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Hola, ¿tenés un ratito para hablar del fin del mundo?

fin del mundo
¿Hay una posibilidad de sobrevivir? Quizás, si primero nos aburrimos.
Victoria Stéfano
Autora: Titi Nicola | CC-BY-SA-4.0

La agudización y regularidad de los desastres provocados por el ya inevitable cambio climático, la caída de la natalidad, la multiexplotación y el hiperconsumismo, el fracaso del sistema representativo y la muerte de la república. ¿Es este el final de todo?

En 2009 Mark Fisher, filósofo británico e intelectual del partido laborista, escribió sobre lo que denominaba "realismo capitalista", que no es tanto un problema como sí la caracterización de una nueva era. El autor posiciona el comienzo de una incapacidad global para imaginar otros mundos posibles en la caída del Muro de Berlín y el triunfo planetario del sistema de cosas que conocemos como capitalismo.

Nacía entonces, para Fisher, la primera generación que nunca pudo atestiguar una posibilidad alternativa de orden al que conoce. Y, desde entonces, en todo el planeta, solo existen expresiones más o menos totalitarias, más o menos concentradas, más o menos contaminantes, más o menos sangrientas, de una sola forma posible de concebir al mundo.

De acuerdo a sus ideas, la ferocidad del capital ha calado en todos los campos humanos y sus expresiones. Incluso en la capacidad de imaginar.

Y es que en efecto, ¿acaso alguien entre nosotros puede aún soñar con algo que no se puede vender o comprar, con un encuentro fuera de los confines de esta realidad insuperable por sí misma?

Es entonces donde los viejos modos de concebir y de hacer reaparecen en escena porque lo que ha muerto ya no es Dios, como diría Nietzche, sino la capacidad de concebir algo nuevo. Aunque eso nuevo sea apenas un final alternativo.

Para el pensador inglés no tiene que sorprendernos, entonces, el retorno de los tintes totalitaristas o los grandes conflictos globales que permitan una re-edición del expansionismo clásico de los ciclos capitalistas. Aunque ahora en un escenario donde ya no queda territorio, ni siquiera ideológico, por fagocitar. fin del mundo

En un escenario donde las ideas se compran y venden y donde el valor solamente se mide en el valor de cambio, ya sea esta nota, una edición de El Capital de Carl Marx, o una promoción de tres bombachas por 11.000 pesos frente a la plaza San Martín, todo se mueve en los márgenes del sistema. Todo está mediado por el sistema. Eso es el realismo capitalista.

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¿Qué más les queda por arrebatarnos?

Es interesante que uno de los puntos de partida de Fisher sea la película Hijos del hombre. El nudo argumental de la película se desarrolla en un escenario de desastre aceptado. Un desarrollo postcapitalista donde la catástrofe no es repentina, es apenas un aspecto más de la realidad dada.

En el film los hombres se han vuelto estériles y la sociedad toda duda de su propio sentido frente al hecho de que no hay ni habrá nuevos humanos.

Anecdóticamente, este texto al que hago referencia, que tiene hoy 16 años, ofrece en nuestro tiempo una abstracción artística posible mientras estamos observando, con alguna sorpresa, el derrumbe de la natalidad.

Como en la película, el fin del mundo que nos convoca, lejos de ser un cataclismo repentino provocado por un megadesastre global nuclear o producto de una invasión alienígena, tiene que ver con que ya nada nuevo nos puede nacer. Y no solamente hablamos de bebés. El sistema llegó al punto de ejercer tal presión que se rompe sobre sí mismo. Agotó la producción de humanos, y de ideas.

Para explicar ese agotamiento, el imaginario y narrativo, hay otra autora, más cercana, que es Esther Díaz, formidable filósofa, epistemóloga e intelectual argentina. fin del mundo

En su libro Posmodernidad (1999), Díaz encara la crisis de narración del sujeto de esta fase histórica a partir de la fragmentación propia de la lógica de los nuevos soportes de enunciación.

En algún sentido nos permite pensar en cómo elaboramos narrativas fragmentarias desde los dispositivos tecnológicos que ¿atraviesan? ¿habilitan? ¿limitan? ¿median? todo el universo social, en tensión con los elementos que sobreviven de los viejos "grandes relatos" del extremo racional y el extremo emocional que quedan como vestigios de la Modernidad. El hombre racional y el hombre emocional.

A la racionalidad científica de la Modernidad le va a sobrevenir su propia crítica sobre lo inaccesible del mundo de la emocionalidad. Y sin posibilidad de nuevos relatos, pero sí la aparición acelerada de una multiplicidad de formatos de expresión a través de las tecnologías de la comunicación y sus lenguajes, existimos, pero en fragmentos.

¿Cómo nos armamos a nosotros en esas tensiones? ¿Cómo nos relatamos? ¿Cómo armamos el texto que nos constituye? Díaz va a referirse al sujeto virtual, un sujeto que es tal en instancias específicas: las que habilitan las tecnologías. Pero también se desmaterializa en su inconsistencia y en la pulverización de recursos socio-narrativos estructurantes.

En esa imposibilidad narrativa Fisher va a inscribir los efectos de esta etapa del capitalismo, donde fallan las posibilidades identificatorias, generando sujetos existentes en función de lo efímero, que también retoma Díaz. Pero Fisher va a identificarlo con la búsqueda constante del placer.

Esa búsqueda de placer inmediato va a ser el común denominador de estas nuevas subjetividades, que se van a mover en la marca de un estado de hedonía depresiva. La búsqueda del placer es lo único que permite significarse, contarse, relatarse, entre instancias de vacío constituyente. La constitución va a ser fragmentaria en tanto sea un continuum de contactos de placer sin mecanismos de elaboración, ya que ese placer está signado por las herramientas propias del capital: el consumo.

Sin un sistema de valores y con un escaso desarrollo lingüístico que permita estructurar mundos, los vacíos existenciales, la angustia, se tornan el plus que, para Díaz, son inabarcables por los dispositivos tecnológicos.

Este sujeto se reduce apenas al discurso en fragmentos, más no logra unificar una identidad. Y la identidad es unicidad y es sentido. Es cuerpo y práctica. Habita en la absoluta impotencia el vacío apenas interrumpido por la satisfacción efímera.

Pero para Díaz no necesariamente se pierde la capacidad de identidad, sino que se multiplican los dispositivos identitarios, pero no hay unicidad posible. Los discursos dominantes, que son hoy apenas piezas de relato anclados al universo de lo digital, producen sobre estos vacíos inscripciones discursivas de lo más inesperadas.

Obreros que se sienten empresarios exitosos, jóvenes apostadores, familias constituidas por una mujer y un gato, amigos unidos por un liso y palitos. Todo ello en simultáneo, como fragmentos aislados, efímeros, en un solo tiempo, el presente, y mediados por la búsqueda del placer, sin continuidad de significaciones posibles entre fragmento y fragmento, como cuatro historias de Instagram que nada tienen que ver entre sí.

El sujeto de la imaginación

¿Cómo romper ese letargo? ¿Cómo unificar los fragmentos? Quizás haya una clave en lo que escribe Fisher.

La maquinaria de alienación de esta fase del capitalismo es el entretenimiento al alcance de la mano, pegado a la mano.

Tal vez la imaginación de otro mundo posible aparezca cuando al fin logremos desconectarnos de la teta virtual y de repente... aburrirnos, encontrarnos con el sinsentido del vacío, acceder a experiencias que no entran en el lenguaje de un reel.

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Foto: Priscila Pereyra

Si el sufrimiento provocado por este fin del mundo que no nos deja ni reproducir la especie, y que se nos presenta como aceptable, no alcanza para quebrar la aceptación impávida de ese orden, entonces quizás sea necesario un apagón de luz, una caída mundial de plataformas digitales, un boicot a los sistemas de Sillicon Valley.

Quizás entonces, podamos crear una unicidad identitaria entre los fragmentos. Quizás un rayo fugaz de conciencia nos rebele a la alternancia entre sufrimiento y microdosis de placer que nos encarcela en la normalización de la jaula.

Y tal vez allí encontremos por fin lo necesario para ambas cosas: el motor de la imaginación. Ese recurso indispensable para encontrar relaciones entre nuestros fragmentos, ese recurso indispensable para imaginarnos otra existencia posible.

Los chinos de redes sociales tienen razón. Nosotros lo que necesitamos es una revolución. Tal vez empiece cuando nos aburramos.