Narela Alejandra Gómez era una futbolista santafesina de 30 años, la primera mujer trans en entrar en la Liga Santafesina. También fue la primera policía trans de la historia de la fuerza de seguridad provincial. Falleció por causas naturales anoche, apenas unos minutos después de las 23.

Narela suma su nombre a la extensa lista de mujeres trans que cumplen con la estadística más triste que arrojaban los primeros relevamientos sobre las condiciones de vida de la población trans: la de no superar los 32 años de vida.
Pero la trayectoria vital de Narela, a diferencia de las travestis que nacieron mucho antes que la democracia alcanzara al Pueblo T, como nos llama la teórica travesti Marlene Wayar, estuvo plagada de victorias que fueron alcanzadas a través de garantías de derecho legitimas.
Narela nació y creció en el barrio Barranquitas de la capital provincial, siendo la mayor de siete hermanos. A los 13 años charló con su familia acerca de su identidad y a sus 18 accedió a rectificar sus datos en los documentos. La joven se dedicó a la peluquería hasta que, luego de intentarlo tres veces, logró lo que nunca antes nadie había pensado posible: se convirtió en agente de seguridad. La primera persona trans en los 160 años de la Policía de Santa Fe.
Keyla Fernanda Galván, una de sus mejores amigas, fue la encargada de darle la noticia de su selección para el ciclo de formación de cadetes, el 18 de marzo de 2020.
Apasionada del fútbol e hincha de River, otra de sus grandes aspiraciones era jugar a la pelota. Y también lo logró. Luego de una larga trayectoria en clubes de barrio, en 2021 se convirtió oficialmente en la primera mujer trans dentro de un equipo femenino de la Liga Santafesina, jugando en el Club San Cristóbal.
"Mi meta es tener mi trabajo, mi casa, mi familia, creo que son las metas básicas de toda persona. Yo solo digo que sean lo que quieren ser. Si tienen un sueño, lo sigan, lo último que se pierde es la fe para lograr algo", decía a los medios que la entrevistaron por sus conquistas.
Con mucho cariño la recuerda su amiga de muchos años, Jaquelina Quinteros, del mismo barrio donde Narela creció. "Pasamos hermosos momentos juntas", dice a Periódicas.
Al citarla recuerda su espíritu de lucha y su carácter persistente. "Ella lo que quiso lo logró. Peleó por entrar a la policía y lo logró. Le gustaba mucho jugar al fútbol femenino, logró su carrera de policía, tenía el secundario terminado, había cursado peluquería. Era una gran persona", rememora al hablar de su amiga, y confiesa que su fallecimiento fue sorpresivo, "tenía toda una vida por delante".
"Yo estuve desde su inicio", cuenta Jaquelina. En aquellos momentos Narela lucía su cabello de color rojo. "Mi colo", dice Jaquelina. La mujer agrega que en esos momentos "salíamos a bailes, a jugar al pool".
"La verdad tengo hermosos recuerdos que jamás me voy a olvidar. Su alegría, siempre ella tenía algo positivo hacia las demás en sus respuestas. Jamás tuvo maldad. Siempre fue una persona sencilla y humilde. Donde iba, iba muy bonita. Dios me dio el agrado de poder ser parte de su vida como ella en la mía", menciona.
"Hoy me toca despedirla, pero siempre la voy a recordar con esos momentos maravillosos que vivimos y sé que ella hoy descansa en paz" declara Jaquelina.
Entre la renuencia y la exclusión
¿Qué es lo que continúa fallando en la ecuación? ¿Por qué seguimos despidiendo personas trans que apenas si llegan o superan los 30 años a más de una década de la sanción de la Ley de Identidad de Género, o la conquista de leyes igual de importantes como los cupos laborales?
Salvando excepciones hiperlocales y coyunturales, la Ley de Identidad de Género es, en los hechos, otra de esas tantas leyes argentinas que se quedó en una expresión de deseo. Y ello tiene responsabilidades concretas así como impactos reales en las vidas de personas trans y travestis.
La Ley de Identidad de Género no es meramente una ley para la sociedad civil, es primeramente una ley para el Estado. Y es necesario seguir explicando lo que eso implica: garantizar la adecuación de los sistemas de salud a esta legislación, asignación presupuestaria específica, reforma integral de los sistemas de registro de las personas, modificaciones en la currícula educativa, capacitación y sensibilización de los agentes del Estado y creación de estrategias específicas para volver a crear el tejido social destrozado entre la población travesti trans y el Estado.
En otras palabras, las leyes forjan mecanismos. En este caso de inclusión. Pero una concienzuda. Una persona que ha sido sistemáticamente violentada por las instituciones del Estado a lo largo de su vida no vuelve a ingresar a las instituciones sintiéndolas propias de la noche a la mañana. Es por ello que el Estado es el encargado de buscar a la población y armar ese vínculo con esas y esos ciudadanos que vivieron en la exclusión durante años.
Y aún así no se puede esperar menos que la renuencia a ese acercamiento provocada por las marcas y cicatrices de décadas de violencia institucional, institucionalizada e institucionalizante.

Hemos de agregar además que estas realidades son tan cotidianas que hasta nos hemos inventado términos propios para definir qué es lo que sucede, o lo que continúa sucediendo cuando ese lazo con el Estado, las instituciones de salud, educación, seguridad y justicia no se restituye jamás: travesticidio social.
Hablamos de ese vacío entre normativas y acciones del Estado, la renuencia provocada por el abandono, la inoperatividad de los engranajes institucionales y las vacilaciones de los responsables políticos generan y por donde se pierden vidas travestis y trans hasta hoy.
El 80% de la población trans y travesti fallecida continúa perdiendo la vida antes de los 36 años, de acuerdo al informe Quereme Trans de 2021. Si bien no es el caso de Narela, lo cierto es que continuamos perdiendo la vida a expensas de situaciones totalmente evitables. Y aún frente a la falta de respuesta estatal, la inutilidad de su funcionariado, la carencia de políticas específicas, la no aplicación de leyes vigentes y de carácter nacional y de principios internacionales de rango constitucional, debemos darnos a la tarea de colmar pasillos de hospitales, llenar baños de escuelas públicas, completar filas de empresas que ofrezcan empleos con nuestros cuerpos travestis y trans, porque por fin son válidos. Y no porque el Estado cumpla, sino porque debe ser nuestra ley. Impongamos la validez de nuestra existencia.

Escribe. Se especializa en la temática trans-travesti y las notas viscerales.