Escrito de emergencia: un textito sobre travestidad, militancia, cuarentena y solidaridad.
Iba a ser mi semana relajada, los primeros días de marzo ya habían pasado y de las fechas fuertes quedaban solo el 18 (Día de la promoción de los derechos de las Personas Trans) y el 24 (Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia).
El 16 iba a empezar a cursar una carrera nueva, así que quería hacerme un tiempo para mí y disfrutar esa sensación entre ansiedad y nosequémierda de los primeros días en un nuevo ámbito.
Ya había avisado en mis espacios militantes que me iba a distanciar un tiempo para proyectarme de lleno en el instituto. Quería concentrar todo ahí, porque las primeras impresiones son las que cuentan… pero los chetos tenían otros planes.
Como si no alcanzara con, en lo que va de 2020, matar a golpes a un pibe, tirar chanchos de helicópteros y pagar cuentas estratosféricas por ensaladas, también se les dio por hacer turismo de riesgo y convertirse en potenciales armas biológicas, trastornándonos la vida al resto de idiotas que ahora les pagamos los vuelos de Aerolíneas que los traen de vuelta para que transmitan en vivo cómo hacen crossfit, comen lechuga, patean papel higiénico y se quejan del bono de 3000 pesos a los programas sociales.
Y así, entre chetos pidiendo auxilio, transmisiones innecesarias en Instagram y virus extranjeros, empezamos a transitar la emergencia sanitaria.
Las pibas me llaman y me comentan sus situaciones, situaciones de emergencia disparadas por el aislamiento social, y el posterior Aislamiento Social Obligatorio. Y entonces cualquier chance de tomarse unos días se convirtió, otra vez, en un proyecto solamente digno de personas en situaciones de privilegio, privilegios como no preocuparse por nadie más.
Ahí nomas hacer listas, juntar datos, recabar la información que se pueda, armar las redes. Militar desde el celular y el excel. Nosotras acá, otras en Rosario, otras en Tucumán, otras en CABA, y así en todo el país.
La realidad es esta: van a estar paradas lo que duren las medidas decretadas por el ejecutivo nacional. Y esto no hace diferencia, van a parar todas: las que son prostitutas de calle y las que atienden en casa y departamentos.
Y hay que decirlo con todas las letras: puta que para es puta que se caga de hambre. Y sí, el 90% de nuestra población vive de la esquina, de la calle y de su cuerpo. Y no, mal que nos pese el 90% de un grupo social no elije una situación de peligrosidad constante a menos de que exista una serie de condiciones estructurales que le empuje, pero no solamente a nosotras, sino también una buena cantidad de mujeres cis.
Y otra vez NO, no es que repentinamente todas las travestis tengamos una noción superior de nuestra responsabilidad civil sobre la cuarentena, es que de tanto andar algunas cosas ya las tenemos claras; somos travestis, pobres y de barrios populares, somos el sumun de todo lo cagable a palos por la yuta. Porque si de la necesidad dependiera, las esquinas estarían igual de copadas que siempre, pero el miedo de agarrarnos un yutavirus y terminar tiradas con un tiro en la frente en algún descampado nos recluye, aunque también nos mata, no de tiros del Estado, sino de hambre.
¿Y qué hacen mientras tanto los Estados con esta realidad? ¿Cuáles son los mecanismos específicos que van a desplegar en el tiempo? ¿Con qué y con cuánto va a ser suficiente? Algo sí es real y perceptible: hay un Estado Nacional que evolucionó, en sus tiempos y sus formas, pero, aunque el despliegue de medidas de asistencia estatal es grande, aún hay personas que no son alcanzadas plenamente. Por eso es urgente e indispensable la respuesta que podamos dar desde lo comunitario, desde lo territorial y desde lo humano. Los DNU sobre alquileres no alcanzan a quienes no tienen un contrato legal de por medio o viven en una pensión o en un hotel tomado; ni los de las medidas económicas alcanzan a quienes son migrantes indocumentadas y no poseen categorías de monotributo que les de entidad legal, o a las personas que subsisten con una pensión irrisoria de 4000 y algo de pesos otorgada por la caja de pensiones de la provincia.
A contraluz del estado militarista en el que se basan nuestras estructuras gubernamentales, las travestis sólo conocemos un mecanismo de subsistencia: la solidaridad. Acá la lógica del ‘sálvese quien pueda’ no sirve, acá nos salvamos todas o no se salva nadie. Esa es la ética de la puta que decía Lohana Berkins. “Yo no necesito nena por ahora, mejor que vaya otra en mi lugar”, me dice alguna que otra trava, y a mí se me estruja el corazón.
Y entiendo perfectamente que semejante nivel de reflexión no les llegue a todos los soretes que desabastecen supermercados, y a la gente cis en general.
A nosotras tampoco nos llegó como conocimiento iluminado de la divina gracia, no. Llegó en el medio de la persecución sistemática que nos diezmó casi hasta el exterminio y que nos hermanó con las mujeres cis prostitutas que son igualmente perseguidas por un mismo régimen moral y heterosexual que las criminaliza, al igual que a nosotras, por recurrir a las mismas vías de supervivencia a las que nos empujan.
Lo aprendimos con la persecución en la dictadura, con la crisis del Sida, con las razzias de los ‘80, con la Brigada de Moralidad que nos encarcelaba en los ‘90, con los códigos contravencionales en los 2000, con la Ley de Identidad de Género en 2012, y con cuatro años de protocolo de detención para personas LGBTI durante el macrismo.
Subir al transporte público, circular por la calle a cualquier hora o simplemente ir al super, para nosotras fue un riesgo mortal mucho tiempo antes que las pandemias apocalípticas. Pasa que de repente, ahora que el riesgo no sólo lo es para un subgrupo social particular que a nadie le interesa (léase negros, mujeres, personas LGBT, pobres), todes cobramos una conciencia excepcional de lo inhabitable que se torna el mundo. Ahora, que les que están en peligro también son les heterosexuales, les cis, les blanques y todas las clases sociales.
Para nosotras el aislamiento social es, y ojalá algún día deje de ser, la única lógica de supervivencia y nuestro coronavirus siempre fue la hetero-cis-norma, la pobreza y la marginación; y el apartheid social nunca fue un elección concienzuda, fue la única forma de interacción visible que esgrimieron históricamente hacia nuestra comunidad.
Lo que ustedes están aprendiendo de una pandemia, nosotras lo llevamos tatuado en la memoria: SOBREVIVIR HERMANADAS SIEMPRE FUE NUESTRA ÚNICA OPCIÓN.
Dejar de ser cómplice
Y aún en el medio de todo este quilombo tenemos que organizarnos para comer, para abastecernos de lo mínimo e indispensable, para poder acceder a una mínima proporción de lo que todos los hijos de cheto se llevan de los supermercados en sus camionetas y autos.
Y si les interesa hacer algo más que quejarse de otra gente cis diciendo que ‘la cuarentena es una cuestión de clase’ y escribir reflexiones grandilocuentes en redes sobre realidades que no les atraviesan, tengan muy presentes que hoy las putas, les empobrecides, les marginades, las travas, les trans les necesitamos a ustedes; y por primera vez su situación de privilegio puede ayudar a quienes más lo requieren.
Si llegaste hasta acá y no sabés de ninguna travesti o persona trans cerca tuyo a quien ayudar podés contactarte a las redes de Textiles La Coty , y preguntar cómo colaborar.
Que toda esta mierda nos haga mejores.
Escribe. Se especializa en la temática trans-travesti y las notas viscerales.