Días atrás en Paraná, Julián Christe, hijo de una ex jueza, fue condenado a perpetua por el femicidio de su novia Julieta Riera. Esto significó un quiebre en el pacto entre las familias de poder y la justicia entrerriana. Cristina Schwab y Juliana Faggi, militantes feministas de la vecina ciudad, cubrieron el caso para Periódicas.
El 15 de abril Jorge Julián Christe, hijo de Christe, hijo de la ex jueza en lo Civil y Comercial de Paraná, Ana María Stagnaro, fue condenado a prisión perpetua luego de que se lo encontrara culpable del femicidio de su novia Julieta Riera, asesinada el 30 de abril del año pasado.
Cuando el futuro llegue y sea como lo soñemos, nos contaremos las historias de los juicios a femicidas que vimos como películas, como novelas, pero de la vida real, y diremos: “estas fueron nuestras batallas y por nuestras muertas, dimos todas estas vidas de lucha”. Y les diremos también, a les que vienen y vengan después, lo que me dijo una amiga el día después del veredicto: “Cuando éramos chicas, 'los hijos de' siempre siempre salían impunes. ¿Y saben qué? Ese tiempo terminó”.
Cuando yo era chica vi por primera vez un juicio en la tele, como si fuera una novela, o una película pero de la vida real. Es más, después hicieron una película sobre ese caso: fue el “caso María Soledad”. El primer nombre propio que recuerdo de una piba muerta, asesinada. Junto con su nombre, dos frases marcaron para mí los 90: “los hijos del poder” y las “marchas del Silencio”.
Cuando nos enteramos de que Julieta estaba muerta, en plena pandemia y siendo novia del hijo de una ex jueza, también pensé en María Soledad. Y volví a pensar en ella, y en sus amigas y en las enormes marchas de silencio que se negaron a la impunidad. Acá también fueron las amigas, y la familia de Juli, y también y no es menor, un colectivo heterogéneo, variable, inabarcable en su diversidad, de feministas de trayectorias muy distintas, mirando, hablando, poniendo todo en cuestión, y así, negándole al poder lo que el poder exige (sobre todo en ciudades como las nuestras): silencio, complicidad y culpar a las víctimas de su propia suerte.
“Me enteré, me mandaron que había ocurrido un incidente con la novia de Julián. Así que automáticamente pensé: esto iba a pasar. Porque Julieta, el par de veces que nos vimos, tomaba mucho alcohol y consumía sustancias y perdía el equilibrio. Primero pensé que se cayó. Siempre tuve ese temor”. Heinrich, testigo (por propia voluntad) de la defensa.
Cuando escuché al amigo de Julián, Heinrich, contar que Julieta se caía seguido, que perdía los anteojos, que era así, torpe, y por eso no lo sorprendía lo que había pasado, además de dolor de panza sentí que la fratría, el pacto patriarcal de la que habla Rita Segato estaba puesta en acto ahí, en los Tribunales de mi ciudad (compañeras que estuvieron ahí, poniendo el cuerpo, contarían después que pasó burlándose de ellas). Me pregunto cuántos amigos de Julián, que conocen su historia, lo seguirán bancando, y riéndose de “las feminazis”. Porque para los abogados de Christe, y la mamá jueza, el feminismo local fue “el enemigo”.
“En ese momento vino mi hijo, se abrazó a mí llorando y pensé que algo había pasado. Le pregunté por Julieta y me dijo que se cayó. (...) Me dijo: 'Juli se cayó, la boluda se cayó'. Perdón por el término pero esto fue así. Intenté llamar al 911 porque él no tenía celular. Atiné a llamarlo a Uzín Olleros que es vecino, conocido, amigo de la familia”. Stagnaro, madre del acusado.
Cuando la defensa de Christe nos eligió a nosotres como interlocutores, confirmé: nos odian porque los exponemos. Así, fuimos los “cráneos malignos” que quisimos arruinarle la vida a “ese chico”: un hombre de 30 años, infantilizado por su defensa legal y “victimizado” por las feministas que lo acosan y mienten. Un “chico” que por “una pirueta del destino”, es víctima de mentiras por lo que le pasó a “esa mujer”. Al final, somos siempre responsables, o más responsables, que los hombres que nos violentan: ellos son así, brutos, o tontos, o no se dan cuenta, o necesitan que les expliquemos, que les tengamos paciencia, porque se sabe, las mujeres somos más maduras, y más responsables, y más todo.
“Acá, este chico no tiene ningún antecedente. Nunca fue convocado a Tribunales por ninguna denuncia. (...) Los femicidios ocurren cuando la mujer se quiere separar, ellos iban juntos a todos lados, entonces, ¿cuál sería el móvil?”. Uzín Olleros, defensor de Christe.
Cuando dijeron que Juli no denunció, y que por lo tanto la violencia no era tal, supe, supimos, que mentían a sabiendas. Porque no hay denuncia, claro. En la justicia, por lo menos. Pero sí hubo pedidos de ayuda: es la jueza que fingió demencia y recomendó películas en su declaración, la que sí sabía que Juli tenía miedo, y lo sabía porque se lo dijo, a ella: aunque elija olvidarlo, los mensajes están ahí, en su celular. Ella sabía. Ella, que tiene “hijas rebeldes” pero que nunca vio nada de su hijo, que es “amoroso”.
“El acusado es culpable de “homicidio agravado por el vínculo, por alevosía y por haberse dado en un contexto de violencia de género”.
Cuando escuché el veredicto, me impactó una certeza: esos alegatos, encendidos y agraviantes hacia Julieta, no calaron en el jurado. 12 personas de esta ciudad no resonaron con la versión del accidente y del “amor incapaz de dañar”, del “pibe bien”, que presentaron, y decidieron declararlo culpable, por unanimidad. Una esperanza pequeña, pequeñita, se me enciende: la disputa por la construcción del sentido común que estuvimos y estamos haciendo, gana terrenos. Aún los reticentes y ásperos, aún donde no lo esperábamos: este triunfo es nuestro, compañeres. Aunque Juli no esté para verlo, aunque María Soledad tampoco. Aunque nos falten tantas.
Autora de la nota: Cristina Schwab, comunicadora feminista Autora de las fotos: Juliana Faggi, fotoperiodista y fotógrafa documental