El deportista fue condenado a 18 años de prisión por el abuso sexual de su hija. Algunos medios locales minimizaron o justificaron el delito.
Cuando el boxeador Carlos Monzón asesinó a Alicia Muniz se decía que era “un animalito”, que no podía controlar su fuerza, que no entendía lo que hacía. Cuando los sacerdotes Edgardo Storni o Julio Grassi fueron acusados de abuso sexual se comentaba que era por la prohibición de la iglesia católica de mantener relaciones sexuales. Cuando Héctor "el Bambino" Veira fue condenado por violación de un niño de 13 años se afirmaba que era porque le querían sacar plata.
La cultura de la violación es un concepto acuñado en los años '70 por la segunda ola del feminismo y que hace referencia al entorno en el cual "la violencia sexual infligida contra la mujer se naturaliza y encuentra justificación tanto en los medios de comunicación como en la cultura popular. La cultura de la violación se perpetúa mediante el uso de lenguaje misógino, la despersonalización del cuerpo de la mujer y el embellecimiento de la violencia sexual, dando lugar a una sociedad despreocupada por los derechos y la seguridad de la mujer". En esta cultura de la violación es que se encuentran validadas prácticas o comportamientos que toleran la violación, como culpabilizar a la víctima (la ropa que tenía puesta, la hora en la que se encontraba en la calle o ámbitos que habitaba), realizar insultos sobre violaciones (“les vamos a romper el culo, de algún culo va a salir sangre”) o chistes (el sketch de “la nena” en Poné a Francella).
Destino maldito
En casos de violación a niñas y niños no es políticamente correcto culpar a la víctima, como se hace en caso de mayores de edad, por eso muchas veces se traslada la justificación a cuestiones relacionadas con la clase social, nivel educativo o historia personal del violador.
En la cobertura local del caso Baldomir María del Carmen Luengo presentó la noticia acerca del abuso como "Carlos Baldomir enfrenta uno de los combates más difíciles y más duros de su vida" en el noticiero de Telefé Noticias Santa Fe. Asimismo, en una entrevista en Radio Sol el boxeador manifestó "Nunca estuve tan mal como ahora. (...) Esta es una de las peleas más duras de mi vida."
Cuando quien cometió abuso es presentado como alguien que enfrenta un combate al mismo tiempo se está planteando un rival imaginario. En este caso: ¿quién sería el “rival“ contra quien lucha Baldomir? ¿Acaso su hija, la víctima? ¿Su ex esposa, quien está defendiendo a su propia hija? ¿La justicia que debe dictaminar?
Por su parte, diario Uno Santa Fe publicó una nota sin firmar titulada “Vendió plumeros, fue campeón y ahora lo espera un largo encierro”. Presenta un recorrido que exalta su origen humilde y su vida sacrificada ya que "conoció todo tipo de carencias y que se sobrepuso a ese contexto" y cuya "mayor virtud fue la lucha y el corazón". El artículo cierra con "pasó de vender plumeros en la calle ayudando a su papá, a conquistar Nueva York. (...) Una vida de película como la de tantos boxeadores que dentro del ring conocieron la gloria, pero que en la vida terminaron en la lona."
Además de la glorificación de su historia de vida como ejemplo de superación, la metáfora de "terminar en la lona" borra toda responsabilidad del deportista sobre sus actos, como si una desgracia le sucediera por fuera de su voluntad de acción.
Por otro lado, el periodista José Curiotto en varias oportunidades en su programa radial Todo Pasa en la emisora universitaria LT10 y en su editorial titulado “La profecía autocumplida de Carlos ‘El Tata’ Baldomir” lo cita: "Quisiera que todo esto lindo que me pasó en la vida termine bien… (...) Que dentro de 10, 20 o 30 años, cuando me toque irme, esté bien... (...) Para la persona que sale de muy abajo, que no tiene estudio, que no está preparada; es difícil terminar bien."
En esta llamada “profecía autocumplida” se pone en manos del destino que el deportista haya violado a su propia hija, como algo en lo cual él no tuvo ninguna responsabilidad.
Seguidamente el periodista reflexiona en su editorial: “El tiempo le dio la razón”, acordando que ser pobre, no haber estudiado y alcanzar un estrellato meteórico, son explicaciones razonables para cometer una violación, es una consecuencia más de no estar preparado para la fama.
Curiotto continúa: "las luces del éxito se apagaron y mutaron en el ambiente lúgubre de una celda. El ring se convirtió en una sombría sala de Tribunales. Los aplausos y los gritos de aliento, en desprecio y reproche. El Tata Baldomir tenía razón. Para él no iba a ser fácil terminar bien. Y una vez más, en la vida del campeón, los jueces tendrán la última palabra."
De esta forma, por obra y gracia de una elipsis que incluye machismo y clasismo en partes iguales, en este discurso Baldomir ahora no es un violador de su hija, sino una víctima de su destino, un ídolo caído.
Limpiar la cara al campeón
Para que un deportista se convierta en ídolo popular se precisan dos cosas: que triunfe en su disciplina, y que el periodismo lo construya. La voz quebrada que relata por radio un gol o una pelea a 12 rounds que no vemos juega con eso, con nosotres, con la exageración de una épica repleta de imágenes que nos erizan la piel, que nos emocionan aún frente a la imagen muda, que hacen del deportista un ser casi todopoderoso y que abogan a generar que en el imaginario popular el campeón mantenga su condición no sólo en el ring, si no en la vida. Que sus triunfos, sus records, sus cinturones y sus knock out se repitan una y otra vez en un loop eterno que lo deje siempre ahí, impertérrito, en el Partenón de los inalcanzables, en #ModoDios. Inalcanzables, sí, por los perdedores y la gente común. Incluso, de ser necesario, por la justicia.
Dentro del equipo de cualquier boxeador se destaca (aún cuando su tarea parece menor) el viejo y querido «Cutman». Su denominación, de una literalidad tosca, lo sindica como el hombre de los cortes, ese que corre al rincón cada vez que suena la campana y se ocupa con premura, con destreza y sin molestar, de limpiar y remendar a nuestro campeón, de dejarlo como nuevo, de pegarle una lavada de cara.
En éste caso el periodismo santafesino (deportivo y no tanto) cumplió a rajatabla el viejo y preciso oficio de limpiar el rostro del campeón para que no le conozcamos su perfil más violento, abusivo, machista y reprochable. La Justicia, en su debido proceso, se encargó de que esas voces queden ahora con el delay de una era vetusta y casi olvidada.
Salir del lugar común
La Defensoría del Público en su material “Recomendaciones para el abordaje respetuoso de la violencia sexual hacia las mujeres en medios audiovisuales” resalta dentro de un decálogo, en su punto ocho: "evitar hacer hincapie en el estado psíquico del agresor, en consumos que pudieran resultar problemáticos, en su condición o posición social, el país del que es originario o su historia de vida (está loco… es un pobre tipo… en su país es común que… fue abusado de chico), que suelen funcionar como justificativos del accionar violento. Estas circunstancias nunca pueden legitimar el accionar violento ni atenúan la responsabilidad del agresor."
Como estamos insertos en esta cultura de la violación, los y las comunicadoras no estamos exentos de formar parte de ella, evidentemente. Se suele disfrazar el rol de "abogado del diablo" del periodismo para multiplicar la violencia de género mediática, definida claramente por la ley 26.485 como "toda aquella difusión de mensajes e imágenes estereotipados a través de cualquier medio masivo de comunicación, que de manera directa o indirecta promueva la explotación de mujeres (...), legitimando la desigualdad de trato o construya patrones socioculturales reproductores de la desigualdad o generadores de violencia contra las mujeres."
El rol social que cumplimos quienes comunicamos y las herramientas mediáticas con las que contamos nos obligan a realizar análisis por fuera del sentido común. Nacemos y crecemos dentro cultura de la violación, pero es una decisión política, personal pero también colectiva desterrarla o continuar reproduciendo sus principios.
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Con la colaboración de: Belén Degrossi, Carolina Robaina e Ileana Manucci. Edición de: Carolina Robaina