Esta es la historia de una mujer a la que su ex pareja intentó asesinar delante de sus hijes. Sobrevivió y empezó su otra lucha: pelear contra los laberintos del ámbito público para buscar justicia y encontrar paz. Periódicas charló con ella acerca de los miedos, las consecuencias económicas, los daños físicos, la burocracia y desidia estatal que hay que afrontar después de un ataque machista.

Habían pasado dos días desde el comienzo de la cuarentena en Argentina, marzo 2020. Era domingo y los dos chicos estaban con su papá. Ese día tenían que volver a la casa materna. Hacía un tiempo que la pareja se había separado.
Los hechos se relatan en oraciones sueltas, arman un punteo de la historia, detalles explícitos de una pesadilla. Una cuchilla en el cuello, un hombre con la clara intención de matar a una mujer y dos hijos viendo esa escena. El celular de él estaba arriba de la mesa. Tenía restos de sangre de ella. También están las grabaciones a la línea de emergencias 911. Fue él el primero en llamar. Dijo lo que había pasado, que había matado a una mujer, dijo dónde estaba, quién era la víctima, dijo que quería entregarse a la policía.
Uno de los niños salió corriendo a buscar ayuda de quien fuera. Un vecino reaccionó ante este aviso y puso una remera en la herida, otro con su auto llevó a la mujer al centro de salud del barrio para los primeros auxilios. Después de esto, un traslado inmediato al Hospital Cullen y una intervención quirúrgica para contener el corte en el cuello que podía ser mortal.
Sobrevivir al femicida
Ella sobrevivió. Recibió el alta médica y comenzó el proceso de recuperación en su casa, en el mismo lugar de los hechos, en el mismo barrio del femicida. No sería fácil. La herida había afectado articulaciones y músculos de uno de sus brazos. Había afectado lo físico y mucho más.
Por varias cuestiones, ella ya no vive en esa casa. Tuvo que salir corriendo con su madre y sus hijes a refugiarse en la vivienda de un familiar. Hoy siquiera puede mirar hacia ese espacio que fuera su hogar. Tuvo que empezar de cero: buscar un lugar para vivir, hacer rehabilitación, contener a sus chicos, conseguir el sustento económico y buscar justicia. “No hay derecho, tengo que hacer todo de nuevo. Ahora tengo que buscar soluciones a todo. No le importó nada. Él ya no califica como padre”.
Ahora ella vive en otro barrio. Allí nadie la conoce. Valora el afecto de los nuevos vecinos, que sus hijes puedan jugar afuera y poder caminar tranquila por esas calles.
El hombre fue detenido el mismo día del hecho y luego, imputado por la tentativa de homicidio calificado.
Tres veces el abogado del femicida apeló la prisión preventiva. En esas oportunidades, “le dije al juez, que tenía miedo por mí y por mis hijos”, cuenta la mujer. “Él maneja redes sociales, le manda solicitud a mis compañeras de trabajo, tiene celular y está conectado”, detalla.
El hombre permaneció detenido en una comisaría y luego fue trasladado al penal de Las Flores a la espera del juicio.
Sobrevivir al Estado
Luego del intento de femicidio, la mujer recibió un solo contacto del área de género del Municipio, el primer nivel que atiende casos de violencia machista. Fue apenas sucedió el hecho. Después, el silencio. “Fueron el día que pasó todo, luego no aparecieron más. Nunca más me llamaron, no me dieron acompañamiento psicológico ni herramientas para superar lo que pasó. Te dejan sola”, dice a Periódicas. “Encima que te pasa eso, que estás con miles de quilombos, te dejan sola y sentís que tuviste la culpa. Se hace doblemente difícil”.
Ella cuenta que tuvo el acompañamiento de su familia pero piensa en las miles de mujeres que no tienen a nadie, que no se animan a denunciar. “No están las herramientas del Estado para acompañar, no hubo contención del Estado”, asegura.
“Hice una sola sesión con una psicóloga en el centro de salud del barrio donde vivo ahora. Quedaron en llamarme pero nunca más” dice y lamenta que su hijes hoy no tengan acompañamiento profesional. Tampoco hubo articulación con el Estado Provincial, contacto con el área de género, de salud, de nadie.
“Estoy entendiendo ahora cómo es el proceso judicial y todo lo demás”, relata la mujer. Fue ella la que recopiló los datos de horarios y de quienes la atendieron. Tuvo que buscar los registros del servicio de emergencia que la trasladó al Hospital Cullen. Hizo su propia investigación, ahora, acompañada de abogades.
En todo el año, el femicida no le pasó la cuota alimentaria. Otra lucha que ella sigue para disolver la unión convivencial y lograr los derechos para sus hijes. Por si algo le faltara a esta historia, meses antes, el femicida había contraído una deuda con una casa de electrodomésticos de la que ella tuvo que hacerse cargo. Como no podía afrontar ese gasto, se vio obligada a declararse en quiebra. Hoy no tiene casi dinero para sobrevivir entre pagar trámites, sellados y mantener a su familia.
Hace dos semanas escribió a la dirección de correo electrónico del programa Acompañar y todavía no tuvo respuestas. “Entro todos los días a revisar el mail pero todavía nada”. Volvió a enviar un mail, pero obtuvo lo mismo, nada.
La mujer tuvo secuelas y sigue su recuperación física, la otra llevará su tiempo. Perdió la fuerza de uno de sus brazos y le complejiza la movilidad en su moto. En ese contexto, en enero, tuvo que volver a trabajar a la institución educativa en el barrio donde vivía. Es el mismo lugar donde sucedieron los hechos y está a una cuadra también donde reside la familia del femicida. La otra lucha es tratar de que el Ministerio de Educación contemple el contexto de violencia de género y acelere el traslado hacia otra escuela. Hasta ahora, nada de eso sucedió.
“Los primeros días que volví me transpiraban las manos, sentía el cuerpo distinto, era un ataque de pánico. Ese miedo de ir, de afrontar ese lugar”, cuenta.
La Justicia-dragón
El paso que sigue en esta causa es que el fiscal, Andrés Marchi eleve la acusación y se defina el comienzo del juicio.
Las Cámaras Gesell a los menores se concretaron a mediados de diciembre. Allí, sin su madre y con acompañamiento profesional, contaron lo sucedido, lo que vieron ese día. El más grande, declaró cosas que ella no sabía, que estaba conteniendo. Por eso, insiste hoy en la necesidad de que sus hijes tengan asistencia psicológica. “Mi hijo tenía 10 años y creció de golpe”.
Su hija, la más pequeña, vio los Tribunales e imaginó un castillo ante la magnitud de ese edificio. Y tiene razón. Pero lejos de los cuentos infantiles, los que lo habitan no parecieran héroes sino nuevos dragones a enfrentar, en estas historias en las que sobrevivir es solo el inicio de otra epopeya.

Gabi Escribe notas, gestiona recursos y colabora con redes sociales. Rut escribe notas y sigue de cerca causas judiciales y actividades culturales. También administra recursos y colabora en producción.