Usamos de excusa este 14 de febrero repleto de bombones y flyers con poemas de amor para recorrer un camino poco explorado: ¿cómo influyen los discursos del amor romántico en los vínculos no heterosexuales? ¿Existe la violencia entre lesbianas, bisexuales, personas trans? De todo esto charlamos con la doctora María del Carmen Mangold.
No se le puede pedir demasiado a una fiesta católica a la que el tiempo, el capitalismo y el viejo y querido patriarcado heteronormado, han forjado como el momento del año en que debemos reflexionar acerca del amor, regalarnos peluches horrendos y dedicarnos canciones de Sin Bandera.
No, no vamos a celebrar San Valentín. Perdonen que nos pongamos en esa. Sin embargo, nos parece la fecha propicia para refrescar algunos conceptos que venimos masticando desde hace rato.
Esta nota empezó por el germen de todo, por el punto cero de cualquier teoría, por el big bang de todo lo novedoso e importante que sucedió en esta ciudad en los últimos 100 años: tomando unos buenos lisos.
Imagínense ustedes un bar cheto del centro-sur de la ciudad. A su izquierda, un señor toma granadina y lee una versión nuevísima de “La razón de mi vida”. El ejercicio de mirar constantemente a la puerta, a la espera de que ingrese alguna señora de su agrado, no le permite avanzar en la lectura. No ayuda, tampoco, el grupo de feministas que se sientan en la mesa de al lado a preguntarse por qué aún hoy, cuando corrió tanta agua debajo del puente, nos cuesta tanto hablar de violencia de género en las parejas que no se encuentran en el espectro de lo hetero-cis. ¿Perjudica el discurso del amor romántico a las lesbianas, a los gays, a las infinitas identidades y sexualidades que mutan y se transforman constantemente alrededor nuestro?
La respuesta no les sorprenderá.
María del Carmen Mangold es doctora, sexóloga y lesbiana. Se presta para una charla con nosotras en la que terminamos sondeando algunos temas que incluso exceden los que plasmaremos en esta nota, y que posiblemente retomaremos en futuras publicaciones. Les dejamos con la incógnita, que siempre garpa en el periodismo.
Volviendo a la doctora Mangold (que de movida tiene un nombre que bien podría colocarla entre los personajes de Grey’s Anatomy), su trayectoria como militante feminista y en el colectivo LGBT nos aportó desde el inicio algunas experiencias interesantes. El disparador de la charla con Periódicas fue la incapacidad que tenemos hacia el interior de nuestros movimientos de plantearnos a la violencia de género como algo que excede a los vínculos hetero-cis. Por suerte, Mangold venía pensando en esto también desde hace tiempo.
“Intentamos armar algo en un momento, seis o siete personas, entre las que nos definíamos lesbianas. Y este tema nos tenía y nos tiene pensando en varias cosas. Lo que nos decían las compañeras, cuando charlábamos con la mesa Ni Una Menos, es de qué estábamos hablando, si lo llamábamos violencia de género o no. Nos decían siempre que llamarlo así, violencia de género, no era estratégico políticamente, porque siempre íbamos a tener a alguien que nos iba a decir 'ah ves que entre mujeres también se pegan'. Nunca fue prioridad en la agenda”, comenta y, quizás, adelanta algo que se repetirá varias veces en la charla (y por consiguiente, en esta nota): realmente no hay respuestas absolutas sobre este tema. Es uno de los tantos frentes de debate que los feminismos tienen abiertos y a los que probablemente no les encontremos una respuesta a corto plazo.
No hablarlo, sin embargo, no ayuda en nada. Para Mangold, “ahí juega la invisibilidad también. Pero no solo la invisibilidad de las violencias entre parejas de lesbianas, sino de la invisibilidad todavía para nombrarte lesbiana. Ya es difícil decirlo públicamente, y si vos tenés que ir a hacer una denuncia estás expuesta a todo esto. Y ¿qué se hace después de la denuncia? Todas las que estábamos ahí, habíamos tenido relaciones violentas. Todas. En menor o mayor medida”.
Quienes transitamos los feminismos hemos aprendido qué hacer con las víctimas de violencias. Forjamos redes, acompañamos, denunciamos, empujamos para que se haga justicia. Sin embargo, en estos casos, la pregunta que más circula es qué se hace con la violenta. La doctora explica que este debate, que no se plantea nunca cuando el vínculo violento se da en una pareja heterocis, es mucho más complejo en las parejas no heteronormadas: “Hay una violencia lésbica internalizada también. Queda todo dando vueltas. Esa persona que vos expulsas, ¿a dónde va a ir? De ahí surge un poco el concepto de la 'violencia cruzada', que con eso justificamos todo. ¿Es una violencia cruzada? Y si lo es, ¿deja de ser violencia?”.
Mientras más ahondamos en el mapa de las violencias, más complejo se torna. En principio, hay algo fundamental a la hora de erradicar los vínculos violentos que tiende a ser mucho más difícil cuando se trata de una pareja de lesbianas: detectar las conductas que son específicamente violentas. Mangold entiende que “cuando hablas de violencia de género, con un varón involucrado, la tenés re clara. Pero esto del amor romántico, entre dos mujeres o entre dos lesbianas, está cuatriplicado. La posesión, esta cuestión de la exacerbación de los mandatos hetero-cis. En el Encuentro de La Plata hablé con las chicas que hacen Lesbodramas y les decía ‘está todo bien con el humor, pero empecemos a llamar a las cosas por su nombre, empecemos a hablar de violencias‘. Es violento presionar, por ejemplo, con que querés tener un hijo. Veo esos mandatos mucho más intensificados en las relaciones lésbicas. Lo que no sé es qué carajo hacer con todo eso. Me parece que viene por ese lado, por el refuerzo del amor romántico, lo que se hace el 14 de febrero. Las situaciones de violencia vienen por ese ahí: ‘Sos mía o no sos de nadie’”.
Violencia y asimilación
Salir de la lógica heteronormada no significa escaparle a los discursos nocivos del amor romántico que son, en definitiva, el combustible de muchas conductas violentas. Por el contrario, a veces las parejas no hetero-cis encuentran en ese mismo discurso patriarcal una posibilidad de naturalizar sus vínculos, de normalizarlos, de encontrar así aceptación en el afuera. Eso también es motivo de preocupación, al menos para Mangold: “La reacción del afuera estimula todo eso. Lo que más me hace ruido es esto de la posesión, en joda o no joda. Lo de la media naranja. Todo lo que se dice el 14 es una mierda tremenda. El nivel de pasividad de una miembra de ese vínculo. Las pedidas de matrimonio, por ejemplo. Esta cuestión de que te lleven un anillo a un lugar, te pidan para casarse, que todo el mundo esté chocho. Que si vos querés decir ‘no, no me quiero casar‘, no podés. Y lo simbólico que es un anillo, que el objetivo sea el casamiento, no salir de ahí: es un círculo en un dedo determinado y sos mía. Se borran individualidades ahí. Dejás de ser vos, dejo de ser yo, para pasar a ser una. Y la gente aplaude. No sé que me produce más escozor, si esto de lo simbólico o la reacción de la gente”.
Mientras que el afuera juega un rol fundamental a la hora de hablar de los vínculos violentos, hacia adentro hay cuestiones que incluso exceden a las lógicas heterosexuales. Obligar a alguien a “salir del clóset”, a revisar su identidad, a apurar determinados procesos, también es una forma de ejercer violencia.
La doctora Mangold también entiende que hay que pensar en las identidades trans y en lo que muchos mandatos terminan significando para sus construcciones individuales, mas allá de la pareja. Recuerda un caso particular de un varón trans al que su compañera empujó a embarazarse: “Pedirle a otra persona, que es trans, que deje de ser ese varón que vino construyendo hace tiempo para estar embarazado, “todo por amor”. ¿Vos me estás pidiendo que deje de ser yo, para tener un hijo? Yo lo veía lejísimos del amor a todo eso. ¿Cómo te voy a pedir que dejes de ser vos? También con la salida del armario. Es violento exigir que salgan del armario. La cantidad de veces que me intentaron exigir desde la militancia o lo que fuera, y yo sentía que no podía”.
Otra de las variables, que también crece en el silencio, es la que tiene que ver con las prácticas sexuales. Mangold tiene una opinión muy dura al respecto: “Es mentira lo que gritamos en las marchas. Esto de, la vida es corta hacete torta. Seguimos atando las prácticas sexuales a lo normado. En el imaginario está que una mujer no te va a hacer sufrir, que no va a ser lo mismo que un tipo porque es mujer, porque es buenita, porque es todo rosas, porque va a la marcha conmigo. Nadie te va a creer eso. Son callejones sin salida”.
Lo que hay que hacer, en principio, es abrir la conversación. Las herramientas a nuestra disposición para hacerle frente a la violencia de género en relaciones heterosexuales muchas veces no alcanzan a todas las parejas que están por fuera de esa órbita. Ese es un buen punto por el cual comenzar: “La ley de violencia de género no tiene en cuenta las relaciones entre lesbianas, ya desde la base. Te define violencia de género como del varón hacia la mujer. Habíamos hablado con la gente de la Asamblea Provincial LGTB, con algunas abogadas feministas, para empezar algo. Y el discurso este de la violencia cruzada. 'Es violencia cruzada, entonces no es violencia'. Como que empatamos”.
¿Y después? ¿Y ahora? Lo mejor, en todos los casos, es siempre llamar a las cosas por su nombre, como dice Mangold: “El término tóxica se usa para no decir violenta. La decodificación, 'yo no soy violenta, esto es amor'. Bueno, si eso es amor, dejá de amarme”. El problema, doctora, es que esa frase no queda bien pegada en un peluche ensamblado en Taiwán.
Produce y realiza podcasts. Edita audios para notas. Administra las redes sociales y colabora con su voz, poemas e ideas en la realización audiovisual.