Gretel Schneider, docente e investigadora en ciencias sociales analiza la saga de Toy Story y una tendencia que pareciera teñir de feminista algunos contenidos de Disney. Spoiler alert: esta nota puede ser considerada reveladora de argumentos y elementos que hacen a la trama y la intriga de algunas películas.
Hace un mes llegó a nuestro país Disney +, el servicio de streaming de esta industria del entretenimiento, que ofrece también contenidos como Los Simpsons, las sagas de Star Wars y Marvel y los productos de National Geographic.
Las recientes remakes de La dama y el vagabundo, El rey león y Dumbo son tres de las películas que no han sido estrenadas en otros canales más que en el cine (La dama y el vagabundo no fue estrenada, directamente) y que constituyen un atractivo para llegar a esta plataforma. Pero también lo es la colección Toy Story, con su última apuesta que es Toy Story 4, dirigida por John Lasseter y producida en los estudios Pixar, en asociación con Disney.
La vida de los juguetes
Hace 25 años que conocemos a un vaquero de plástico y tela creado en la década del ‘50 llamado Woody, que sufre por la llegada de un astronauta a su mundo que por esos días transcurría en el cuarto de un niño, Andy, el cual comparte con otros juguetes. El protagonismo de Woody se lo da su rango de juguete preferido. Es el astronauta Buzz Lightyear quien en principio amenaza su lugar pero luego se convierten en inseparables y lideran un grupo de juguetes que encaran aventuras -algunas fuera y lejos de la habitación de su niño-, en una dimensión de la vida cotidiana imperceptible para los humanos, porque ellos logran que así sea como parte de su código.
Estas historias contadas desde el punto de vista de los juguetes cobrán también relevancia por ser Toy Story el primer largometraje completamente animado por computadora de la historia, a través de técnicas desarrolladas por el estudio Pixar. A esta película la siguieron Bichos, Monsters, Inc., Buscando a Nemo y Los increíbles, entre otras.
La colección Toy Story está compuesta por cuatro largometrajes (Toy Story, 1995; Toy Story 2; 1999; Toy Story 3, 2010 y Toy Story 4, 2019), dos mediometrajes (Toy Story de Terror, 2013 y Olvidados en el tiempo, 2014) y varios cortos, los Toy Story Toons, que en su mayoría se realizaron entre la tercera y la cuarta película (Small fry, Fiestasaurus Rex y Vacaciones en Hawaii) y la serie Forky Pregunta, diez episodios, y Lamp Life de 2020 ambos creados especialmente para Disney +.
¿Cómo se ha mantenido y multiplicado la audiencia de una misma historia a lo largo de los años?
Por un lado, el planteo central sobre la vida de juguetes cuya durabilidad trasciende calidades conocidas mientras sus dueñes crecen y comienzan a transitar otros intereses. De esta manera la trama de la colección Toy Story juega con las temporalidades: el pasado, el presente y el futuro y con ello todes nos identificamos porque hemos sido niñes y también porque hemos dejado de jugar. En este sentido es que hay humanidad en los juguetes, ellos sufren el rechazo, el olvido y ese nido vacío de infancias que culminan.
Por otro lado, sus guionistas han sabido poner en juego las verdades de cada época: la masividad de juguetes tecnológicos con luces y sonidos en los años 90, los juguetes asociados o provenientes de las cadenas de comida rápida, las jugueterías con estructura de supermercados, el protagonismo de los videojuegos en las infancias y también lo que nos interesa en esta nota, los roles de género.
¿Un giro feminista?
En una primera lectura, la cuarta entrega de la saga genera una sensación de giro feminista pero que no termina de plantearse claramente y esto es lo que nos permite preguntarnos ¿es perspectiva de género o es justicia a los personajes femeninos que se vieron postergados en los anteriores largometrajes? ¿Es perspectiva de género en una clara intención política de la sociedad Disney-Pixar o el film se sube a la oleada del giro cultural motorizado por la lucha y el grito desesperado de mujeres por la igualdad? Es aquí donde tenemos que hacer dos salvedades en cuanto al análisis que hacemos de las condiciones de producción: primero, que esta película se gesta en medio del movimiento Me Too y el reclamo por equidad salarial entre trabajadoras del espectáculo de Hollywood. Segundo, que en Latinoamérica desde los años ‘70 somos crítiques de las producciones de Walt Disney desde los aportes de Ariel Dorfman y Armand Mattelart en el libro Para leer al Pato Donald, donde los autores advierten la mirada colonizadora y la reproducción y difusión del modelo dominante y de acumulación a grandes escalas del capitalismo propuesto sobre todo por Estados Unidos, como única lógica por encima de otras culturas planteadas allí como inferiores. Por esta razón es que muchas producciones de los últimos años han buscado comprender las diversidades culturales y las minorías, lo que ha llevado a construir personajes más complejos y por ello, realistas.
Pero para acercarnos a esta pregunta por lo que fue pasando con los personajes femeninos en Toy Story tenemos que hacer un repaso por las historias que se cuentan en la colección.
Las mujeres de Toy Story
Toy Story surgió a partir del desarrollo posterior de la idea que comenzó en un corto del año 1988 -tras la obsesión de Lasseter por animar objetos estáticos-, Tin Toy se sitúa en una habitación en la que un bebé y un cascanueces con tambor de hojalata establecen un encuentro inesperado para el muñeco quien sólo espera entretener y alegrar al niño. En la primera entrega de Toy Story hay una clara ausencia de mujeres, son secundarias las apariciones de Bety -una pastorcita cuyo nombre original en inglés es Bo Peep- y sólo se expresa atenta a lo que ocurre con el comisario Woody, su novio; la hermana bebé de Andy, Molly y su mamá, quien aparece al frente de una familia monoparental en planes de mudanza.
En Toy Story 2, que fue estrenada cuatro años después, aparece Jessie, una vaquera que logra tres minutos en los que sólo se cuenta su historia y la de Emily, la niña con la que jugó mientras fue un juguete adorado y que significa la escena más conmovedora del film. Jessie conoce a Woody con la expectativa de, junto a él, ser un juguete de exposición en un museo de Japón. Cuando Andy crece y está por comenzar a ser universitario en Toy Story 3, los juguetes encaran una travesía en la que conocen a otra niña, Bonnie. Jessie ocupa escenas en las que sólo se vincula amorosamente con el astronauta Buzz, una muñeca Barbie que aparece frívola y manipulando a Ken, quien es mostrado con rasgos del esteteotipo gay que deja en claro cierta mirada homofóbica y la Señora Cara de Papa que sólo está pendiente del Señor Cara de Papa. Fue Natalie Wilson, una periodista norteamericana quien etiquetó de sexista a Toy Story 3, en 2010 aún cuando la película estaba siendo un éxito arrasador en las salas de cine. Sus argumentos: la poca participación de personajes femeninos en el guion y la sugerencia de que ser gay puede ser un horror.
¿Qué fue lo extraño aquí? La lectura en términos de perspectiva de género de un producto de Disney, la visibilización de la mirada sesgada y patriarcal para representar la aventura de un grupo de juguetes, cuyos destinataries son tanto niños como niñas.
Creemos que esa crítica que fue replicada, las actuales luchas visibles y las nuevas verdades de época que comenzaron a ponernos en escena a las mujeres -condición que portamos la mitad, sino más, de la población mundial-, llevaron a un giro en la trama de esta saga.
Los mediometrajes realizados después de Toy Story 3 hablan claramente de esto y de la vida de los juguetes en poder de Bonnie, una niña cuya imaginación llega a límites desconocidos. Toy Story de Terror narra cómo Jessie se enfrenta a su mayor miedo, estar encerrada en una caja, por el costo de ayudar a sus amigues. Olvidados en el tiempo explora el personaje de Trixie, la triceratops que desea que en las situaciones de juego, le asignen roles de dinosaurio.
Toy Story 4, el final de la saga, termina de reivindicar a las mujeres con la reaparición de Bo Peep, la pastorcita que sólo había sido mencionada en la película anterior y que volvió con su nombre original para la versión latinoamericana, ya no como Bety.
Woody también se encuentra con Gabby-Gabby, una muñeca antigua que lo desafía al mismo tiempo que quiere un poco de la vida que tiene él y para lidiar con ella, el vaquero necesita a su vieja amiga. Bo Peep es un juguete perdido, lo que supone la peor pesadilla para Woody, cuya bandera es estar siempre dedicado a su niño.
La pastorcita no sólo está liberada de tener dueñe, sino también de la lámpara con la que originalmente hacía juego -como se presenta en Lamp Life-. Bo Peep trepa y llega a todos lados con su bastón, por momentos usa su pollera de capa y ya no viste el sombrero de capotita que -como en “El cuento de la criada”-, no la dejaba ver alrededor. Es una líder y ya habiendo superado vivir dentro de un cuarto, convive con otros juguetes -como la policía en miniatura Giggle McDimples-, viaja en un zorrino con ruedas y habita un parque de diversiones en un pueblo turístico. Allí puede ser juguete para el disfrute de muches niñes.
La ganadora del premio Oscar a Mejor película animada Toy Story 4 no es, por esto, un film feminista. Es una entrega de la saga que finalmente aporta justicia ante el desequilibrio, que siendo coherente con la época, entra en dilemas psicológicos y lanza la apuesta a jugarse porque el yo soy tu amigue fiel, puede ser hacia une misme.
Autora: Gretel Schneider, docente, extensionista e investigadora de la Universidad Nacional de Entre Ríos.