me vuelve a plantear la duda inicial: ¿por qué Fabiola debería, en todo caso, ocupar cualquier rol? ¿No hay cierta violencia en imponer esquemas a cualquier personas, especialmente si es mujer, que se acerque al menos un poco al centro del poder, a la mesa sobre la que se toman las decisiones? ¿Qué pasa cuando la mujer está al centro de esa mesa de poder?

Acá la cosa se pone más picante.

Autora: María Eugenia Cerutti

Yo me quiero enamorar, ¿y usted?

El mismo domingo de las elecciones, cuando todavía no habían cerrado las mesas de votación, Clarín e Infobae publicaban notas casi mellizas sobre la actual gobernadora de la provincia de Buenos Aires. Ambos coincidían en el relato: de repetirse el resultado de las PASO, María Eugenia Vidal iba a regresar derrotada a vivir a la casa de sus padres con sus tres hijos, pretendía tomarse un par de meses de descanso antes de buscar un nuevo trabajo, y estaba a la espera de volverse a enamorar.

Vidal, quien había sido la primera gobernadora mujer de la provincia de Buenos Aires, electa en 2015 por una cantidad increíble de votos -que incluso ahora en la derrota podría continuar como parte elemental de la mesa chica de Cambiemos-, elegía contarnos en esas notas domingueras que lo que más lamentaba de sus cuatro años en la gestión era la imposibilidad de conectar con alguien, agitando ese viejo fantasma de la “soledad del poder” que nos hace creer que son mutuamente excluyentes la vida de alguien que vive el vértigo constante de la toma de decisiones y la que nos permite mantener una relación o un vínculo amoroso con otra persona.

Vidal había hecho campaña en 2015 codo a codo con su ex marido, electo como intendente de Morón en ese entonces, con quien terminó su matrimonio poco después de haber asumido. En términos políticos la relación siempre fue cordial. El cambio la transformó en una madre a cargo de tres hijes que decidió mudar la familia a una base militar por seguridad. Durante los cuatro años de su gestión, la prensa hegemónica no se preguntó si en esa base también había espacio para un primer señor. O en todo caso, si lo preguntaron, nunca lo publicaron.

Hay algo de esa imagen que me resulta curioso, incluso cuando debo admitir que practicar la sororidad con la gobernadora de a ratos me cuesta. La mesa chica política de Vidal estaba íntegramente compuesta por hombres. Tal vez por eso durante varios años nadie preguntó si a las decisiones que tomaba María Eugenia las consultaba o no con alguien antes de irse a dormir (y por alguien, infiero un señor). Resulta igual de curioso que ahora que María Eugenia no es más gobernadora parece sentir que tiene nuevamente habilitada la opción de formar pareja, como si antes hubiera temido (como muchas mujeres en situación de poder) que esa posición superior en la escala a la mayoría de los hombres los hubiera acobardado, hecho sentir inferiores. Quizás simplemente no le daban las ganas o el tiempo. 

Otras notas menos amables indican que Vidal tiene enfrente un conflicto bastante más interesante: ¿qué rol va a ocupar ahora en esa mesa de poder de la política que tiende a cerrarse a las mujeres? Una nota de María Eugenia Suárez en el portal LetraP indica que la gobernadora deberá formar parte ahora de una “mesa horizontal” dentro de la provincia de Buenos Aires. Mientras que a Macri se lo sindica como el “Jefe de la oposición”, a Vidal se la coloca en el mismo espacio que el resto de los intendentes de la provincia. Ambos vienen de cosechar sendas derrotas. Pero ahí también operan los hilos del patriarcado.

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Volvemos a la foto del domingo, a ese cuadro del triunfo en el búnker del Frente de Todos. Fabiola Yañez sonríe y baila junto a Estanislao (el hijo del presidente, quien se define como bisexual y disfruta de formar parte de la movida drag) y su novia, como una especie de diapositiva de la nueva retórica que quizás veremos formularse alrededor de la familia presidencial. En la foto se ve a Sergio Massa y Malena Galmarini (ambos elegidos como diputades, él para la Nación y ella por la provincia), Cristina Kirchner y su hijo Máximo, Verónica Magario (flamante vicegobernadora de la provincia de Buenos Aires a quien se le endilgan decenas de romances desde la prensa más amarillista), y el gobernador elector Axel Kicilloff. Sobre el final, casi en la oscuridad, aguarda Soledad Quereilhac. A ella la tuve que googlear.

Soledad tiene un doctorado en Letras y es cinturón negro de taekwondo. En sus redes sociales (públicas y abiertas a todes) conjuga publicaciones de campaña de su compañero y notas de portales sobre investigaciones del CONICET (del que forma parte como becaria). Tiene memes y muchos posteos a favor de la legalización del aborto y del lenguaje inclusivo. Inmediatamente siento que hice mal la tarea. Soledad, quien no formó parte de la campaña más que en algún spot en donde Axel la nombraba, parece la mina más copada del universo. Los hijos que tienen en común con el nuevo gobernador no aparecen en sus redes sociales. De hecho, no tiene nada personal. No, mejor, no tiene nada "hogareño". Todo en ese Facebook funciona como una declaración de principios. Incluso los memes. Creo que estoy un poco enamorada. 

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Definitivamente los shippeo

Quizás en Fabiola, en Soledad, en Malena y en Magario podamos empezar a buscarle otra vuelta al discurso de las primeras damas. Excluyo deliberadamente a Cristina de esta lista por que debería añadir otras seis páginas a esta visceral para ponerme a tiro con lo que pienso, incluso cuando no termino del todo de elaborarlo. Creo que podemos dar una respuesta a esa editorial del lunes con varias fotos, incluso con aquellas que no queremos repetir.

En diciembre, al sur del país, en la provincia de Tierra del Fuego, tendremos la asunción del gobernador Gustavo Melella, quien se convertirá en el primer hombre abiertamente homosexual en ocupar ese puesto en la historia argentina. Melella está en pareja con su compañero desde hace 16 años. Poco se sabe de ese compañero y menos se pregunta acerca de qué rol va a jugar como "primer señor". En todo el país, en este 2019, cientos de mujeres han sido elegidas para ocupar cargos en comunas e intendencias, en legislaturas provinciales y concejos, en bancas del Congreso (que aún no logra componer sus cámaras con números paritarios).

Tenemos las mujeres (como colectivo diverso, heterogéneo y a veces contradictorio) la posibilidad de plantearnos un debate mucho más profundo: ¿qué hacemos cuando nos acercamos al poder? ¿qué roles podemos y, sobre todo, queremos cumplir? 

Se puede responder a cada nota y comentario sobre ¿Qué tipo de Primera Dama sos? con vehemencia, e incluso en ciertos casos con las manos llenas de votos. Responder desde la gestión. Responder desde la militancia. Responder desde la toma de decisiones. Y, sobre todo, responder desde el goce.

Con un meme o una huerta orgánica. Pero siempre con la voluntad y la opción de decidir intacta.