De chica llegué a lamentarme por no haber nacido varón y así tener alguna posibilidad de soñar con ser jugadora profesional. Ese es uno de los tantos sueños que nos robó el patriarcado: nos quitó potreros, picaditos, formación deportiva y estadios. En el Día de las Futbolistas seguimos luchando por la profesionalización federal y la igualdad que merecemos, para que las que vienen puedan vivir de este deporte que tanto amamos y estén orgullosas de hacerlo en #ModoPiba.
Nunca me voy a olvidar un sueño que tuve en la infancia: era un clásico de Unión y Colón, estadio lleno, éramos locales. Entre todos los jugadores estaba yo, era una más. Vestía la 9, por supuesto. Ganamos 3 a 0. El único jugador que recuerdo es a uno del equipo contrario y era el “Bichi” Fuertes, gran ídolo de aquella época para la gente sabalera. Pero del equipo tatengue solo me acuerdo de mi misma: supongo que mi ídola era yo. Mi ídola es esa niña que soñó con jugar a la pelota.
Rogaba que lleguen los cumpleañitos si el pelotero tenía cancha de fútbol. Recuerdo que hubo momentos en que los varones se peleaban por tenerme en su equipo y les daba miedo si estaba en el contrario porque pegaba fuerte. Como jugaba bien me decían “India Bazán Vera”, por un delantero de Unión de aquel entonces, algo que no me agradaba porque me comparaban con un hombre. También recuerdo muchos de los potreros en los cuales no me dejaron jugar, y me tocaba quedarme mirando desde afuera con ganas de entrar. Muchos recuerdos, un picadito de momentos.
Cuando comencé a ir al colegio a la mañana, la rutina era volver a casa, almorzar y patear penales toda la siesta con mi viejo. Y así crecí llenándome de euforia cada vez que veía una pelota, además de la pasión por el club de mis amores que acompañaba tanta locura por la redonda. Pero crecí también sufriendo cada vez que me trataron de "pibe" y me dijeron que era un juego de ellos. Un juego que yo veía tan mío.
Fueron muchos los momentos en que el patriarcado me hizo un foul. Cómo olvidarme cuando en un partidito le metí un gol a un ex chongo, lo cual aparentemente hirió demasiado su orgullo de #onvre y en la siguiente jugada que nos cruzamos me pegó una patada para nada amigable. Así vamos hartándonos por la vida, viendo como sus masculinidades frágiles no soportan que las pibas juguemos al fútbol y lo hagamos con ellos e igual (o mejor) que ellos. Porque el simple hecho de haber nacido varón no te hace un crack de la pelota, varón. Ni me mandes a lavar los platos, andá a lavarlos vos.
Durante casi toda la historia el sistema patriarcal hizo del fútbol un lugar de privilegio para hombres, la zona de confort para su machismo, homofobia y (lo que me causa mucha gracia) su ridículo ego varonil. Detrás de eso, estábamos nosotras y pretendían que solo seamos espectadoras. Pues no: las pibas exigimos nuestro espacio y te copamos la cancha. Ahora nos ven en las canchitas de fútbol 5, en los campitos de los barrios, en las actividades deportivas de los clubes y en los torneos profesionales que van creciendo.
Nos ven en las pioneras de aquel Mundial en México y en el partidazo que las argentinas le ganamos a las inglesas aquel 21 de agosto de 1971, porque lo que se nombra no existe, y nosotras resignificamos nuestra historia. Nos ven en los recuerdos del Mundial de Francia, que frenó los corazones de orgullo por tanto esfuerzo. Nos ven en Mara Gómez, gambeteando prejuicios. Nos ven en Dalila Ippolito que acaba de concretar un pase histórico a la Juventus con apenas 18 años, a pesar de que a los medios hegemónicos les cueste ponerlo en tapa. Nos ven en cada nena que dice “quiero jugar al fútbol” y no recibe un no como respuesta, sino que ahí está su familia atándole los cordones de los botines para verla correr de felicidad. Ahora que si nos ven, nos van a dejar jugar. Porque vamos a jugar.
Claro que yo no tuve esa suerte. En mi club Unión el fútbol femenino comenzó como actividad deportiva cuando yo tenía ya 16 años. Etapa evolutiva en la que la pedagogía del deporte tiene un límite: primera desventaja de este sistema que nos desfavorece. Siempre existieron las escuelas formativas de fútbol para niños, pero no para niñas. El proceso de aprendizaje y disciplina que tanto se necesita en un deporte, nos era negado. Y con ello, la existencia de la práctica del mismo como profesional. Hoy podemos ver como en Santa Fe y en toda la Argentina hay cada vez más escuelas de fútbol para pequeñas, que se ponen sus canilleras y aprenden a jugar a la pelota desde temprana edad. Para las que no pudimos vivir esa experiencia, es emocionante poder ver que muchas tienen la posibilidad que las de otras generaciones no tuvimos. Desde el espacio que ocupo en el fútbol femenino, cada vez que soy espectadora del disfrute de las más peques, siendo ellas con una pelota, por dentro le digo a mi niña: “tranquila, tranquila que lo logramos”.
Sí, lo logramos, pero como siempre, por el simple hecho de ser mujeres, nos costó el doble. Pero acá estamos este Día de las Futbolistas reivindicando nuestra historia y marcando otro gol pensando en los goles que queremos marcar: será fundamental continuar la formación, que las profesoras y directoras técnicas sean mujeres, y así fortalecer la teoría y la práctica de este fútbol feminista que a la disciplina le suma su táctica estratégica: la lucha.
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