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Amigas que salvan

Cuando la violencia aparece en un vínculo, no siempre es fácil ver el peligro ni dar el primer paso para salir. Las amigas juegan un rol clave: sostienen, acompañan, creen y ayudan a reconstruir. Salir de la violencia no es un acto individual, sino colectivo, y la sororidad puede marcar la diferencia entre perderse y volverse a encontrar.
Carolina Robaina

Foto: Caro Tarré - Licencia libre

Salir de una situación violenta no es solo un desafío de quien la atraviesa, sino también de quienes la rodean. Este fue el caso de Lourdes Fernández, exintegrante de Bandana, quien fue hallada en una situación de riesgo tras una denuncia por desaparición.

Su amiga Lissa Vera, conmovida por la gravedad de la situación, se presentó ante la Justicia para denunciar a Leandro García Gómez, expareja de Lourdes, por violencia de género. En ese momento, Lissa expresó: “Prefiero a mi amiga enojada y viva antes que muerta y contenta”, reflejando la urgencia y la prioridad de proteger la vida de su amiga, incluso si eso implicaba incomodidad o consecuencias personales.

Refugio y acto de resistencia

La violencia machista no se reduce a episodios aislados: es un entramado social que aísla, deslegitima y encierra. En ese contexto, la amistad se vuelve un lugar seguro. Las amigas a veces molestan, nos dicen lo que no queremos escuchar, pero también nos permiten desplegarnos tal como somos, mostrar nuestra esencia y volver a ser nosotras mismas al 100 por ciento.

Marcela Lagarde habla de las “redes de complicidad amorosa”: vínculos afectivos entre mujeres que permiten reconstruir la autoestima, la autonomía y el sentido de realidad cuando un vínculo violento intenta borrarlos. Tener amigas cerca no solo es compañía: es ordenar la angustia, sostenernos en el cuerpo y recuperar equilibrio. La ausencia de ese sostén puede activar mecanismos de defensa, un piloto automático que nos aleja de nosotras mismas; su presencia, en cambio, permite reconectar con la vida, con nuestra esencia y con la fuerza para salir adelante.

Amiga no estás sola

A veces acompañar a una amiga no alcanza con palabras o silencios. Denunciar públicamente lo que le sucede, visibilizar el peligro y exigir protección, es también un acto de sororidad y de cuidado extremo. Porque la violencia muchas veces se sostiene en el aislamiento y el silencio. Quien da ese paso, quien se atreve a visibilizarlo, prioriza la vida de la otra por encima de cualquier miedo o consecuencia personal. No se trata de un acto heroico, es un camino que lleva tiempo, paciencia y constancia.

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Autora: Gise Curioni

Señales

No siempre es fácil ver la violencia desde afuera, pero hay señales que pueden alertarnos de que una amiga está expuesta a una situación de riesgo. Algunas son visibles, otras más sutiles:

  • Cambios bruscos en su conducta o en su forma de ser.

  • Se aísla del grupo o deja de participar en actividades que antes disfrutaba.

  • Su pareja controla con quién habla, cómo se viste o a dónde va.

  • Aparece el miedo o la necesidad de justificar cada decisión.

  • Se siente culpable o confusa respecto a lo que vive.

¿Qué podemos hacer desde la amistad?

  • Escuchar sin juzgar. No presionar ni exigir que tome decisiones inmediatas.

  • Ofrecer acompañamiento real: ir juntas a hacer la denuncia, buscar asesoramiento o simplemente quedarse cerca.

  • Nombrar lo que pasa. Ponerle palabras a la violencia puede ayudar a dimensionarla.

  • Recordarle que no está sola. La soledad es una de las armas más fuertes del agresor.

  • Buscar ayuda profesional. En Argentina, se puede llamar gratis al 144, disponible las 24 horas, para orientación y contención en casos de violencia de género.

Redes que salvan

Los feminismos nos recuerdan que la colectividad es un antídoto contra la vulnerabilidad individualizada. Cuando una amiga ve, escucha, insiste y sostiene, está construyendo una red capaz de rescatar. Estas redes también legitiman la experiencia de quien atraviesa violencia: creer, acompañar y proteger es un acto político y vital. La sororidad no es solo una palabra bonita, es refugio, un salvavidas, es defensa y cuidado, y muchas veces es la diferencia entre perderse y volverse a encontrar.

Salvarse no significa solo escapar de la violencia; es volver a reconocerse, recuperar la voz propia, reconstruir la vida con apoyo y cuidado, sabiendo que no se está sola. Tener amigas cerca es más que compañía: es un refugio que rescata, un espacio que ordena, que permite desplegar la esencia propia y sostener el cuerpo en la angustia, para que la vida vuelva a tener un ritmo propio, despacito, paso a paso.