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¿No queremos ver lo que pasa en Qatar?

El 20 de noviembre comenzó el espectáculo futbolístico mas grande del mundo, en un país ultraconservador que penaliza la homosexualidad con la muerte y castiga con latigazos y lapidaciones a las mujeres. ¿Estamos eligiendo que el árbol tape el bosque?
Victoria Stéfano
Autora: Gise Curioni

"Queremos saber dónde están nuestros hijos. Vivos o muertos. Son nuestra última esperanza. Por favor. ¡Ayúdennos! ¡Ayúdennos, por favor!" le imploraba una de las Madres de Plaza de Mayo a un periodista holandés que visitaba el país en el marco del Campeonato Mundial de Fútbol de 1978, celebrado durante la última dictadura cívico-eclesiástico-militar en nuestro país. Mientras, miles de personas se encontraban desaparecidas y 400 bebés eran apropiados ilegalmente por el aparato represor.

Lejos de ser la única o la primera vez que los eventos deportivos internacionales se mezclan con un clima político tenso y conviven con el fantasma del deterioro de los Derechos Humanos, desde los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, hasta la Copa América en 2021 en el Brasil de Bolsonaro, la agenda del mundo del deporte internacional ha sido un escenario de disputa para los regímenes políticos, y un canal a los oídos del mundo para sembrar sus horizontes ideológicos y ganar o perder legitimidad frente a otras potencias.

Hoy, la edición 2022 del Mundial se ve envuelta en una polémica respecto a la elección como sede de un país árabe muy rico, regido por un orden ultraconservador, bajo el cual derechos como la libertad de expresión se ven sometidos a un marco ideológico totalitarista. ¿Qué dicen las autoridades de la máxima entidad futbolística del planeta frente a esta realidad? ¿Cuál es la postura de los países participantes? ¿Qué hace el mundo frente a esto? Hasta ahora todo indica que el evento se desarrolla con total complicidad.

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Qatar viola los derechos humanos, pero de todes

La organización Human Rights Watch remarca en un documento publicado como guía para los periodistas que viajan a cubrir el evento deportivo que la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) concedió a Qatar la organización del Mundial “sin la debida diligencia en materia de derechos humanos y sin establecer condiciones sobre la protección de los trabajadores migrantes que serían necesarios para construir la enorme infraestructura”.

Pero lejos de limitarse a solamente ignorar la cuestión de los 6500 trabajadores provenientes de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka fallecidos en condiciones de extrema precarización desde que el país fue elegido como sede y hasta 2021, la FIFA tampoco “examinó las preocupaciones sobre los derechos humanos de los periodistas, ni la discriminación sistémica a la que se enfrentan las mujeres, el colectivo LGBT y otras personas en Qatar”.

A pesar de que, según declaran en el mismo documento, la FIFA adoptó una política de Derechos Humanos en 2017, comprometiéndose a tomar “medidas para promover la protección de los derechos humanos”, incluso utilizando “su influencia con las autoridades pertinentes”. Llegados al momento de implementarlo, la realidad es que las condiciones de vida de las mujeres, personas de la comunidad LGBTIQ+, periodistas y trabajadores migrantes no se modificó en nada en el país árabe, sino que fueron latentemente convalidadas, no solo por el organismo sino por las naciones participantes.

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Las mujeres y las disidencias

En el caso de las mujeres, de acuerdo a la legislación qatarí, el sistema de tutelas rige todas las decisiones de su vida económica, civil y profesional. Pueden casarse, viajar, estudiar y obtener ciertas atenciones a la salud sexual y reproductiva, solo bajo el permiso del tutor.

En el caso de estar solteras, ese tutor es en general alguien de la propia familia. Y cuando se casan, el tutor pasa a ser el marido. Es necesario obviar en este punto que el matrimonio entre personas del mismo sexo claramente está prohibido en la nación árabe.

Y aunque progresivamente las qataríes han comenzado a manifestarse abiertamente sobre sus derechos en ciertos entornos, la libertad de expresión también está recortada a la altura del régimen político. De hecho las leyes vigentes en el país limitan tanto la expresión como la asociación, por lo que no existen agrupaciones por los derechos de las mujeres, aunque sí existen colectivos por el respeto de la “identidad cultural” de Qatar, que incluye la prohibición de la homosexualidad.

 

En el país regido por la sharía, para las personas LGBTIQ+ la regulación es taxativa. La homosexualidad esta penalizada en el país, y puede ser castigada con condenas que van desde un año de cárcel hasta la pena de muerte. De hecho, Human Right Watch señala particularmente las condiciones de detención de las personas LGBTIQ+, apuntando en particular a las mujeres trans como víctimas predilectas de violencia institucional por parte de las fuerzas de seguridad qataríes. Lo que es sin dudas coherente con las declaraciones del embajador de la competencia Khalid Salman a la televisión alemana, referenciando que la homosexualidad, y por extensión toda la diversidad sexual, es ‘haram’ (prohibido) a los ojos de la religión musulmana y, en sus propios términos, un “daño mental”.

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Poner el ojo

En Berlín en el 36 no pasó lo mismo que en Buenos Aires en el 78. Mientras los competidores negros que Estados Unidos llevó a medirse por el oro en Alemania humillaron al régimen nazi y sus ideas sobre superioridad racial, el gobierno de Adolf Hitler aprovechó perfectamente a la prensa internacional convocada por las Olimpíadas para resaltar los aspectos desarrollistas de su modelo económico, en contraposición a los abominables crímenes contra la humanidad cometidos contra el pueblo judío en los campos de concentración.

Muchos años pasaron desde entonces hasta que las potencias decidieran que interrumpir el genocidio llevado a cabo por el Tercer Reich era una acción necesaria, y solamente fue cuando se pusieron en cuestión intereses geopolíticos.

En el caso argentino, las Madres lograron captar cierta atención internacional sobre los sucesos que impregnaron los capítulos más terribles de la historia reciente del país. Al jueves siguiente de la primera violación al cerco mediático de la Dictadura, corresponsales de todos los puntos del viejo continente transmitían a color la ronda de "las locas de la Plaza", contando que eran miles los desaparecidos, que eran muchísimos los hogares que no tenían Mundial, ni alegría, sólo el desgarro de une familiar del que nada sabían.

El eco de esas transmisiones llegó a mujeres agrupadas contra el nazismo en otro punto del mundo, que organizaron una colecta y le hicieron llegar los fondos a las Madres, que con el dinero recaudado compraron su primera sede. Y el resto es historia. Una historia a la que siempre tenemos que volver.

En Argentina, el torneo mundialista fue un antes y después en términos del respeto por los derechos humanos. ¿Lo será también en Qatar? Depende de dónde pongamos el ojo.