Los test de género volvieron al atletismo mundial. En la búsqueda de la "equidad", reproducen lógicas discriminatorias que afectan especialmente a mujeres con “diferencias en el desarrollo sexual" (DSD). Otra vez, las únicas que pagamos el precio de competir somos nosotras. La historia de María José Martínez Patiño, ex atleta española, es una de las más representativas de este problema histórico.

En abril de 2025, World Athletics volvió a estar en el centro del debate al implementar un nuevo “test genético obligatorio” para mujeres que compiten en categorías femeninas. El objetivo declarado es evitar ventajas competitivas relacionadas con el sexo asignado al nacer o con condiciones biológicas particulares. Sin embargo, esta medida ha reavivado fuertes críticas sobre su validez científica, su carácter excluyente y la falta de acompañamiento hacia las atletas afectadas. ¿Cuál es el verdadero objetivo? ¿A quiénes se les hace y cómo?
Entre las principales destinatarias de estos controles están las mujeres con "diferencia en el desarrollo sexual" (DSD). Se trata de personas que nacen con características sexuales (cromosomas, gónadas, niveles hormonales o anatomía) que no se ajustan estrictamente a las definiciones médicas binarias tradicionales de masculino o femenino. Estas condiciones son diversas, se dan desde el nacimiento y a lo largo del crecimiento, pero en el ámbito deportivo muchas veces se convierten en motivo de sospecha, señalamiento y exclusión.
El nuevo test incluye la búsqueda del gen SRY, un marcador que suele encontrarse en el cromosoma Y y que participa en la determinación del sexo masculino. La presencia de este gen ha sido utilizada como criterio para excluir a mujeres con DSD, aun cuando hayan sido identificadas como mujeres durante toda su vida y no hayan competido con “ventajas comprobables”.
El caso de María José Martínez Patiño
La historia de María José Martínez Patiño, ex atleta española especializada en vallas, es uno de los antecedentes más emblemáticos sobre este tema. En 1985, mientras representaba a su país, fue obligada a someterse a un test de feminidad. El resultado determinó que tenía cromosomas XY, una condición que nunca había afectado su desarrollo corporal ni su rendimiento atlético.
A partir de ese momento fue descalificada, expulsada del equipo nacional y expuesta públicamente. En un entorno que la señalaba, sin contención ni asesoramiento, Patiño decidió luchar por su derecho a competir. Tres años después, el Comité Olímpico Internacional (COI) reconoció que su exclusión había sido injusta y eliminó el test de cromatina sexual. Su caso marcó un antes y un después en la forma en que el deporte abordaba la diversidad sexual.

Hoy, desde su rol como académica y defensora de los derechos humanos, María José advierte que las nuevas medidas impulsadas por World Athletics constituyen un retroceso. "Estamos locos: los controles de sexo son un retroceso cuestionable desde el punto de vista ético", declaró en una entrevista con El País.
Sin ciencia concluyente ni contención real
La comunidad científica y expertos en ética deportiva coinciden en que no existe una fórmula universal para determinar la "femineidad" en el deporte. Las diferencias hormonales o genéticas no siempre implican una ventaja competitiva y los controles actuales carecen de consenso técnico. A esto se suma la ausencia de protocolos de acompañamiento para las atletas que son excluidas, muchas veces sin información clara ni contención psicológica o legal.
la cordobesa Georgina Bardach, ex nadadora y bronce en Atenas 2004 remarca la necesidad de acompañamiento psicológico para las atletas: “El alto rendimiento no es salud para nada”, reflexiona sobre la presión mental y la importancia de un apoyo estructural y económico. Cuando se afecta la carrera, la salud mental y el futuro de las atletas, se vuelve fundamental revisar el camino.

Una vigilancia selectiva
Aunque los test de género han sido justificados en nombre de la equidad, en la práctica se han realizado históricamente de manera casi exclusiva a las mujeres. Desde controles físicos en los años 60 hasta análisis cromosómicos y hormonales en tiempos más recientes, la mirada médica y deportiva ha recaído sobre las atletas, particularmente aquellas que no responden a ciertos estereotipos corporales.
En cambio, los varones no han sido sometidos a verificaciones sistemáticas sobre su sexo o su producción hormonal. La idea de que una mujer podría competir en la categoría masculina nunca ha sido motivo de preocupación institucional, lo que evidencia una clara disparidad en el tratamiento según el género. Esta diferencia plantea interrogantes sobre los criterios reales que se utilizan y sobre quiénes terminan pagando el costo de esas decisiones.
Pero: ¿puede hablarse de equidad cuando el deporte excluye a mujeres por no cumplir con parámetros biológicos impuestos? La historia y la ciencia parecen indicar que aún falta un largo camino para que la inclusión sea una realidad y no solo una promesa.
Autora: Julieta Boschiazzo