Con octubre, llega a Periódicas la cuarta entrega de Editorial de L'aire. El texto de este mes tiene como autora a Beatriz Bertea.
Cuando le preguntan si está dormida.
Responde que solo cierra los ojos para descansar la vista.
El televisor está siempre encendido en esa sala. El concurso de baile en la pantalla la transporta a la pista de la Sociedad Italiana. Todas las fechas patrias se celebraban con un baile, era ahí donde las chicas en edad de merecer encontraban marido. El pueblo entero se reunía para la fiesta. Habrán sido unos trescientos habitantes en esa época.
Del viaje en el Julio Cesare solo recuerda el olor a cuerpo sudado, los pasajeros de tercera clase se higienizaban como podían. Después de un mes en el barco viajó con sus padres en tren hasta el pueblo. Tuvo que soportar algunas sonrisas irónicas mientras aprendía el español.
-Es hora de la merienda, abuela - dice la chica de ojos grandes, mientras mueve el sillón de ruedas.
Ella que nunca se quedaba quieta, que caminaba cinco kilómetros por día, ahora depende de alguien para todo.
El sol entra casi con violencia en la cocina, siempre hay música, pero religiosa. A ella no le gusta.
La última vez que vino su hijo, la convenció para mudarse a ese lugar. Es solo por un tiempo, le dijo. Ella espera. ¿Qué espera? Las imágenes suben como niebla hasta sus ojos.
“Cuando mis hijos iban a la escuela los despertaba con la radio, en invierno les llevaba el desayuno a la cama. Siempre los malcrié. Yo era la primera en levantarme. Vicente pasaba muchas horas en el taller. Había que prepararle el café y las tostadas. Era muy delicado con la ropa. Si la camisa tenía alguna arruguita, me la hacía planchar otra vez. Cuando volvía de trabajar se cepillaba las uñas, se bañaba, se perfumaba, y se iba al club. Muchas veces me quedé en la ventana, mirando cuando subía al auto. Era un lindo hombre, y muchas me lo envidiaban. Siempre lo atendí bien, Lavaba los platos y lo esperaba en la cama”.
“El sol que mejor calienta es el del hogar, decía siempre mi suegra mientras tejíamos para pasar el tiempo”.
“Ahora, todos están muertos…o se fueron”.
(La mujer sentada a su lado la mira, divaga…habla de la piedra que arruinó la cosecha).
“En el mismo mes se fueron los dos. Mi hija conoció a un mochilero francés y se mandó a mudar y el varón se fue a la universidad, y ya se quedó en la ciudad. Un tiempo estuvimos solos con Vicente, yo tenía mucho tiempo para atenderlo, pero una mañana no se despertó”.
“Ya no había nadie en la casa”.
“Entonces empecé a jugar a la canasta con mis vecinas. De a una, se fueron ellas también”.
-Tengo frío, ¿podés acercar la estufa?
Las chicas están ocupadas, no la pueden atender ahora.
Cierra los ojos. Quiere descansar la vista.
Autora: Beatriz Bertea Nació en Noetinger (Córdoba). Vive en Santa Fe. Estudió letras. Desde 2013 incursiona en la poesía y la narrativa. Participa en cafés literarios, talleres de escritura, de narrativa oral y programas de radio. Publicó en antologías, revistas literarias y redes sociales. Algunos de sus textos recibieron menciones especiales.