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Repensar nuestra relación con las imágenes en internet: entre la documentación y el riesgo

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En un contexto político marcado por la desinformación y el odio, nuestras imágenes en internet son herramientas de resistencia y control. Una reflexión sobre cómo el extractivismo de datos y el consentimiento nos desafían a repensar nuestra forma de compartir, proteger nuestras historias y luchar contra la distorsión de nuestras narrativas en territorios digitales.
Titi Nicola
Representación de la imagen utilizada por el gobierno argentino con un sentido violento.

En nuestro país, las señales de alerta de la avanzada de la derecha se multiplican. Entre la avalancha de mensajes de odio que intentamos ignorar, la violencia discursiva del gobierno oficial parece volverse cada vez más intencional: no busca construir, sino destruir lo ya alcanzado. Sin propuestas concretas, su relato se reduce a romper lo existente, llevándonos hacia un retroceso que no ofrece nada nuevo, solo desmantelamiento.

Cada foto y cada acción que hacemos en internet dejan una huella. Las imágenes que compartimos no solo cuentan historias, sino que también pueden convertirse en herramientas de manipulación, descontextualización y violencia digital. Pero, ¿qué pasa cuando esas imágenes son utilizadas para propagar mensajes de odio desde el poder?

Frente a esa pregunta, es fundamental repensar nuestra relación con las imágenes, no desde el miedo sino desde la conciencia y el cuidado colectivo. Porque, en un contexto donde el odio y la desinformación se propagan desde el poder, nuestras decisiones sobre qué y cómo compartir se convierten en actos de resistencia.

El extractivismo de datos: una nueva forma de colonialismo

Cuando pensamos en extractivismo, lo primero que imaginamos es la explotación de recursos naturales como el agua o los minerales. Sin embargo, como plantea Paola Ricaurte en "Descolonizar y despatriarcalizar las tecnologías" (2022), el extractivismo también implica el despojo de los cuerpos-territorios, tanto en su dimensión material como inmaterial. En el ámbito digital, esto se traduce en la extracción masiva de datos personales, incluyendo nuestras imágenes, que son aprovechadas por grandes empresas tecnológicas y, seguramente, estén alimentando vaya a saber qué tipo de inteligencia artificial en crecimiento.

Pero también podemos hablar de cómo esas escenas que registramos para documentar nuestra propia historia son ahora utilizadas en nuestra contra, con un sentido completamente opuesto al que les dimos. Sí, hemos generado muchísimo material de nuestra lucha, y ahora ese archivo puede volverse en nuestra contra.

En este caso, no solo se extraen nuestros datos, sino también nuestras narrativas y luchas, que son manipuladas y descontextualizadas con fines opuestos a los que les dimos originalmente. Este fenómeno refleja cómo el extractivismo no sólo violenta nuestra privacidad sino que también distorsiona y se apropia de nuestras historias, convirtiéndolas en herramientas de opresión. Así, el archivo que construimos para documentar nuestras resistencias puede ser utilizado para silenciarnos o deslegitimarnos, evidenciando que, en el ámbito digital, nuestros cuerpos y memorias también son territorios en disputa.

Autoría: Lara Va | CC-BY-SA-4.0

Las imágenes como moneda de cambio

Las imágenes que compartimos en internet son una pieza clave de este modelo extractivo. Cada foto que subimos puede ser utilizada, manipulada y monetizada sin nuestro control, incluso cuando las licencias —libres o restrictivas— son explícitas, pues sabemos que es muy difícil disputar algo en internet. Una imagen publicada bajo una licencia libre, por ejemplo, puede ser descontextualizada y usada con fines políticos, generando angustia y vulnerabilidad tanto en quienes la capturaron como en las personas retratadas.

Nada nos resguarda de que nuestra intención de documentar la lucha en algún video sea tergiversada, terminando en un spot oficial con una locución de fondo que distorsiona el mensaje original, ilustrando una sociedad rota dispuesta a quebrantar términos legales ya conquistados, como nombrar femicidio al asesinato de una mujer a manos de un hombre por machismo o misoginia.

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El consentimiento: una lucha desigual de poder

Frente a este panorama, el consentimiento se erige como una herramienta clave para proteger nuestra autonomía digital, especialmente en el uso de plataformas. Sin embargo, como señalan Paz Peña y Joana Varon en "El consentimiento de nuestros cuerpos de datos" (2019), el consentimiento en el ámbito digital es una lucha desigual de poder. Las plataformas nos fuerzan a elegir entre aceptar sus términos y condiciones o quedar excluidas de los espacios digitales, sin opciones intermedias. Y si a esto le sumamos el uso poco ético de la documentación que generamos sobre nuestra propia historia, la situación se vuelve aún más compleja.

¿Nos queda otra opción que la autocensura? ¿Acaso quieren callarnos, y eso es lo que vamos a hacer?

Las autoras proponen una mirada feminista del consentimiento, que debe ser libre, claro, informado, actual, específico y retractable. Esto significa que debemos tener la posibilidad de decir "no" o "sólo sobre algunas condiciones", comprender plenamente los usos e implicancias de nuestros datos y poder retirar nuestro consentimiento en cualquier momento. Sin embargo, incluso con licencias libres que nos acercan un poco más a ese ideal, surge la pregunta: ¿cómo trasladamos este contrato ético al uso y desuso social de las imágenes que decidimos publicar en internet? ¿Cómo garantizamos que nuestras fotos, que documentan luchas y resistencias, no sean manipuladas o utilizadas en contra de nosotras y nuestros objetivos? En síntesis: ¿cómo debemos cuidarnos en este contexto?.

Un caso reciente ilustra este dilema. Sobre una imagen utilizada por el gobierno argentino con un sentido violento, la autora de la fotografía expresó: “Tengo rabia y tristeza. Esta foto, que siempre amé, donde retraté a artistas de Paraná, fue usada en un video misógino y violento. No solo tergiversaron mi trabajo, sino que expusieron a las mujeres de la imagen —y a todas nosotras— con fines políticos. Estoy harta de este gobierno funesto y antiderechos.”

Frente a esta realidad, surgen más preguntas que respuestas, pero confío en la construcción de herramientas y prácticas colectivas que nos permitan proteger nuestra memoria sin renunciar a nuestra voz.

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Hacia un cuidado digital colectivo

Frente a estos desafíos, es fundamental repensar nuestra relación con las imágenes y los datos que compartimos en internet. No se trata de dejar de crear o de participar en los espacios digitales, sino de hacerlo con conciencia y cuidado colectivo. El enemigo es quien construye los mensajes de odio, y nuestra mejor defensa es la solidaridad, la educación y la construcción de territorios digitales más justos y respetuosos.

Nosotras, a diferencia de ellos, creamos desde la autenticidad. Lo que está en juego no son sólo nuestras fotos, sino nuestra capacidad de habitar internet con dignidad y libertad, pero libertad real, no esa otra que nos quieren vender.