Es una constante. Que asuman, que no pregunten, que sobreentiendan, que reine el desconocimiento y el silencio. Deseamos y somos deseados. Es hora de terminar con el misterio. Se los voy a contar yo: así cogemos les trans.
Esa noche estábamos en el sur de Rosario, en su departamento. Habíamos tomado varias latas de cerveza y él ya había dejado muy en claro que yo le gustaba.
Ya habíamos cumplido con el protocolo de los besos y me invitó a que vayamos a la habitación. "Dios, no sé qué va a pasar ahora, pero por favor ayudame", pensé. Así fue la primera vez que estuve con un pibe trans.
Siendo una travesti que toda la vida se vinculó exclusivamente con varones cis y a la que jamás se le había pasado por la cabeza que un pibe trans le gustara, o que le podía gustar a uno, había un montón de preguntas que jamás me había hecho y que jamás había hecho tampoco.
Y ahí estaba, a punto de entrar en una habitación con un chico trans. ¿Con qué me iba a encontrar? ¿Cómo íbamos a coger? ¿Podría satisfacerlo sexualmente? ¿Y él a mí?
Con los varones cis era y es fácil. Facilísimo. Todos con la misma dinámica aburrida y repetitiva por los siglos de los siglos. Algún beso con suerte, pesadazos con que les practique sexo oral y ahogarme u tras formas de tortura parecidas, con suerte quizás se motivan muchísimo y me chupan una teta, y después el clásico: la penetración anal. Mete saca, mete saca, tiron de pelo. Fin. A casa corazón.
La configuración sexual más típica, común, ordinaria y constante en mi mundo. Y en el de muchas mujeres trans y travestis. ¿Algo iba a cambiar con el pibe que era como yo?
Bueno sí. Cambiaron cosas. Y todo empezó cuando hizo algo que nadie mas había hecho antes: "¿qué te gustaría que haga?", me preguntó. Realmente no supe qué contestar.
Jamás había pensado en esa posibilidad, en la de que alguien me pregunte qué quería yo, y claramente no tenía una respuesta. Todo mi universo sexual estaba amoldado al lugar al que me reducían otros: parejas sexuales ocasionales, novios, amantes. Yo era lo que ellos se querían coger, como ellos me querían coger.
"¿Te gusta que haga esto?", me dijo mientras me metía los dedos en el orto, mojados con su saliva y un lubricante especial para penetración anal, mientras yo estaba boca arriba con las piernas abiertas y levantadas despues de que me hiciera un solo de orto increíble para mí.
No podía describir la sensación. Era superador a todo. Nunca me habían estimulado la próstata de esa manera. Era el punto exacto, la presión suficiente. Un dedo, cinco centímetros adentro, buena lubricación y un movimiento hacia arriba, como quien hace la seña de "vení".
"¿Podés seguir?", le pregunté, temblando. Nunca había pedido nada durante una situación sexual. Siguió un buen rato mas, mientras yo me retorcía sobre mi misma, y él intercalaba sus dedos con un poco de pasarme la lengua.
Finalmente se acostó al lado mío, me dijo que iba a apagar las luces y dejar solo la del baño porque se sentía vulnerable. Y así lo hicimos.
Después se desprendió el cierre del pantalón y sacó su pene. Sí, el chico trans tenía pene. Yo no lo entendía, pero todo de mí sabía qué hacer frente a esa situación.
Le pregunté si le servía que se lo chupe y dijo que sí. Me di cuenta que no era como todos los penes que yo conocía, así que rápidamente encontré la dinámica para darle placer. Después solo me subí arriba y acabó.
"¿Vos cuándo acabás?", me preguntó mientras yo me tapaba mi propio pene con la mano. "Yo no acabo", le dije. Y empezó una conversación larga acerca de cómo se coge con varones cis.
Llegué a casa con los primeros rayos de luz del amanecer, pero no me dormí hasta las 9 de la mañana. Necesitaba entender qué era ese pene. Y lo descubrí en google. Se llama packer. Es literalmente una prótesis peneana con diferentes utilidades: puede ser bulto, puede servir para orinar y, con una artilugio llamado "vértebra", sirve para penetrar y en simultáneo estimular el clítoris hiperatrofiado por el efecto de la testosterona, y tiene un diseño particularmente pensado para eso.
Los hay de distintos tipos y con distintas formas de colocarse. Los más comunes cuentan con un arnés para quedarse en su lugar y tienen detalles sumamente realistas que los asimilan lo más posible al resto de los penes.
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Cabe decir que no me animé a preguntarle porque tenía miedo de preguntar mal y hacerlo sentir mal por eso. Pero la información me sirvió.
Seguimos viéndonos varios meses. Progresivamente empezó a estimular también mi pene mientras teníamos sexo. Me tocaba y a veces me practicaba sexo oral. Otras veces me tocaba yo mientras él me chupaba el orto o me penetraba. Hasta que un día pasó y acabé mientras estabamos juntos. Nunca había hecho eso con nadie. Jamás. Fue la primera vez que entendí por qué todo. Por qué la gente coge.
Después de un tiempo dejamos de vincularnos y conocí a otro chico. Él no usaba un packer, así que las penetraciones eran la mayoría de las veces con los dedos, alguna que otra vez un dildo. Pero había una cuestión específica: él no quería exponer su genitalidad en ninguna instancia.
Lo entendí y lo abracé, pues yo escondí mi pene durante años. Así que sé cómo es la gente con nuestros cuerpos y cómo las heridas que nos hacen se quedan durante mucho tiempo abiertas.
Él llevó la posibilidad de preguntarnos y contarnos cosas íntimas más allá de todo. Literalmente nos contábamos todo. No solamente era sexual. Era intenso y era íntimo. Eso hizo que progresivamente empecemos a confiar en el otro y finalmente sucedió, nos la pasábamos desnudos, tocándonos, rozándonos y así llegábamos, ambos.
Él me explicó que su pitoris, era muy sensible. La sobreestimulación le producía algo muy parecido a la sensación de una descarga eléctrica. Entonces cualquier acercamiento tenía que ser progresivo y con muchísima suavidad.
De a poco aprendí a tocarlo sin sobreestimularlo y eventualmente me animé a preguntarle si podía practicarle sexo oral. Me dijo que sí y fuimos charlando durante todo el proceso. Así aprendí a hacersela pasar tan bien como la pasaba yo, creo.
Después compramos el packer. Lo hicimos juntos. Fue un proceso muy significativo. Hacíamos bromas al respecto, como que yo era la dueña de su pito. Cuando lo estrenamos entendimos que había cuestiones a considerar que yo antes no conocía.
Como les decía antes, para el uso del packer se necesita un arnés que lo mantenga en su lugar, logrando una sincronía precisa: la vértebra tiene que encajar con el pitoris para estimularlo y el packer debe mantenerse al mismo tiempo lo suficientemente firme como para lograr una penetración. Pero toda esa parafernalia no es fácil de sostener.
De repente nos vimos teniendo sesiones sexuales con momentos de costura. Parábamos para hacerle una pinza al arnés allá o acá para que pudieran sostenerse el packer y la vértebra en sus respectivos lugares durante el sexo. Fue un aprendizaje increíble, sostenido en compartir la vulnerabilidad y crear espacios de mucha ternura.
Nuestras prácticas variaban día a día y con las ganas, a veces era solo sexo oral, o solo penetración o solo tocarnos o todo junto. Por desgracia no pudimos seguir juntos, pero lo que compartimos y aprendimos lo recordamos los dos con muchísimo amor.
Toda esa experiencia me hizo ver que había un universo nuevo para mí, mi cuerpo, mi deseo. Y eso trajo otros escenarios.
Con una nueva relación, llegó una nueva dinámica sexual. Ahora sin packer de por medio, nuestra forma de vincularnos sexualmente redundaba en una práctica totalmente nueva para mí: la penetración.
Un día cualquiera él se subió encima mío y sucedió. Ahí empezamos a tener conversaciones que no había tenido hasta entonces. Anticoncepción, cuestiones reproductivas, un mundo en el que, las personas trans en general, contamos con escasa y poco confiable información.
Obviamente que nos cuidábamos, pero había muchas preguntas. De hecho se nos rompió un preservativo y mucho no sabíamos qué hacer en esa situación, cómo iba a impactar un anticonceptivo de emergencia en la terapia de reemplazo hormonal (TRH) de él, qué pasaba si eso provocaba que vuelvan ciertos ciclos que ya no eran deseables como la menstruación. Preguntas, muchas preguntas. Baches. Y una duda constante ¿podíamos ser padres por accidente?
Bueno, no las pudimos responder. Mientras tanto seguíamos cogiendo. Yo empezaba a pensar en una vasectomía y en mis posibilidades reproductivas. ¿Mi esperma aún servía para hacer bebés después de más de 10 años de TRH? Y si servía aún ¿cómo podría preservarlo y hacerme la vasectomía? ¿Existía una vía? Nunca pudimos responder nada de eso. Nadie tiene respuestas.
Pero volviendo al punto. Mi experiencia, la de los pibes con los que me vinculé, las cosas que aprendimos, las prácticas que fuimos encontrando son solo nuestras. No se pueden transversalizar al común de las personas trans. Todos estamos en momentos distintos de nuestro proceso vital y algunos estamos parados firmemente en instancias definitivas para nosotros.
Hay quienes abrazan su genitalidad tal cual es. Algunas personas cogen con packers, otras no los necesitan. Algunos disfrutan la penetración con pene o con dildos, el sexo oral y la estimulación con las manos o los dedos, otras personas no.
La sexualidad es así: diversa, como la humanidad misma. Las personas trans somos todas diferentes y las formas en las que nos vinculamos sexualmente también.
El secreto siempre va a ser la confianza, la ternura, los espacios de seguridad y preguntar sin herir. En el sexo y en la vida misma. Se los digo yo, que aprendí a coger recién a los 28.
Escribe. Se especializa en la temática trans-travesti y las notas viscerales.