Del otro lado del mundo, la izquierda europea se sacude con la intempestiva renuncia de Íñigo Errejón en medio de denuncias de violencia. Crisis de representación y derecha extrema de por medio, las izquierdas populares argentinas se rearman de cara a una disputa electoral sin precedentes en 2025. Es válido preguntarnos en esta coyuntura qué haremos nosotres. ¿Aprendimos del Alberto Gate o aún no? ¿Llegó el momento de sacar la basura?
Este jueves la izquierda popular española se vio sacudida por la dimisión de Íñigo Errejón, portavoz del bloque legislativo del partido Sumar. La renuncia se dio en medio de denuncias realizadas por cerca de 11 mujeres cercanas al ahora ex representante por situaciones de violencia de género de diversas características.
El corrimiento del espacio fue dado a conocer por el mismo Errejón a través de un comunicado publicado en sus redes sociales, donde no hace referencia directa a las situaciones conocidas en los últimos días pero sí habla de un desgaste adjunto a su carrera política que "genera una subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica, con compañeros y compañeras de trabajo, con compañeros y compañeras de organización, con relaciones afectivas e incluso con uno mismo".
"Tras un ciclo político intenso y acelerado, he llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona. Entre una forma de vida neoliberal y ser portavoz de una formación que defiende un mundo nuevo, más justo y humano. La lucha ideológica es también una lucha por construir formas de vida y relaciones mejores, más cuidadosas, más solidarias y, por tanto, más libres. No se le puede pedir a la gente que vote distinto de cómo se comporta en su vida cotidiana", menciona Íñigo Errejón en otro punto del documento donde anuncia su dimisión.
— Íñigo Errejón (@ierrejon) October 24, 2024
Algunos paralelismos cercanos
Se puede dilucidar, a unos 10.000 kilómetros de distancia, el hecho de que Íñigo Errejón en efecto ha abierto el paraguas frente a lo que se viene. Así como también es evidente el hecho de que oponentes políticos, incluso aquellos que son abiertamente negacionistas de las desigualdades de género, han aprovechado la situación para bastardear toda la trayectoria del ex exponente de las izquierdas hispanas.
No se puede evitar hacer algún tipo de paralelismo con el Alberto Fernández Gate, quien vino a terminar con el patriarcado y terminó siendo denunciado por violencia por motivos de género por quien fuera su compañera de vida y madre de su último hijo, Fabiola Yañez.
Pero el salpicón de esa bolsa de pus contenida por siglos, y reventada por obra y gracia de las conquistas feministas, que son los varones que han mansillado nuestras nobles causas llevándolas como banderas en sus campañas y reproduciendo prácticas violentas a diestra y siniestra, no se reduce solamente a los grandes cuadros políticos.
Porque siendo sinceras y entre nosotras, todas conocemos a algun Íñigo o Alberto entre las filas de nuestros espacios, hablemos de partidos o de organizaciones sociales.
Es entonces cuando también, la vieja costumbre argentina del mal menor, tensiona todo en nuestra estructura. Y aparecen las incógnitas que dan dolor de panza y hace que muchas optemos por abandonar decidida y, a veces hasta permanentemente, espacios militantes de todo tipo. ¿Debemos dejar que siga pasando la caca entre los tobillos? ¿Existen alternativas posibles?
Frente a estos cuestionamientos, que son solamente posibles desde una conciencia feminista crítica, es que nos aborda también el terror del afuera: la avanzada conservadora, el triunfo de las extremas derechas en distintas latitudes globales, las campañas políticas cada vez más polarizadas y la insuperable y continua crisis de representación.
Podemos volver a mirar hacia otro lado, porque peor puede ser cuatro años más de derecha, y mejor malo nuestro que malo ajeno. O podemos también optar por aprender de los errores recientes y aceptar de una vez que seguir este orden de realidad no puede llevarnos a resultados diferentes que los que ya conocemos.
Si existe algo de verdad en los slogans de campaña del neofascismo argentino, toda ella se condensa en que, en los hechos, nada nuevo se puede hacer con los mismos de siempre. Y siendo extremadamente honestas con nosotras mismas, cuántas veces nos sentamos a tener la conversación incómoda de cuántas situaciones de violencia física o sexual, acoso, violencia psicológica o verbal han tenido nuestros compañeros candidatos o próximos candidatos.
Porque también digamos todo, en la mayoría de los casos quienes encabezan las listas, pese a su evidente falta de empatía, creatividad política o talentos humanos, terminan siendo varones.
Quizás también, no por traer más agua a la misma fuente, ya estamos en situación de reconocer que el estrepitoso fracaso de nuestras propuestas, por más nobles que fuesen, también tienen que ver con sostener, incluso con críticas que no trascienden la escritura de un post en X, estas estructuras. Por lo menos así lo demuestra la siempre innegable historia.
Quizás una real renovación de nuestras izquierdas, del ecosistema de portavoces y representantes candidateables de nuestros espacios, sea en este momento la más necesaria de las apuestas de los feminismos que sobrevivieron al conservadurismo al que se abrazaron amplios sectores militantes en los últimos diez meses.
Siempre suena como un trabajo más para las que ya se encargan de sostener tareas de cuidado no remuneradas, espacios de contención y escucha, acompañamiento de situaciones de violencia, relevamientos de condiciones de vidas de sectores abandonados por las políticas de Estado, pero lo va a terminar siendo de todas maneras en el corto o en el mediano plazo.
En efecto, sin citar ningún caso concreto de los que existen, albergamos el conocimiento de qué sucede cuando este guante no se recoje y poco tiene que ver con un escrache público por violencia que en realidad son los menos. Y es que nuestras compañeras se terminan yendo.
Porque la coherencia es un piso siempre frágil y quebradizo por el que podemos perder a muchas de nuestras filas por sostener a nuestros cuadros manchados por su propio accionar patriarcal. Y eso redunda no en otra cosa que mucho más trabajo para la que se queda, con la reprobación de las que decidieron irse, aguantando la mugre del candidato y al mismo tiempo teniendo que sostener todas las tareas de sus ex compañeras.
Entonces plantar bandera y tener la conversación incómoda no solo ahorra denuncias públicas, también evita pérdidas y, ante todo, mantiene la coherencia. Valor quizás denostado en esta coyuntura pero que construye sentido y pertenencia dentro de los parámetros éticos de nuestros feminismos.
Estamos a tiempo de hacer política de otra forma. Estamos a tiempo de sacar la basura ahora. Porque si no es ahora, ¿cuándo?
Escribe. Se especializa en la temática trans-travesti y las notas viscerales.