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La pileta

Segunda entrega de Editorial De L'aire en Periódicas. Este mes compartimos un texto de Andrea Ocampo.

Llegaste cinco minutos tarde. Podrías haber hecho el precalentamiento completo. Como es la primera vez en este lugar, saludás y decís tu nombre al profe y te calzás las antiparras rapidito. El agua tibia te llega al pecho y te sumergís. Con los pies sobre la pared del fondo hacés presión contra los azulejos celestes y las rodillas en flexión por fin se estiran y se estiran los brazos hacia adelante y tu cuerpo se desliza. Atravesás el cielo líquido como una flecha sin peso. Felicidad.

Son cinco en el andarivel recibiendo instrucciones del profe que te frena y dice que ya calentaste suficiente y podés integrarte al grupo. Mientras salen los demás te quedás última para recuperar fuerzas y barriendo con la mirada hacés un inventario de trajes de baño, gorritos y antiparras. En el andarivel de al lado un pelado tiene tatuado el pecho desde los hombros a la cintura. Una enorme mancha de Rorscharch. Hacés un esfuerzo para apartar la vista. El tatuaje contrasta el color negro con la piel blanquísima del muchacho que toma agua de una botellita azul y vos creés que no se da cuenta de que lo estás mirando. Empezás el ejercicio de brazadas y respiración bilateral. Memorizás la secuencia y te gusta pensar que tu mente se libera hasta un vacío de ideas que paradójicamente atrae palabras, imágenes, músicas, que titilan un instante y pasan, flotan, se van.

En perfecta  sincronía nadan los seis. Dos hombres de mediana edad. Una jovencita con piercing en la nariz y gorrito anaranjado. Dos mujeres de treinta y algo que deben ser amigas y conversan entre sí en cada descanso. Vos. Y una mujer que andará por los setenta. Quizás en otros horarios o en aquagym habrá más personas de su edad pero ahora ella es la única. Te mira y a tu gesto amable larga delante en la ronda. La seguís.

¿Cuándo nadaste por última vez? El cuerpo recuerda. Hace cosas por su cuenta. Las sensaciones y movimientos ensamblan el estilo. Aparecen otros recuerdos, es como cuando los magos sacan pañuelos de colores de una galera, de la manga, de la boca. ¿Cómo sabrá el mago cuándo detenerse para no quedarse sin pañuelos? ¿O pegará el tirón nomás?

Ahora viene un largo tramos de piletas con diferentes patadas, agotador. Tomás agua. Tu amigo Silvio escribió un cuento donde un absurdo asesino respondía lo mismo ante cada tarjeta del test de Rorscharch. Unas vueltas para aflojar. Tenés un libro Silvio. No se lo devolviste. Con Silvio se prestaban libros a la vez. Cada préstamo incluía un libro rehén, así lo llamaban. Pero no lográs precisar qué libro era y él no va a recordártelo. Ahora ese libro estará en sus bibliotecas con sus miles de libros llenándose de polvo en la casa vacía. En algún momento se vendrá o será cedido como herencia o sencillamente formará parte del ajuar de la muerte.

La mujer de setenta nada liviana y grácil. La primera media hora la jovencita del piercing la sobrepasó varias veces pero ahora va última. Técnica versus vitalidad. Te prometés envejecer nadando. Querés ser ella ahora mismo y librarte de los años inmediatos y las batallas que vas a perder. Creciste con miedo a la decrepitud, al deterioro visible. Creciste siendo juzgada todo el tiempo por cada señal de la vida en tu cuerpo. La piel arrugada las ojeras las manchas el rictus los rollos la celulitis las várices. Miedo a mirarte al espejo y preguntarte ¿quién es esta vieja? Como si tuvieras la culpa de vivir y que se note. La mujer lleva un poco de todo eso pero sigue nadando con su gorrito negro.

Faltan quince minutos y no das más. El pelado Rorschach gira y tratás de descubrir si tiene otra de las manchas en la espalda. No. ¿Se hubiera hecho ese tatuaje si fuera mujer? Si estuvieras en la playa le hablarías. Te reís para adentro. Pensás en una cita con el pelado, se saca la camisa y ves el tatuaje, acto seguido vos huyendo a medio vestir. Quizás le haya sucedido aunque, en vez de asustarse, alguien bien podría decirle lo que ve en la mancha. Quizás sea un psiquiatra o un psicópata o un simple fan de Watchmen.

En el vestuario algunas mujeres se quitan la ropa y la acomodan en los pequeños casilleros para entrar a la clase siguiente. Hay olor a shampú y a desodorante. Las amigas del andarivel no paran de conversar mientras se aplican crema en las piernas. La mujer de setenta en realidad tiene setenta y seis y es docente jubilada. Hasta el jueves, saluda. Vos le sonreís y repetís “hasta el jueves” pero dudás que haya escuchado porque el secador de pelo es muy viejo y hace un ruido bárbaro.

Autora: Andrea Ocampo (1968) - Escritora. Tallerista. Profesora en letras (UNR)