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Volví a ver Sex and the City y esto es lo que sucedió

Ahre que flasheaba youtuber en el título. Por supuesto que no pasó nada, más que ponerme a pensar en este producto cultural que influenció a toda una generación.

Frame Sex and the City. Autor: HBO

Cuando era chiquita estaba el auge de Indiana Jones y como la mayoría de les niñes soñaba con ser arqueóloga. Ir a lugares remotos, descifrar lenguas perdidas, cavar en búsqueda de huesos y vasijas, lo necesario para desentrañar y explicar culturas que ya no existen.

Pero les arqueologues del futuro van a tener una de cal y una de arena. Lo bueno: el acervo cultural audiovisual está a la mano sólo con una pantalla y servicio de internet. Lo malo: te quedás sin excusas para viajar.

A quichicientos días de aislamiento social y atravesando un duelo buscaba algún contenido audiovisual liviano, tal vez nostálgico pero que no me haga sentir mucho. Y aparecióSex and the City en mi app de ver cosas.

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Feminismo y confusión

Para les irrespetuoses niñes que no la conocen, Sex and the City fue una serie estadounidense que se emitió por HBO desde 1998 hasta 2004. Se trata de la historia de cuatro amigas, Charlotte, Miranda, Samantha y Carrie, que viven en Manhattan, Nueva York y relatan, en la voz de una de ellas, sus vicisitudes sexoafectivas.

El recuerdo que yo tenía de la serie, con la que conviví durante mi época de estudiante universitaria, es que era revolucionaria y me animaría a decir “feminista”. Pero en esta vuelta no comprendía muy bien por qué.

Primero noté con rareza que hayamos tomado como referentes de vida a cuatro mujeres newyorkinas, blancas, heterosexuales y ricas. Sí es cierto que, sobre todo hacia las últimas temporadas, fue pionera en hablar de ciertos temas hasta entonces nunca tratados como el orgasmo femenino, hongos vaginales, masturbación, juguetes sexuales, aborto, homosexualidad, maternidad como destino, cáncer de mama, entre otros.

A su vez, al ser una serie que se emitía por cable (HBO), empujó los límites de la televisión incluyendo una inédita cantidad de desnudos masculinos y femeninos (sin genitalidad, eso sí). Pero sobre todo fue la primera vez que vimos en la pantalla a mujeres apoderándose de su sexualidad.

De todas maneras, vista a la luz de 2020 la serie tiene varias “barbaridades” (por no llamarlos exabruptos misóginos, machistas, xenófobos, clasistas, gordofóbicos, etc.). El que más me paró los pelos fue, en el segundo episodio de la segunda temporada, donde Carrie se junta con una amiga con un “esposo malvado” -lo define ella-, que en realidad es un violento y agresivo. Comienza relatando que ahora ve a su amiga una o dos veces en el año cuando el marido está de viaje.

Van juntas al departamento de ella para que le dé un regalo y terminan despertando sin querer al esposo, que se levanta y comienza a gritarles e insultarlas y termina echando a Carrie que sale literalmente corriendo.

¿Carrie nota que su amiga está metida en una relación violenta, que su pareja la aísla y la maltrata y que necesita ayuda? Pues no.

“Me pregunto si el matrimonio de ellos será tan malo o es que sus peleas son una estimulación erótica”, es la reflexión que enseguida le surge a la protagonista.

Cuando la amiga la llama para disculparse Carrie le dice “estará cansado y de mal humor”, “tal vez habrá alguna circunstancia especial que lo llevo a eso”, son sus justificaciones. Cuando la amiga le pregunta si lo debe dejar le dice “sólo si no sos feliz”.

Comentando la situación a las otras amigas le dicen que jamás tendría que haberla aconsejado nada, porque si lo deja será su culpa y si no lo deja sentirá resentimiento hacia ella: “de cualquier manera perdés vos”.

La amiga se termina separando. “Gracias a vos siento que tuve el valor de hacer esto, siento que estuve presa en casa durante años y ahora soy libre”. Horas mas tarde: “quiero estar en casa por si llama. Vos no lo sabés pero el tiene un lado muy dulce”, dice, ante el silencio de Carrie que en ningún momento postula acompañar a su amiga en el proceso. “No te metas”, es el peligroso mensaje que sobrevuela todo el relato.

El final del capítulo pasa a la amiga y el esposo “reconciliados” por la adopción de un perro que era el que ahora recibía el matrato e insultos del tipo. “Aunque ninguno de los dos reconozca que un perro salvó su matrimonio”. Ahí esta, esa era la solución mágica a la violencia de género: sumar una mascota.

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Buscar esposo, todo un trabajo

Pero además de las cuestiones burdas como esta, o que Charlotte no dude en renunciar a su religión para que su novio la considere seriamente para el casamiento o que Samantha se burle de las trans que se prostituyen en la puerta de su casa, lo que más me desvela es lo sutil.

Tenía un profesor de la facultad que decía que no tenemos que temerle a la ideología estrepitosa (algo como lo que sería en la actualidad Baby Etchecopar), sino a la de nuestro programa favorito, esa es la que opera de modo más peligroso.

Lo que atraviesa toda la serie es que emparejarse para la mujer es un trabajo que debe ser tomado muy en serio porque de ello depende no sólo su felicidad sino también su manutención económica. La búsqueda de una pareja durante toda la serie es un claro trabajo sexual, aunque legitimado y de clase alta.

Las chicas siempre tienen en cuenta la clase social de la persona con la que tendrán citas (a excepción de muy pocos episodios) y generalmente los hombres son más ricos que ellas. A su vez cuando los hombres se presentan ante ellas, sin falta anuncian de qué trabajan o dónde viven.

Al respecto me llamaron la atención los últimos capítulos de la cuarta temporada. Carrie corta con su novio Aidan con quien se iba a casar. Anteriormente él había comprado el departamento que ella alquilaba y el de al lado para vivir juntos. Este personaje, a pesar de que era pintado siempre como un buenazo con el corazón roto por la obsesión de Carrie con su ex, luego de la ruptura decide apretarla económicamente diciéndole que o le compra el departamento o la echa en un mes.

Comentando la situación con sus amigas le dice a Charlotte: “para vos es fácil, ganaste tu departamento en el divorcio”, a lo que ella le contesta que sí, que lo pagó con creces por el esfuerzo puesto en esa relación.

En el banco la rechazan para cualquier préstamo porque no la consideran “valiosa”. A lo que sigue una de sus clásicas reflexiones: “después de evaluar los pocos valores que tenía me dí cuenta de que tenía que cambiar mi estilo de vida. Era una soltera de 35 años sin seguridad financiera, pero con una historia llena de experiencias, ¿eso no valía nada? Después de todo, los rompimientos son el trabajo más difícil. ¿No debería ganar algo por soportarlos? Y si no, ¿cómo sentir que vales algo cuando no tienes nada concreto que lo pruebe?”.

Esta Carrie en bancarrota busca mas salidas. Un segundo trabajo donde su jefe la acosa sexualmente apareciéndosele sin ropa en un camarín. También se le ocurre ir a pedirle plata a su ex y para eso explica que va a ir vestida de forma bien sensual. Si bien subyace durante toda la serie que las mujeres somos bienes de intercambio, en esta parte se hace una traslado de sentido bien explícito desde necesitar a un hombre para cubrir una necesidad emocional a, lisa y llanamente, económica.

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Cabecitas quemadas

Estos son los relatos que nos construyeron como mujeres. Cuando años más tarde surgía “Amas de casa desesperadas”, podría leerse como una continuación de estas historias. ¿Por qué están desesperadas? Porque recibieron una preparación cultual larga y constante que les enseñó que no valían nada, no sólo simbólicamente sino también materialmente. El contrato matrimonial aseguraba nada menos que la supervivencia. ¿Cómo no desesperarse ante su tambaleo?

Volviendo a la historia de la arqueóloga que quería ser de niña, no puedo evitar preguntarme, como lo hacía Carrie en cada capítulo, cuántos de esos estereotipos siguen quemándonos la cabeza. Qué elementos de nuestras series y canciones favoritas serán “barbaridades” en unos años y no estamos viendo. Qué sentidos estamos reproduciendo sin darnos cuenta en este mismísimo momento.

Me parece auspicioso poder sentirme ajena a la normalización de los estereotipos nombrados anteriormente. Pero a su vez no puedo dejar de sentir un poco de pena por mí misma.

Las series, películas, programas, canciones y todo ese bagaje cultural con el que creció mi generación nos preparó para un destino que ahora estamos tratando de torcer desesperadamente, como la escena esa de Titanic cuando están por chocar con el iceberg y doblan a tope. Sí, esa también es una referencia noventera.

Si vieron la película, chocan igual pero de costadito. Obvio que se hunden (y muere Jack aunque claramente entraba en la tabla de Rose).

En cuanto a nosotras, hoy por hoy me gusta pensar que torcimos el timón a tiempo lo suficiente como para no hundirnos. Sólo el futuro dirá.