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Repliegue, evacuación o disparo: hablemos de fotoperiodismo hoy

En un contexto de creciente represión y violencia estatal, el fotoperiodismo se vuelve a enfrentar a viejas preguntas: ¿replegarse para protegerse, evacuar ante el peligro o seguir disparando para documentar la realidad? Charlamos con compañeras fotógrafas de la región, quienes, entre la precarización laboral y los riesgos físicos, hoy reflexionan sobre el costo de seguir registrando una realidad cada vez más compleja y peligrosa.
Titi Nicola
Autoría: Lu Callero

Repliegue, evacuación o disparo. A primera vista, parece que hablamos de una estrategia militar, de decisiones tácticas tomadas en un campo de batalla. Pero, ¿y si esas opciones también son las que enfrentan quienes, cámara en mano, se arriesgan cada día a documentar la realidad de un país donde la represión y la violencia estatal son cada vez más comunes?

El fotoperiodismo se convierte así en un terreno de decisiones urgentes, un campo de riesgo entre la necesidad de documentar y cuidarse. Hoy, en un contexto de creciente represión y violencia estatal, el dilema que enfrentan los y las fotoperiodistas se resume en tres posibles respuestas a una situación de alto peligro: repliegue, evacuación o disparo.

Pero no se trata solo de preguntas que vuelven en momentos convulsos; son pensamientos recurrentes en un contexto donde, muchas veces, la labor de documentar puede ser puesta en peligro por fuerzas que buscan silenciar, desinformar o borrar los rastros de la memoria.

Sobre esto, la fotógrafa y militante feminista Agustina Verano nos dice: "Pienso el fotoperiodismo como un rol fundamental en tiempos como éstos, donde lo que creíamos que no volvía más está amenazándonos”. Y continúa: “La represión brutal por parte del Estado hacia el pueblo implica volver a pensarnos como sujetos políticos y sociales. Reflexionar cómo, con quiénes, de qué manera salimos a la calle. Creo que es la única forma para que no nos gane el miedo y la desesperanza".

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¿Qué pasó con Grillo?

Pablo Grillo tiene 35 años, el 12 de marzo pasado decidió acercarse a la Plaza del Congreso en la ciudad de Buenos Aires para capturar las imágenes de una protesta de jubilados y jubiladas. Como tantos otros fotógrafos y fotógrafas, su trabajo era ser testigo de lo que sucedía en las calles, de lo que se reclamaba, de lo que ocurría en un país que, una vez más, se encontraba sumido en la protesta social. Sin embargo, aquella tarde, mientras intentaba tomar una foto de los disturbios, Grillo no sabía que se encontraba a punto de convertirse en parte de la historia que documentaba.

Un proyectil lacrimógeno lanzado por un gendarme le dio de lleno en la frente, dejándolo gravemente herido, entre la vida y la muerte. La imagen de su caída, inmóvil sobre el pavimento, se convirtió en un reflejo brutal de la violencia del aparato estatal contra quienes, cámara en mano, intentan dar cuenta de la realidad. Y, como en un giro de realidad, la verdad volvió a ser contada por quienes intentaban documentar la escena.

En este contexto, la profesión del fotoperiodista se enfrenta a un dilema: ¿seguir adelante y exponer la vulnerabilidad de un pueblo o, ante el riesgo, replegarse y protegerse?

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Ser un objetivo

"Las trabajadoras y los trabajadores de prensa estamos reviviendo la represión que denunciábamos entre 2015 y 2019, durante el gobierno de Macri." Así lo expresa Carolina Niklison fotógrafa e integrante de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA), quien agrega: "El protocolo de Bullrich genera las condiciones necesarias para que la violencia policial se despliegue impunemente. Además, es inconstitucional. Tiene la clara intención de reprimir la protesta social y cercenar nuestra labor. ¿Qué es lo que no quieren que mostremos?"

Sobre esto, la reportera gráfica Juliana Faggi de Paraná, reflexiona: “La represión estatal tiene como objetivo amedrentar a la población para que no salga a la calle a reclamar por sus derechos, y eso afecta directamente a les trabajadores de prensa que se encuentran en el territorio registrando los hechos. Lo que se genera es miedo: si quienes documentan no están presentes, no se sabe qué pasó, y eso da vía libre para que la violencia quede impune. Sin registro, no hay testigos”. Sin embargo, Faggi también destaca la otra cara de la situación: “Pero también creo que estos hechos de violencia generan organización y resistencia para enfrentarlos.”

Replegarse, en el terreno del fotoperiodismo, significa buscar una zona de menor riesgo y protegerse, en un acto instintivo. Sin embargo, elegir disparar esas imágenes, puede que sea la única evidencia tangible de lo que ocurre en momentos de represión. Las mismas cámaras que capturan la lucha de un pueblo, también documentan la respuesta brutal de las fuerzas de seguridad.

Vídeo: Intervención de Fotografes Feministas en el camarazo por Pablo Grillo y en defensa de los jubilado por Clara Sosa Faccioli / @clarasosafaccioli

La precarización laboral: un riesgo constante de la profesión

Más allá de los riesgos inherentes a la represión, los y las fotoperiodistas viven y conviven en una batalla histórica: la precarización laboral. Trabajar sin los recursos adecuados, sin el respaldo de instituciones que garanticen su seguridad como ciudadanos/as y trabajadores/as, y sin la protección jurídica que les permita ejercer su trabajo sin temores.

El trabajo de campo es, de hecho, uno de los aspectos más vulnerables del periodismo, y más aún cuando las fuerzas de seguridad se ven involucradas en el uso de la violencia contra quienes se atreven a mirar de cerca.

En este escenario, el fotoperiodismo y sus trabajadores y trabajadoras se encuentran en una encrucijada de la que no siempre pueden salir indemnes. Mientras que el deber de informar se convierte en una necesidad urgente, la supervivencia y el bienestar físico-emocional quedan muchas veces en un segundo plano.

Niklison señala: "Es importante que sigamos organizándonos colectivamente, siguiendo el protocolo de seguridad que proponemos desde la ARGRA y tejiendo redes federales para las denuncias. También llevar adelante acciones como el camarazo que llevamos adelante en Santa Fe con fotógrafes feministas y que fue replicado en todo el país." Además, recuerda: "Como fotógrafa me gusta hacer memoria y recordar que el primer camarazo organizado por colegas fue en diciembre del 1982, durante la última dictadura militar".

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La organización colectiva como respuesta

En medio de todo esto, las redes de apoyo son una necesidad. La lucha no se puede librar en soledad. Es por ello que la organización de los y las fotoperiodistas, como se ha visto en el caso de les Fotógrafes Feministas en Santa Fe, es vital para seguir adelante en un contexto de creciente violencia y represión. Permite no solo protegerse, sino también generar una narrativa que refleje las luchas y la historia en primera persona, sin depender de los medios tradicionales.

Camarazo de Fotografes Feministas en Santa Fe - Autoría: Raúl Rivera

Sobre su activismo en Fotografes Feministas, Agustina nos dice: “Cuando nos empezamos a organizar en 2018 fue  para visibilizarnos, ver quiénes éramos esas que en todas las marchas nos encontrábamos y generábamos esa narrativa. Cuando nadie mostraba las marchas, las actividades de Ni Una Menos o los movimientos feministas, nosotras estábamos todas ahí, registrando. Pero todo quedaba en nuestras cuentas personales. Y lo que estábamos viviendo esos años de lucha efervescente era nuestra revolución, había que mostrarla”. Y así surgió la organización: "conociéndonos y pensándonos".

Estas redes no solo permiten que los y las fotoperiodistas continúen ejerciendo su oficio con un respaldo emocional y profesional, sino que también son fundamentales para enfrentar la violencia estructural. Lo colectivo se convierte, en este contexto, no solo en un espacio de resistencia, sino también en una vida posible.

Sobre la situación en Entre Ríos, Faggi nos cuenta: “Hasta el año pasado formaba parte de ARGRA y sigo participando en el grupo de género. Las compañeras de todo el país están en contacto permanente, difundiendo, compartiendo información y generando encuentros. En Paraná, eso aún no existe; no hay una organización colectiva de fotoperiodismo de mujeres y disidencias, ni de ningún otro tipo”. A esto agrega: “A raíz de lo sucedido al compañero Pablo Grillo, nos reunimos en un camarazo, donde pudimos debatir sobre el tema, pero el proceso todavía está en una etapa incipiente”.

Sostener la memoria

En un país que no olvida a José Luis Cabezas, lo que le pasó a Pablo Grillo no es simplemente un hecho aislado, sino más bien un terreno de emergencia. En palabras de Rebecca Solnit, es “una separación de lo familiar, una aparición repentina en una atmósfera nueva, donde normalmente tenemos que demostrar de qué estamos hechos”. Como toda construcción, esta urgencia no se reduce solo a los disparos, sino que implica mantener viva la memoria, la responsabilidad de hacer visible lo que está sucediendo y lo que aún puede suceder.