Viscerales

Recuerdos de un Mundial

La copa mundial de fútbol masculino será recordada, además de por los 'anulo mufa' compulsivos, como aquella en la que todes salimos a las calles a compartir una alegría colectiva. ¿Cómo vivimos esos festejos las mujeres y disidencias?
Magdalena Artigues
Autora: Bárbara Favant

A mediados de la década de los 90, cuando yo tenía 15 años, iba a la cancha con mis amigas. Hinchas de Unión de Santa Fe, nos juntábamos en la casa de una de ellas horas antes del partido a armar bolsas de papelitos hechas con pedazos de guías telefónicas.

Pero la preparación iba más allá. Recuerdo que teníamos ciertos lineamientos que seguíamos al pie de la letra para llegar sanas y salvas hasta la cancha, que quedaba a unas pocas cuadras de esa casa. Una cierta vestimenta, reunirnos una determinada cantidad de horas antes de que comience el partido, un recorrido, un lugar adonde ir (el “codo de mujeres”), un tiempo de espera una vez finalizado el partido y nuevamente, cierto recorrido a seguir. Estos recaudos tenían que ver con no ser agredidas en un mundo que no nos pertenecía: que no nos hagan comentarios sexuales, que no nos apoyen, que no nos toquen el culo.

25 años atrás el fútbol (al igual que muchos otros espacios) era un lugar hostil y hasta peligroso para las mujeres e identidades feminizadas o maricas. Usualmente era un varón quien te abría la puerta a este universo: un hermano, un novio o un amigo. Nos llegaba de prestado.

Mucho ha cambiado en este cuarto de siglo, otro tanto sigue igual.

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Una revolución con idas y vueltas

Autora: Bárbara Favant

Los megamasivos festejos por el tercer campeonato de fútbol masculino para nuestro país fueron la coronación de un intenso mes mundialista plagado de alegrías y sufrimientos colectivos, y también de contradicciones.

Esta selección tuvo algunos guiños que hablaban de masculinidades más flexibles: el Dibu Martínez contando sus padecimientos emocionales y la importancia de la consulta con su psicólogo, Lionel Messi relatando en el stream del Kun Agüero (visto al día de hoy por más de 13 millones de personas) con total normalidad que durmió la siesta con un compañero, el lugar preponderante que algunos de los jugadores dan a sus compañeras de vida o a su paternidad (Messi sacándole una foto a Antonella con la copa, rodeado de sus hijos y con notorias demostraciones de cariño hacia ellos), gestos de afecto físico entre compañeros (aunque el fútbol siempre fue un espacio en el que las exhibiciones amorosas entre hombres eran más permitidas), actitudes de autocuidado y coquetería como el corte de pelo del Papu Gómez queriendo imitar David Beckham.

A su vez, los medios argentinos enviaron periodistas mujeres e incluso hubo relatoras y comentaristas en los partidos. Las redes sociales hicieron virales contenidos como los de las brujas argentinas unidas haciendo rituales para ayudar a la victoria, manifestaciones abiertas de deseo sexual de parte de mujeres hétero que se permitieron estar por un ratito del otro lado de la cosificación o de grupos de amigos gays comentando graciosamente los partidos. Esta vez no como consumo irónico o de burla, sino como evidencia de que en esta Scaloneta todes sentimos que teníamos lugar.

Pero este proceso, como toda revolución, no está exento de idas y vueltas.

Por empezar, disputamos este mundial en un país con un gobierno monárquico absolutista poco afecto a respetar los derechos de mujeres, personas LGBTIQ+, migrantes, y de trabajadores y trabajadoras en general. Pudimos saber de los miles de mártires que murieron construyendo los estadios, pero poco conocemos de la realidad de las mujeres y diversidades en un país en el que tener relaciones sexuales con alguien de tu mismo sexo es un delito punible con siete años de cárcel; las mujeres deben pedir permiso a su tutor para salir del país, casarse o trabajar en algunos lugares; quedar embarazada estando soltera puede suponer penas de cárcel, y la violencia de género no está tipificada en el código penal. Patriarcado puro y duro, ahí, pum, en la cara.

Pero el machismo estuvo presente también en formas un poco más sutiles. Hubo burlas grupales típicas de machitos en el stream del Kun Agüero hacia un varón por tener la voz más aguda de lo habitual o cambios en su apellido (Yamber por Yamber-ga), utilización de metáforas del sexo homosexual como castigo por parte de Rodrigo De Paul (“todos los ue dudaron me pueden chupar bien la pija, putos”), ademanes fálicos con el premio que fuera otorgado al Dibu Martínez, celebración colectiva de actitudes relacionadas a una masculinidad agresiva (todo lo que giró en torno al enfrentamiento con los jugadores de Países Bajos), los cánticos viralizados a través de medios de comunicación y redes sociales que catalogaban de “puto” y “cometrava” al jugador francés Kylian Mbappé. O las siempre presentes metáforas de violación en las tribunas, pero también en nuestras calles, en nuestras casas y en nuestros chats (“les rompimos el orto”, “la tienen adentro”, etc).

Y es que el fútbol, las instituciones, las familias, la sociedad son construidos por sus miembros, y no dejan de ser territorios de disputa de sentido. Reconocernos hinchas en un país futbolero como el nuestro es hablar de nuestra identidad, pero también de nuestras incoherencias.

Autora: Bárbara Favant
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Acá estamos

Apropiarnos del fútbol como mujeres y disidencias es poder escribir nuestra propia historia y reclamar nuestro derecho al juego, a la pasión, a ocupar lugares de representación en los clubes, en los medios, en las canchitas, en las banderas, en las canciones, en el espacio público y privado.

El tsunami celeste y blanco que se lanzó a las calles este domingo estuvo, también, compuesto por mujeres, lesbianas, gays, travestis, trans y todo el arcoiris de la diversidad. Y me animo a decir que esta vez no tuvimos la necesidad de pautar un protocolo antiacoso entre nosotres.

Ese domingo en que se jugó la final yo también salí disparada a la arteria central de mi ciudad a celebrar con mis amigas. Muchas bisexuales y lesbianas, una de ellas trava.

Ocupamos el espacio, abrazamos, perreamos, chapamos, cantamos. De repente, un grupo de varones al lado nuestro comenzó a entonar el famoso cantito de Mbappé. Nuestra amiga trava, la Fede, dijo livianamente “qué boludos”. Las otras, incómodas pero con miedo a decirles algo y que el resultado sea peor, sólo nos miramos y nos corrimos de lugar. Y así fue que en medio de la alegría colectiva recordamos de un hondazo que, a pesar de todo lo conquistado, las calles aún no son totalmente nuestras.