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Evangelina: la sin fronteras

Una médica santafesina realiza misiones para la organización Médicos sin Fronteras desde hace cinco años. Trabajó en la selva mexicana, en Jordania, Yemen, Sudán del Sur y ahora se encuentra en Camerún. Antes de partir de Santa Fe charló con Periódicas sobre cómo es ejercer la medicina en los contextos más difíciles del mundo.

Evangelina Lauxmann | Créditos: Médicos sin Fronteras

Evangelina Lauxmann es santafesina, tiene 36 años y es médica. Lejos de lo que ella llama “tener los hijos, el perro, la casa”, pasó los últimos años ayudando a personas sobrevivientes de los enfrentamientos entre narcos mexicanos, los refugiados jordanos, niños yemenitas con desnutrición o víctimas de los conflictos entre clanes sudaneses. En unos días comienza una nueva misión: atender pacientes durante seis meses en un hospital de Camerún. 

Trabaja en Médicos sin Fronteras (MSF), una organización de acción médico-humanitaria que desde 1971 brinda asistencia a personas amenazadas por conflictos armados, violencia, epidemias o enfermedades olvidadas, desastres naturales y exclusión de la atención médica. Conforman el movimiento unas 63.000 personas de todo el mundo. Evangelina relata que hay cerca de 40 sudamericanos y sudamericanas en su misma condición de “expatriados y expatriadas”. En cada misión también se trabaja en conjunto con personas del lugar a quienes llaman “nacionales”. 

Pasó por un proceso de reclutamiento que comenzó en febrero de 2016 con envío de documentación, entrevistas laborales, test psicológicos y pruebas de idioma finalizando en junio. En julio realizó una capacitación en Barcelona y el 30 de septiembre viajó a Jordania a su primera misión. Periódicas le consultó sobre cómo llegó a prestar servicios médicos en esos contextos, sus experiencias de estos años y sus aprendizajes. 

— ¿Cómo fue tu relación con la medicina humanitaria? ¿Empezaste la carrera con la idea de dedicarte al trabajo humanitario o fuiste cambiando después?

Vengo de una familia donde hay varios médicos y médicas así que crecí familiarizada con ese ambiente. Me gustaba la idea de poder ayudar a otros a través de esa profesión. Estudié Medicina en la Universidad Católica de Córdoba y no tenía muy claro qué hacer después. Psiquiatría siempre me gustó, por ser la especialidad de mi mamá estuve cercana a eso, además que la mente humana me parece fascinante. Pero cuando estaba en la facultad, en tercer año, un profe llevó a un ex alumno que estaba trabajando con Médicos Sin Fronteras. Nos contó sus experiencias y me pareció algo super diferente. Hasta ese momento no conocía el campo de la medicina humanitaria. La experiencia más cercana fue, al ir a un colegio católico, las misiones en las que se iban a predicar la religión. Siempre me había llamado la atención eso de ir a lugares donde no se llega tan fácil. Pero esto era otra cosa.

Pensé que podía tenerlo como un proyecto a futuro, porque te piden tres años de experiencia antes de salir a terreno. Así que me decidí a hacer la especialidad de Clínica Médica también en Córdoba, hice la residencia allá y después que terminé la carrera me quedé un año más haciendo una jefatura de residentes. Estaba muy a gusto, es un lugar al que le tengo mucho cariño y agradezco muchísimo la formación de la clínica, pero sentí que era una etapa terminada. A pesar de tener la posibilidad de quedarme y trabajar ahí, este “bichito” me quedó picando desde la charla de MSF. El ritmo frenético de la residencia hizo que lo postergue, pero cuando estaba terminando, en coincidencia con un momento de crisis personal, recordé que quería hacer esto

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La organización

Médicos sin Fronteras se organiza por secciones con centros operacionales en España, Francia, Bélgica, Holanda y Suiza. Las personas provenientes de países de habla hispana (unas 2.700) dependen del centro operacional Barcelona Atenas (OCBA). A su vez tienen sucursales para reclutamiento o para juntar donantes, algunas oficinas se dedican sólo a una cosa, otras a las dos. En el proceso de reclutamiento se realiza una serie de entrevistas, test psicológicos, evaluaciones de cómo se actuaría en terreno. Contar con idiomas como inglés o francés es importante.  

Evangelina realizó su curso de preparación en Barcelona durante dos semanas. Allí se dividieron en grupos ya que además de personal de salud también hay de logística y de finanzas. No se trata de un voluntariado sino de profesionales que desean trabajar en el área humanitaria. No se puede trabajar sin la otra parte ya que desde logística, por ejemplo, se aprende cómo armar una campaña de vacunación, cómo deben ser los circuitos, cómo potabilizar agua, adónde armar cloacas, a qué distancia del campamento de refugiados armar los operativos. Y la parte de administración y recursos humanos se encarga de que estén los recursos, el equipo necesario, que la cantidad de personas y perfiles de profesionales sean los adecuados para cada misión.  Después de una semana de formación para cada grupo profesional hay una semana con el resto de los grupos. 

— ¿Vos elegís las misiones o te las eligen desde la organización?

Una vez finalizado el proceso de reclutamiento y capacitación, uno queda vinculado con una persona encargada, pool manager, quien es responsable de asignar las misiones y hacer seguimiento de la performance en terreno y proponer nuevas misiones a posterior. Normalmente las primeras misiones las ofrece la organización de acuerdo a las necesidades en los distintos lugares donde trabajamos. Después de la primera o segunda misión está la posibilidad de solicitar misiones que te interesen. A su vez, MSF tiene el principio de neutralidad e imparcialidad. No tiene en cuenta para la elección de la misión ninguna ideología política o religiosa, raza o etnia. No podemos tomar parte en los distintos conflictos. 

Una se puede negar, en caso de no sentirte segura en un contexto determinado, y hay cierta flexibilidad con los tiempos entre una misión y otra. Por ejemplo, en 2017, entre medio de la primera y la segunda misión, por cuestiones personales no trabajé para MSF. Estaba viviendo en Córdoba y me mudé nuevamente a Santa Fe porque mi expareja estaba acá y fue mucho cambio, así que trabajé un tiempo acá y cuando en 2018 pedí volver a terreno me dieron muy rápido una nueva misión.

Experiencias

Cada misión tiene un tiempo estimado, generalmente son de tres, seis, nueve meses o incluso hay misiones de un año o más, como las hay también de un mes si es emergencia, por ejemplo. La primera misión de Evangelina fue en Jordania, donde estuvo tres meses. Luego estuvo en México durante seis meses, en Sudán del Sur otros seis meses y en Yemen ocho meses y medio. 

— ¿Cómo fue la primera misión en Jordania?

Se trataba de un proyecto de enfermedades crónicas. MSF es una organización que responde a emergencias pero la cantidad de refugiados sirios por la guerra que estaban viviendo allí, había colapsado el sistema sanitario del país. Trabajábamos con un 70% de refugiados sirios y un 30% de jordanos en condiciones vulnerables, centrándonos en enfermedades como hipertensión, diabetes, asma, EPOC, patologías cardiovasculares. El equipo medical, además de médicos, enfermeros, farmacéuticos se articulaba con asistencia en salud mental y educadores en salud. Se trataba de 1500 pacientes a los cuales se daba diagnóstico, seguimiento y tratamiento.

Estábamos en una ciudad al norte de Jordania, Ar Ramtha, que limita con el sur de Siria; y también atendíamos en un centro de atención primaria en Turrah, donde se brindaba además consultas de salud mental, planificación familiar y control pre y postnatal.

Como era mi primera misión fui como over staffing, que significa un personal extra, iba para aprender las funciones de gestora médica en terreno. Sería para tener una primera experiencia en la organización, entender los manejos y formas, y tener mas herramientas antes de desempañar la posición independientemente. 

Hospital Ramtha en Jordania | Créditos: Joosarang Lee/MSF

— ¿Cuál fue tu segunda misión?

En 2018 me propusieron una misión en Yemen (a la que fui como cuarta misión finalmente). Se trataba de un proyecto muy grande y de un puesto de mucha responsabilidad, y como mi última misión había sido hacía un año y había sido la primera, no me sentía capacitada. Me ofrecieron entonces otra misión en México, de seis meses, a la que fui. Se trataba de un proyecto de clínicas móviles en el área de Guerrero. Viajábamos todas las semanas a comunidades que quedaban bloqueadas por problemas con el narcotráfico. Los grupos decidían que no entraba ni salía nadie, entonces no podían ir a la escuela o acercarse a un centro de salud. Tampoco el personal de salud podía acceder a los poblados. Después viajé a Sudán del Sur, luego a Yemen y volví en junio de este año. Desde fines de septiembre estaré en misión en Camerún.

Arreglando caminos en la selva Mexicana | Créditos: Evangelina Lauxmann

— ¿Qué fuiste a hacer a Yemen?

En Yemen fui con un puesto de hospital clinical lead, una líder de hospital, ya que el proyecto Yemen es uno de los más grandes que tiene hoy en día MSF. Se trata de un hospital en el que se trabaja junto con el Ministerio de Salud del lugar. Muchas veces son proyectos 100% de Médicos sin Fronteras y otras, como esta, estábamos articulados con las áreas locales de salud. Allí hay conflicto civil desde 2015, son dos grupos enfrentados que se van disputando el poder, también con cuestiones religiosas de por medio. Están peleando por los territorios y por quién antepone su mando en diferentes regiones. Yemen ya tenía un 80% de pobreza y la desnutrición infantil es un problema muy importante. Tras la guerra y el conflicto el país no puede comercializar, inclusive tiene su aeropuerto cerrado, sólo entran vuelos humanitarios. Antes tenían turismo, tenían muy buenas universidades. Entonces es gente que está formada, que es muy capaz pero que se ve muy limitada hoy en día.

Miembros de la coordinación del proyecto de MSF en Abs, Yemen, discuten en una reunión algunos casos de pacientes ingresados | Créditos: Pau Miranda/MSF

— ¿Y en Sudán del Sur?

En Sudán del Sur no había una estructura local debido a que el conflicto civil había generado el cierre de todos los centros de salud.

Sudán del Sur se independizó de Sudán en 2011 y hay diferentes tribus que están en conflicto. Hay desplazamientos de una población por la otra por lo que se armaron centros de protección a civiles, una especie de campos de refugiados pero para desplazados internos.  

Estas personas vivían dentro de un perímetro militarizado de Naciones Unidas. Teníamos un hospital dentro del área y otro en la ciudad.

Estos centros son muy precarios, de por sí Sudán del Sur no tiene rutas de pavimento por ejemplo. Antes de la guerra tenían más universidades y la gente podía estudiar, pero era muy incipiente esa posibilidad también. En los centros viven en casitas de chapa, con piso de tierra, tienen baños comunitarios y puntos comunes para sacar agua. En épocas de lluvias está todo inundado, con barro por encima de la rodilla. Sin embargo, van a trabajar y están de punta en blanco, con la camisa planchada y zapatos lustrados. Tienen una capacidad de resiliencia impresionante. La mayoría trabaja en los mismos centros, empleados por las ONG que están en la zona. Antes del conflicto había mucho comercio con Sudán, Etiopía o Kenia pero después se complejizó todo.

Mujeres y niños hacen fila en un punto de abastecimiento de agua en el campo de Protección de Civiles (PoC) de Malakal, en Sudán del Sur | Créditos: Igor Barbero/MSF

— ¿Y qué vas a hacer en Camerún?

Allá voy a trabajar como medical activity manager (gestora de actividad médica) y vamos a trabajar con tres hospitales, en conjunto con el Ministerio de Salud local. Hay una problemática de violencia entre la parte anglófona y la parte francófona del país. Esto lleva a muchos desplazados, gente que tuvo que abandonar sus hogares y se ven obligados a vivir en la selva con condiciones muy básicas. Por lo cual el acceso a salud es muy difícil. Sumado a que el sistema de salud pública no es gratuito en Camerún. Estaré allí seis meses. 

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Vivir en misión

Consultada acerca de su vida cotidiana durante las misiones, Evangelina cuenta que varía mucho dependiendo de cada proyecto. En Yemen convivía todo el personal en una casa a 15 minutos en auto del centro médico. Tenían normas de seguridad para disminuir los riesgos: no podían caminar solos, había una calle específica por la cual podían manejarse en grupo y siempre antes de las 5 de la tarde. A las 20 había toque de queda. En las casa contaban con una habitación individual para cada uno, espacios comunes como comedor y cocina. Trabajaban de 8 a 17 cinco días y medio a la semana. También había espacios de desconexión como una cancha de voley o un aro de básquet. Había buen internet, cosa que en México no. Como se trataba de clínicas móviles no contaban tampoco con teléfono. Cuando iban a las comunidades en el medio de la montaña dormían en carpa, o dentro del centro de atención primaria o en la comisaría o en la escuela. A veces se podían bañar con ducha, a veces con un jarrito. 

La médica relata que en Sudán del Sur vivían en contenedores divididos en dos, cada cual tenía su espacio individual y tenían una sala en común, duchas y baños químicos.

Evangelina aun no participó de proyectos durante emergencia, que por las características se desarrollan en condiciones más rudimentarias. 

— ¿Cómo es la relación con las otras personas del equipo? Ya que no sólo trabajan sino que también conviven.

Tuve la suerte de tener muy buenos equipos, generando buenas dinámicas y con gente de todo el mundo: conocí gente de Etiopía, Italia, España, Ruanda, Burundi, Colombia, República Centro Africana, Portugal, Francia, Yemen, Japón, Chile, etc. De por sí todos conocían a Messi y Maradona, en todos los países. Algo que les llamaba la atención es que tengamos un solo idioma porque en la mayoría de países hay muchas etnias entonces siempre hablan dos o tres lenguas (o hasta más de 20 en algunos sitios), si bien acá tenemos algunas originarias son habladas por grupos reducidos. En la última misión en Yemen éramos siete argentinos pero antes nunca había estado con argentinos. Entonces es una adaptación continua al país, a los colegas, las culturas… A veces se crean amistades, a veces sólo compañerismo, pero se viven situaciones muy intensas que generan vínculos fuertes, a pesar de que el tiempo no parezca tanto como para ello.

— ¿Y cómo compatibilizas el resto de tu vida con esta lógica de las misiones? 

Y.. es un recalcular constante, no me ha resultado muy fácil, tuve muchas luchas internas para decidir que esto es lo que elijo hoy como estilo de vidaPor ahora me manejo por contratos, que pueden ser de tres, seis, ocho meses… Después decido cuánto tiempo quiero descansar y luego me anoto a otra misión. 

Después de la última misión en Yemen me propuse descansar tres meses, porque fue bastante intensa. Antes estaba seis meses acá y seis en misión porque estaba en pareja, entonces tratábamos de compaginar para estar más tiempo juntos. Intentamos buscarle la vuelta, ver distintas opciones también porque a mí me llevó bastante tiempo sincerarme conmigo misma con que esto era lo que quería hacer. Fui a una misión y dije una más, y después dije bueno, la última, y me quedo tranquila, hago una especialidad y me establezco en Santa Fe. Pero me di cuenta de que haciendo esto me siento plena, y eso fue más fuerte. Así que decidí dedicarme de lleno a mi trabajo en MSF.

El primer mes cuando vuelvo de las misiones tengo que hacer una adaptación porque los cambios son muchos, de por sí pasas de estar alerta y disponible las 24 horas a la calma, y cuesta bastante. También es complicado venir de realidades tan duras y llegar acá, donde el resto de las personas siguen con sus vidas y preocupaciones cotidianas, necesito hacer un cambio de chip. Está bueno poder compartir las experiencias para que no seamos burbujas aisladas, todos estamos viviendo en el mismo mundo. Pero uno vive en la realidad en la que está, no siento que haya problemas menores que otros, no son comparables.

—  En estas situaciones distintas que has visto, todas tienen en común la desigualdad, la violencia, la pobreza, ¿ha cambiado tu forma de pensar estas problemáticas?

Lo que por ahí me hace más ruido es decir, pucha, a esta altura del mundo en donde estamos, el que haya tanta desigualdad y poblaciones que están con tantas necesidades básicas insatisfechas me da mucha impotencia. Al principio me chocaba mucho más, no es que ahora no me conmueva, sino que soy consciente de que esas realidades existen. Hay situaciones que sabés que esta persona en otro contexto se salvaría y acá no. 

Por ejemplo en Sudán del Sur los pacientes oncológicos no tienen tratamiento posible. Hay un sólo tomógrafo en todo el país, que llevaron los chinos. Esa inequidad no es fácil. Yo trato de aportar un granito de arena y hacer algo por esas personas. Hay momentos en que una se cuestiona si sirve, y hay otros más optimistas.

Evangelina durante la misión de Sudán del Sur | Créditos: Evangelina Lauxann
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El género

— ¿Cómo ves la realidad de las mujeres y los niños en estas situaciones?

Son poblaciones más vulneradas, o sea, son vulneradas dentro de los vulnerables. Pero creo que no podemos mirar con ojos occidentales a todas las poblaciones, son culturas distintas. Tienen costumbres y creencias muy diferentes. Quizás ante nuestra mirada hay cosas que nos cuestionamos como matrimonios arreglados o intercambios de tantas vacas por una mujer. O sea, si uno lo ve desde nuestro punto de vista tenemos muchas más libertades que en otros lados. 

— ¿Qué sucede con la violencia sexual?

Depende de los contextos, siempre hay. En Yemen por ejemplo, casi no se denuncia porque está mal visto, para la mujer es una vergüenza. Pensemos en una cultura en la cual las familias llevan a las mujeres a la consulta para verificar si son vírgenes o no para casarse. No lo hacemos, pero si sospechan que alguna tuvo relaciones sexuales antes del matrimonio puede ser motivo de cárcel, estigma o incluso muerte.

— ¿Qué fue lo que más te chocó de esa diferencia cultural? 

Más que nada la falta de recursos. Recuerdo el caso de una mujer embarazada que hizo un tromboembolismo pulmonar, es decir que tenía un coágulo en el pulmón y no teníamos heparina, que es una medicación totalmente accesible en este lado del mundo. Nosotros no teníamos más, pedimos a otras organizaciones, nos movilizamos todo lo que pudimos pero no conseguimos y ella murió. Esas cosas son muy duras, pensar que esta mujer en otras condiciones y en otro lugar hubiera tenido otras posibilidades. 

Y en Yemen, en cuanto a las emergencias obstétricas, si teníamos una indicación de urgencia para, por ejemplo, una cesárea la mujer sola no podía firmar, no podía decidir. Tenía que estar sí o sí el marido o el padre o el hermano, o sea, un hombre que firmase el consentimiento, si no no se podía realizar la práctica de la cual dependía muchas veces la vida de dos personas. 

— ¿Y encontraste puntos en común con estas culturas?

Sí, siempre hay puntos en común. Con las mujeres nos relacionábamos fuera del trabajo, en grupos de sólo mujeres. Nos recibían en su casa y ellas estaban sin el velo, con ropa común y muy producidas. Y era hacer cosas de chicas, charlar de cómo eran nuestras vidas aquí y allá, escuchar música, bailar. Había canciones que no conocíamos pero también podíamos escuchar algún reggaetón que sí. Compartir una merienda, divertirse, cosas cotidianas. 

Las mujeres con las que tuve contacto tienen mucho power, les gusta estudiar, y quieren mejorar su vida. No son sumisas, pero sí hay cuestiones que las limitan, no pueden decidir solas qué hacer, necesitan una validación de sus familias. 

En México somos más parecidos culturalmente. Y en Sudán del Sur o en Yemen por ejemplo la mujer tiene un rol de madre de familia, la mujer es más productiva cuantos más hijos tiene

— ¿Y cómo fue la relación con los hombres en esos países? ¿Se dejaban atender? 

Sí, no están tan acostumbrados pero el problema mayor es cuando se trata de una paciente mujer con un médico hombre. De por sí el contacto físico es muy distinto que en nuestra cultura, donde nos tocamos hasta para saludarnos. Pero la indicación allá es no tener contacto físico. Por eso nosotros tenemos capacitaciones culturales antes de viajar y cuando estamos allá. Tenemos que respetar esos pactos culturales para poder adaptarnos porque a veces hay cuestiones que nos parece que son naturales y allá son ofensivas, como puede ser un simple apretón de manos. 

Sí había algunos hombres que no nos miraban o que no nos querían dirigir la palabra. En esos casos llamábamos a algún colega hombre pero eran casos particulares. 

— ¿Sentiste el peso de algún estereotipo de género por haber elegido este camino? 

Tenemos muchos chips incorporados y, a veces, más allá de la opinión de los demás es una misma la que se presiona por seguir modelos. Los paradigmas están ahí sin que una se de cuenta, el estudiar una carrera, trabajar, casarse, tener hijos, el auto, el perro. Genera ruido que elija esto por sobre otras cosas que quizás serían más llevaderas, más fáciles. Traté de hacer otra cosa pero me tiraba más esto. 

Mi gente querida, mi familia, mis amigos tienen miedo a veces, piensan que me voy a sufrir o a inmolar. O me plantean que no necesito irme al medio de la nada para ayudar. Y es cierto, pero hay realidades que son más complejas, que necesitan mucho más. Y si una puede estar predispuesta a ir creo que es válido también.  

— ¿Cuáles son tus próximos objetivos?

Mi idea es continuar trabajando con Médicos Sin Fronteras, hacer carrera dentro de la organización. A mí lo que me gusta es estar en terreno, estar cerca del paciente. No tengo lugares particulares a los que quiera ir, en todos los lugares que fui aprendí un montón. Siempre hay un nuevo desafío y un aprendizaje. MSF tiene proyectos en más de 88 países. 

Aún no me tocó estar en un escenario de emergencia. De hecho iba a ir a Etiopía durante tres meses, se trata de misiones más cortas porque son muy intensas. Pero por problemas de seguridad se canceló, de hecho asesinaron a una expatriada que era la coordinadora del proyecto, el conductor y el asistente de la coordinadora que atacaron a disparos mientras iban en una camioneta. Yo en la organización siempre me sentí muy segura. Estas cosas no pasan generalmente, siempre se evalúan los riesgos y se asegura la mejor protección posible, pero igual es una posibilidad.

— ¿Qué es lo que más te gusta? ¿Y lo que menos? 

Lo que menos me gusta, quizás es la inequidad que tenemos en el mundo. Pensar que si esta persona hubiera nacido en otro lugar, en otro momento del mundo, tendría una vida totalmente distinta. Pero también a veces tengo miedo de en algún momento perder la sensibilidad, volverme demasiado dura. Hay que tener un equilibrio para poder seguir trabajando, hay cosas como la muerte de un niño que nunca te dejan de afectar. Pero las acepto como una posibilidad de la realidad. En ese momento, con esos recursos, no se puede hacer más de lo que se hace y hay que aceptarlo así, la muerte es parte del proceso también, no siempre un fracaso de tratamiento, que como médica quizás cuesta un poco más aceptarlo.

Lo que más me gusta es poder llegar a lugares donde la ayuda es tan necesaria. Eso se valora un montón y me da mucha satisfacción poder generar un cambio, ver la sonrisa de nenitos que antes estaban desnutridos y ahora no lo están

Le diría a otras mujeres que si les interesa este trabajo se animen. En la organización hay un amplio abanico de lugares que pueden ocupar, hay médicas, psicólogas, enfermeras, administradoras de finanzas, recursos humanos, ingenieras, comunicadoras, etc. Si tienen la chispita y curiosidad de hacerlo no se pierdan esa oportunidad porque es un mundo totalmente nuevo, son experiencias sumamente enriquecedoras, que tienen muchas gratificaciones y se necesitan muchos granitos de arena que aportar para hacer el mundo un poquito mejor.

Créditos: Médicos sin Fronteras