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Desagravio a una madre

trans ley de identidad de género
¿Quiénes son nuestras mamás y quiénes seríamos nosotras sin nuestras mamás? Una revisión casi feminista de la relación más estereotipada de la historia humana.
Victoria Stéfano
Créditos: Archivo familiar, Victoria Stéfano

Si hay un eje sobre el que vuelvo cada vez que se destraba el montaje de mi personalidad social es a mi madre. ¡Qué carga tan terrible hemos diseñado sobre ese dispositivo social perverso que denominamos maternidad!

Así somos las feministas de la culpa. Cartel, consigna, cucharón y cacerola, pero no dejamos de girar nuestros espacios de análisis sobre la encrucijada que nos significan nuestras madres.

¿Soy una mala feminista por juzgar a la mujer que me crió y que marcó de forma permanente la manera en la que me relaciono con otros?

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Rencores

Mi feminismo se derrumba sin salvación posible ante la disparidad de lo que me hubiera gustado que fuera y lo que efectivamente fue. Esto me deja con no menos que un profundo rencor, digno de quien sacrificó partes de sí para ser hijo y se encontró con alguien que en definitiva no quería, podía o sabía ser madre.

La niña negada en mí reclama de suyo la destrucción de todo lo que alguna vez nos provocó dolor (y que aún puede hacerlo).

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Marcha del orgullo 2024. Autora: Priscila Pereyra

En efecto, mi yo niña no sabe más que lo que la herida de su narcicismo impone: ojo por ojo, diente por diente. No le interesa la amnistía. Exige sangre con tres R: reconocimiento, responsabilidad y reparación.

La adulta que soy, por otro lado, contempla el enojo y elije no herir. Tampoco volver a construir. Hay algo pérfido y satisfactorio en la inacción. Una venganza en silencio. Un tratado unilateral de no agresión.

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Personajes

No es que no pueda contextualizar su realidad desde la adulta que estoy siendo: una mujer, como muchísimas sobre este suelo, víctima de las violencias machistas estructurales, muchas de ellas impresas en su propio cuerpo, con el que sostuvo casa, alimento y crianza.No hubo implicada ninguna paloma ni la sombra del Señor en mi no elegido nacimiento: he tenido también un padre.

Quién fue, qué hizo y por qué parece no tener que peinarse porque no sale en esta foto son incógnitas de resolución simple. Virtualmente corrió la suerte de todos los personajes secundarios: no se hizo cargo de nada, no determinó nada, no fue mas que un accesorio reproductivo, y a veces, un torturador.

Ese hombre es signo. Representa otra de las marcas de mi estirpe matriarcal que más me atrae y a la vez más detesto: la dependencia odiante hacia los varones. De ahí el lugar de zozobra, gratitud o piedad que ellos ocupan.

Odio a las mujeres porque primero odié a mi madre. Amo a las mujeres porque primero amé a mi madre. Pero, definitivamente, aborrezco a los varones porque primero amé a mi madre.

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Trampa

Al final del día somos (o fuimos) dos las atrapadas en ese arnés de cadenas y torturas que llaman familia. Y ninguna de las dos piensa dar el primer paso para reparar nada.

Deberíamos remontar este estigma matrilineal a nuestras antecesoras para trasladar responsabilidades. De madre en madre, hasta la misma Eva, quien, como sabemos, también debe haber sido una madre de mierda.

Porque, ¿a dónde recurrimos para pensar a nuestras madres si no es a esa representación heredera de un orden de cosas cargado del sentido de las sociedades liberales? Estas sociedades funcionalizadas a partir de la propiedad privada y de un sistema de relaciones afín a ese predicamento social en el que la quimera espantosa de la familia se erige como la célula productiva y reproductiva del capitalismo.

¿Dónde? Si no es a esa representación judeocristiana de las madres: María concibiendo sin pecado y soportando el dolor asfixiante del martirio que sufre su hijo en entrega de su vida a cambio de saldar el precio del mal completo del mundo.

¿Dónde ponemos el acento si no partimos de esos arquetipos construidos durante milenios —y más sistemáticamente durante los últimos 200 años— acerca de la capacidad de criar y cuidar sin tacha?

¡Adónde caen todos nuestros lugares comunes si no es en la infinidad de representaciones de esas mamás en la historia, desde la madre muerta de Bambi hasta mamá Cora de Esperando la Carroza!

¿Quiénes son estas monstruosas y maravillosas bestias que nos han criado sino unas simples mujeres? ¿Cómo se desenmaraña del alma el rencor del amor esperado si no es desde nuestro feminismo?

Ya conozco todas las recetas de la autoayuda. Sé que solo puedo repararme a mí. Cambiarme a mí. Mejorarme a mí. Sanarme a mí. Sé que mi plano de acción está en mis dos metros cuadrados.

Sé que crecí. Que ahora soy responsable sobre mí y que no soy un trabajo fácil. Sé que ahora puedo elegir qué relación nos une y hasta dónde. Porque ahora la lapicera que escribe mi narración la empuño yo, aunque algunos fragmentos tengan huellas, marcas y ecos de otros que escribieron antes en mi texto.

¿Sanar a mi niña me hará una mamá que, al menos, cometa otros errores?

Ante la repetición aparentemente inalterable, determinada por los halos de un destino que no hay forma de detener, el análisis habilita dos formas de sortear a las tejedoras: la decisión y la responsabilidad.

Con estas pocas herramientas en la mochila, que obtuve precisamente gracias a la madre que me tocó tener, hoy puedo escribir estas líneas:

Gracias ma, pero no quiero ser nunca como vos. Ahora soy yo. Cometeré mis propios errores.

Me gustaría conocerte como abuela de mis hijos, solamente para ver cómo te permitís la ternura cuando no te atormenta la violencia ni te asfixia el trabajo para alimentar a toda una familia. Tal vez después de horas sin dormir tras una noche de fiebres y mocos, vómitos y llantos pueda abrazar con mis tripas por fin que apenas hiciste lo que pudiste y no fue poco.

Lo suficiente para que yo pudiera volver a mirar y tenga lo que no tuviste vos: la posibilidad de decidir.