Pasaron menos de dos meses entre los femicidios de Fátima Acevedo y de Julieta Riera en la capital entrerriana. Una vez más, los encubrimientos y los permisos legales ganan la pulseada cuando una víctima de violencia de género intenta sobrevivir con el último pulso vital. El caso de Julieta Riera no es una excepción. Una colaboración de la fotógrafa y cronista paranaense María Florencia Gómez Gariboglio.
Primero se supo que una joven había caído desde el octavo piso de un edificio de la zona céntrica de Paraná. Quien presenció el hecho fue detenido en ese momento por varios elementos dudosos y al día siguiente se develó el resultado de la autopsia: la víctima tenía lesiones previas a su fallecimiento.
De repente, comenzamos a escuchar: “se decía que Julián era violento”, “parece que ejercía violencia física y psicológica sobre Julieta”. Jorge Julián Christe es el principal sospechoso del homicidio calificado por violencia de género por el vínculo y alevosía sobre su pareja, Julieta Riera. ¿Qué pasó con toda esa información que estaba allí, como flotando en el aire, antes del asesinato de la mujer de 24 años, en la madrugada del 30 de abril? Esta y mil preguntas más que se nos escapan de las manos a quienes asistimos desde nuestras casas a un nuevo femicidio en nuestra ciudad.
Volver visible lo invisible
Este hecho no es azaroso ni excepcional, si hay algo que hemos aprendido a fuerza de contabilizar muertes es que la violencia de género no distingue clases sociales o niveles educativos. El sistema patriarcal se encarga de reproducir a raudales este habitus -esquemas de percepción, acción y pensamiento- que se internaliza de tal modo que por frecuente, se vuelve invisible. Largo y arduo ha sido el camino de volver visibles estos comportamientos. Es inevitable pensar que hace muy poco tiempo estábamos en las puertas de Tribunales, exigiendo justicia por Fátima Florencia Acevedo, una mujer que hizo todo lo posible por sobrevivir ante un Estado que llegó tarde.
Casi como una suerte de espejo macabro, Julián Christe es hijo de la ex jueza Ana Maria Stagnaro y tiene antecedentes por desobediencia judicial. Una vez que se estableció la carátula de femicidio comenzaron a circular múltiples voces que afirmaban la violencia que Julian ejercía sobre su pareja, y que había un permiso deliberado sobre él por ser hijo de una funcionaria judicial. Otra muerte con la complicidad de la justicia, con la inoperancia de los canales de denuncia, con la falta de dispositivos que actúen sobre los agresores, porque se sabía…
El fiscal Leandro Dato (mismo a cargo del caso de Fátima Acevedo) es quien pide la autopsia por la sospecha que giraba en torno a Christe, porque se sabía y efectivamente allí se confirmó que el cuerpo de Julieta presentaba signos de violencia que daban cuenta del horror previo a su muerte. Una vez más, la sospecha previa no activó acciones concretas sobre el agresor y el linaje de buena familia pesó más que los antecedentes. Aunque deseamos no creer que eso ocurre.
El reflejo que nos devuelve el espejo es cruel y literal, no hay metáforas allí: no es algo fuera de lo común ni excepcional, es cotidiano y perceptible. ¿Cómo aprendemos a mirar a la cara estos hechos previos al desenlace letal? ¿Qué hacemos con todos los llamados de atención que vemos en vínculos que tienen su principal soporte en la violencia? ¿Cómo desactivar estos habitus recurrentes en hombres concretos de todas las clases sociales que no paran de matar?
Qué hacemos con las sospechas
Si es un hábito, es porque lo hemos internalizado y la única manera de romper con ese entramado es comenzar a actuar para extirparlo. La Justicia tiene que hacerse cargo de sus complicidades, de sus silencios, de las faltas de explicaciones a familiares y amistades que están haciendo su duelo en las puertas del poder, y de cada una de las denuncias que se realizaron y no escucharon con atención. Tal vez, si la contención estuviera enfocada en quienes denuncian, tendríamos más sobrevivientes y menos muertes. Si la sospecha sobre el violento activara la premura de las acciones legales, quizás los finales serían distintos. Pero las urgencias siempre son otras, lo habitual es que primero se resuelvan problemas más importantes y en ese minimizar los femicidios se invisibiliza lo letal de la violencia de género. Mientras se resuelven asuntos más fundamentales, quienes luchan día a día por sobrevivir ponen el cuerpo hasta el último aliento.
Autora: María Florencia Gómez Gariboglio, fotógrafa y cronista de Enfoque Propio (Paraná, Entre Ríos)