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De tu ley, nuestra Ley

Sobre el cierre del año de las videollamadas y los protocolos, nos tomamos un minuto para repensar lo recorrido desde una mirada alejada de la lógica de victorias y derrotas.

Autora: Titi Nicola | CC-BY-SA-4.0

vuelvo a pintar las flores de mi juventud
vuelvo a ver el amanecer
sin temor
ya nunca nadie podrá decirme éstas no son horas
veo amanecer como una  mujer no como una joven temerosa
de la ley tu ley
el acero de esta luz para una mujer sola
que no debe temer sino decidir.

Juana Bignozzi

El día que la conocí a nuestra Ile Manucci, le hice una chiste-apuesta: le pregunté si se animaba a cambiarse el nombre por IVE Manucci, si alguna vez aprobábamos el aborto en nuestro país. La platea me celebró el chiste con alguna que otra risa incluso más entusiasta de lo debido. Con Ileana no nos conocíamos. Carolina ya no vive en el departamento en el que estábamos reunidas. Periódicas no existía. Y el aborto, claro, no era legal.

Cuento esta anécdota tribunera y personalísima porque incluso años después sigue teniendo relevancia para el punto que quiero traerles: la vida es lo que queda después de lo que nos genera ese 87% de improbabilidades que nos pasan todo el tiempo y a las que les ponemos el cuerpo, las ganas, la cabeza, el corazón, el deseo y el estómago. El 13% restante son los chistes malos que quedan en la historia, como el eco resonante de esa risa estruendosa fuera de lugar que transforma una broma en un acto de complicidad, en una joda interna.

¿Cuántas de esas risas cómplices nos sostuvieron durante este año? Yo sé, no es un dato cuantificable. Pero no requerimos de data dura para hacer ese ejercicio, ¿no? Yo le debo al feminismo, entre muchas otras cosas, algunas de las victorias centrales que me trajo este 2020 en el que todos mis proyectos (individuales y colectivos) perdieron la cadena de frío. El feminismo me enseñó a trazar vínculos desde otros lugares, a ocupar espacios, a pensar los proyectos más allá de las lógicas del corto plazo, a relocalizar las pasiones, a deconstruir las presiones y los estándares, a navegar la incertidumbre que surge después de formularnos las preguntas abiertas. El feminismo me ayudó a ser más paciente conmigo misma. El feminismo me mostró la vía para ser mejor amiga. El feminismo me enseñó a pedir ayuda.

A todo eso le puedo poner caras, nombres, situaciones. Todo eso resistió a la distancia, al alcohol en gel, al aislamiento, al dolor, al aburrimiento y a la incertidumbre. El 2020 fue un año de ausencias y soledades, sí. Pero también fue el año en el que aprendimos a valorar un meme no por su remate humorístico, sino por la mano curadora que lo mandó en el peor momento del día para sacarnos una sonrisa.

Es difícil desprendernos, aún así, de las lógicas de victorias y derrotas que cargamos desde que el viento es viento. Las plazas de estos días, repletas de nosotres, colmadas de esa fiesta que nos invade y nos define como colectivo, repletas al tope de los abrazos que este año acumulamos, a la espera de poder dar la madre de todas las batallas, la que flamea en mochilas y en tatuajes, la que nos dio un color y un eterno axioma sobre el cual pararnos. Este año, en el que las mujeres, las lesbianas, las travestis, las trans, las excluidas, las marginadas, las olvidadas, le pusimos el cuerpo a los comedores y merenderos, a las primeras líneas de atención de una pandemia, a los Zooms con alumnes a quienes no les conocemos la risa, a los hogares que se transformaron en oficinas y aulas y centros de recreación, al desempleo y la indigencia... este año, y no otro, cierra con el acto de justicia más grande que podíamos conseguir para no sentirlo (aunque nos pese) como un año perdido.

Para nosotras, que militamos los feminismos populares, que entendemos en las victorias nuevas líneas de partida, la legalización del aborto nos propone desafíos, proyectos, horizontes a explorar. Suelo decir que el trabajo que hacemos en este medio y en general, como comunicadoras y militantes, puede ser ingrato. No es el trabajo más importante dentro de nuestro movimiento, pero sí es el más evidente. En este 2020, que ahora nos llevamos en andas como a un fetite ingeniere de papel maché que ya cumplió su cometido y vuelve a un galpón, pusimos nuestras energías y nuestra cabeza para seguir expandiendo el medio que ustedes leen, comparten, apoyan y llevan en stickers en sus termos y pines en mochilas a todos lados. En este año de mierda reafirmamos el compromiso de traer siempre las historias verdaderamente importantes, los trabajos indispensables, los relatos urgentes, las preguntas más difíciles. Y eso siempre fue el resultado de un proceso profundamente colectivo. Por eso discutimos, nos enojamos, acordamos, nos revisamos, nos re-escribimos, nos editamos. Por eso, en este 2020, decidimos siempre volver al abrazo del proyecto que nos contiene, nos aglutina, nos da un sentido. Ustedes son la mitad de ese proyecto.

No vamos a hacer promesas para este 2021. Al menos yo no las voy a hacer, viendo que el 2020 nos enseñó que a veces es complicado sostener la palabra empeñada. Pero esto es seguro: seguiremos estando acá mientras ustedes estén ahí. Contra eso, no hay mucha distancia social y barbijo que valga.

Nos seguiremos encontrando, incluso contra todo pronóstico, en ese abrazo apretado de la plaza llena. Ese es el abrazo que todavía le debo a mis compañeras. Esta nota, confieso, viene a llenar ese vacío.

Miren qué lejos que se llega cuando le hacemos caso a eso que se enciende cuando nos reímos mucho, desde las vísceras, de un chiste interno que muta y se desenvuelve... hasta que es ley.

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